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Miriam era una de las pocas mujeres que recibieron el título de profetisa; de hecho, fue la primera. El don profético se manifestó en ella a través de la poesía acompañada de canto, como lo fue posteriormente en los tiempos de David y Samuel. Su nombre podría significar amargura o rebelión, pero en la Escritura se la conoce como Miriam o María, la hermana de Moisés. La misma que veló por él cuando, siendo un bebé, tuvieron que colocarlo en una canasta en las aguas del Nilo.

En el relato bíblico no se hace mención de que tuviera un esposo, por lo que podemos pensar que ella era soltera. Esto era algo muy poco común para una época en la que el mayor valor a nivel social que la mujer tenía estaba en tener una familia y criar hijos. ¡En verdad que la Biblia es un libro increíble! Sí, porque si pensaste por un momento que Dios no tiene espacio para las solteras, a partir de hoy ya puedes cambiar tu perspectiva. Miriam fue una mujer que se dedicó al servicio de Dios al contribuir con el ministerio de sus dos hermanos, Moisés y Aarón (Mi 6:4). Podríamos concluir que ella fue también una líder de alabanza. Míralo tú misma:

“Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó en su mano el pandero, y todas las mujeres salieron tras ella con panderos y danzas. Y Miriam les respondía: ‘Canten al Señor porque ha triunfado gloriosamente; Al caballo y su jinete ha arrojado al mar’”, Éxodo 15:20-21.

Sin embargo, como tú y como yo, ella no era perfecta. Aunque Dios la usó en varias ocasiones, algo en su corazón no estaba bien y el problema no se hizo esperar:

“Entonces Miriam y Aarón hablaron contra Moisés por causa de la mujer cusita con quien se había casado, pues se había casado con una mujer cusita; y dijeron: ‘¿Es cierto que el Señor ha hablado solo mediante Moisés? ¿No ha hablado también mediante nosotros?’. Y el Señor lo oyó”, Números 12:1-2.

Si lees detenidamente el pasaje verás que suceden dos cosas: Miriam y Aarón cuestionaron el matrimonio de Moisés, pero en realidad eso era meramente un pretexto que ocultaba lo que realmente les estaba molestando: sentían envidia y celos de Moisés.

Es interesante también que la Biblia diga “Miriam y Aarón”. Por lo general los redactores bíblicos no ponían primero el nombre de las mujeres. El hecho de que aquí aparezca así me lleva a pensar que fue ella quien comenzó la murmuración. ¡Y no me extraña! ¡Era una mujer! Si somos honestas reconoceremos que somos más dadas a estas cosas.

Un problema mayor

El problema de Miriam no era realmente la esposa de Moisés; el problema era el papel protagónico de su hermano. Las palabras exactas son celos y envidia. Los celos dicen: “temo perder lo que tengo”. Tal vez ella pensó que ahora que Moisés era el líder, nadie prestaría atención a sus cantos, ni siquiera las mujeres a las que había guiado en aquel día histórico. La envidia dice: “yo quiero lo que tú tienes”. ¿Qué quería Miriam? No podemos aseverar con certeza, pero por sus palabras, pareciera que anhelaba el mismo rol protagónico, el reconocimiento, el poder como líder que tenía Moisés… ¿Te resulta familiar?

Todas luchamos con eso en un momento u otro de la vida, o quizá en más momentos de los que quisiéramos admitir. ¿Sabes por dónde empiezan la envidia y los celos? Por la comparación. Cuando yo comparo mi realidad con la tuya. Cuando tú comparas tu familia con la de tu amiga. Cuando comparamos nuestros ministerios, nuestros trabajos, poco a poco nuestro corazón comienza a contaminarse y sin darnos cuenta llegamos al punto en que Miriam se encontró, cuestionando a Moisés… ¡y a Dios!

Miriam pagó un precio alto por su pecado. El Señor le envió lepra y tuvo que ser expulsada del campamento. Gracias a Dios que ya no es así, ¡si no necesitaríamos muchos hospitales para leprosos! En Cristo, tú y yo ahora vivimos bajo la gracia de Dios que nos dice: te perdono, incluso la envidia y los celos. Estamos bajo la misma gracia que el Señor le mostró a Miriam al sanarla luego de una semana. Sin embargo, eso no nos exonera, ¡al contrario! La Palabra está llena de exhortaciones a cuidar de nuestro corazón y guardarlo de cosas tan contaminantes como los celos y la envidia.

Podemos justificarlo de mil maneras, pero déjame decirte sin tapujos que Dios condena la envidia. Desde el principio lo dejó bien claro. ¿Qué dice el Señor? “No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Éx 20:17). Codiciar produce envidia que luego produce muerte. Sí, quizás ni tú ni yo hemos matado a nadie por envidia literalmente, pero en nuestro corazón… ¡ah, la historia es muy diferente! Ese llamado monstruo verde nos devora.

Con toda honestidad, ¿se está enfermando tu corazón por causa de este veneno mortífero? Amiga lectora, tenemos que reconocer los celos y la envidia como lo que son, un pecado. Es crucial confesarlos a Dios, arrepentirnos y luego rendirnos a la obra transformadora del Espíritu Santo.

La actitud de Miriam repercutió no solo en ella, sino en los demás: “Miriam fue confinada fuera del campamento por siete días y el pueblo no se puso en marcha hasta que Miriam volvió” (Nm 12:15). En muchas ocasiones la marcha de nuestra vida también se detiene porque hemos decidido actuar de la misma manera. Seamos sabias, la historia de esta mujer de la Biblia también fue escrita para nosotras.


Parte del contenido de este artículo fue tomado del libro Decisiones que transforman, publicado por B&H Español y LifeWay Mujeres.
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