Si hubieses podido escoger cancelar un tipo de persona en el primer siglo, hubiese sido un recaudador de impuestos. Los judíos, escépticos con justa razón del poder romano, veían a los recaudadores de impuestos como oportunistas, aquellos que voluntariamente colaboraban con el gobierno para recaudar altos impuestos mientras tomaban una considerable comisión sin pensarlo dos veces. Su trabajo era repugnante, sacando provecho de la miseria económica de su propio pueblo.
En los evangelios, los recaudadores de impuestos (comúnmente referidos como publicanos) eran con frecuencia agrupados con los pecadores flagrantes como los parásitos sociales.
Así que cuando Jesús quiso enseñar a sus discípulos una lección sobre el arrepentimiento, el perdón y la fe genuina, su elección de un recaudador de impuestos como héroe resultó extraño, casi ofensivo. Y escoger un fariseo como su contraste era aún más ofensivo.
Sin embargo, observa la forma en la que Lucas introduce la parábola de Jesús: “Dijo también Jesús esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás” (Lc 18:9).
¿Quiénes son los buenos?
Los fariseos eran los buenos. Con toda razón, ellos estaban indignados de los servidores públicos corruptos que perseguían a sus conciudadanos por parte del gobierno y le quitaban su dinero sin pensarlo. Sin embargo, en esta parábola, ¿quién es el que está más consciente de su pecado? Es el publicano, que fue al templo cabizbajo y con corazón cargado, confesando su pecado y rogando a Dios por misericordia.
“Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Dios, ten piedad de mí, pecador’” (Lc 18:13).
Ten piedad de mí, pecador.
Al mismo tiempo, el fariseo, el que era conocido en la comunidad por su benevolencia y bondad, en quien se podía confiar para regañar a los avaros, era el menos consciente de sí mismo y el que estaba más lejos de alcanzar misericordia. Escúchalo a él y escucha el eco de nuestra época:
“Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano” (Lc 18:11-12).
Soy una buena persona. Estoy en el lado correcto de todos los problemas correctos. Y estoy aquí para declarar esto públicamente a aquellos que no son tan buenos como yo.
Nuestra cultura farisaica
Desde el COVID hasta los disturbios raciales y unas elecciones políticas divisivas, durante el 2020 no faltaron razones para confiar en nosotros mismos y sentirnos superiores a todos los demás. Las marcas nos recuerdan que ellas están del lado de la ciencia, en contra del racismo, y que quieren que votemos. Nuestras plataformas sociales son como templos modernos donde, como el fariseo, podemos aclarar múltiples veces al día que nosotros no somos como los funcionarios estafadores. Aún en casa, no somos inmunes a desplegar nuestro credo en carteles puestos en el césped.
Para los cristianos, hay un valor en dejar que el mundo sepa nuestras convicciones, declarando la verdad, y estando “preparados para presentar defensa” a cualquier persona (1 P 3:15). No deberíamos dudar usar nuestras voces para defender a los vulnerables y estar en contra de la injusticia. Sin embargo, nuestras palabras pueden fácilmente transformarse de ser testimonios proféticos a señalizaciones tribales farisaicas. En una época donde se ha convertido en un rito cultural declarar que estamos en el lado correcto de la historia en cada problemática, los cristianos no son inmunes a esto. Somos tentados a publicar nuestra propia justicia al dejar que todos sepan, en las redes sociales, artículos y blogs, aún en libros publicados, que nosotros no somos como ese otro tipo de cristianos.
En una época donde se ha convertido un rito cultural declarar que estamos en el lado correcto de la historia en cada problemática, los cristianos no son inmunes al fariseísmo
Considera la historia que los sitios web de nuestras iglesias narran algunas veces. “Una iglesia del Nuevo Testamento” implica que otras congregaciones evangélicas son infieles al Nuevo Testamento. “Una experiencia de iglesia diferente” implica que la experiencia en cualquier otra iglesia en la ciudad no es tan buena. O, lee una lista de libros populares o de páginas de opinión que son publicadas en medios seculares. El tema central a menudo es la diferenciación: yo soy diferente de los cristianos que no te gustan.
Las redes sociales pueden ser el foro más público para este tipo de fariseo. Es aquí donde nos metemos con los extremos (escogidos con precisión) de otras tradiciones y tribus para que el mundo sepa que nosotros somos mejores: más sofisticados, más bíblicos, más puros. ¡Y los algoritmos apoyan esto! La manera de hacerse viral es exponer a alguien usando un lenguaje incendiario que deja a nuestros críticos furiosos y a nuestros seguidores aplaudiendo.
Aprende humildad de Jesús y de Pablo
¿Cómo evitamos esta tentación? Quizás necesitamos repasar las lecciones de Jesús en la parábola: recuerda, Él está reprochando a las personas que enfatizaron, pero no emularon, la santidad y la pureza. Lo que los fariseos anhelaban no era ilegítimo, pero ellos fallaron en reconocer su propio estado caído. El camino hacia la renovación, sin embargo, no estaba en las demostraciones públicas de piedad; estaba en el clamor humilde por misericordia a un Dios santo.
Resistir la tentación del fariseo es ser contracultural
Pablo entendió esto. Un exfariseo, él se describió a sí mismo como el primero de los pecadores (1 Ti 1:15). Cuando se veía a sí mismo, él no veía a alguien que diezmaba la décima parte de sus ingresos; vio a alguien cuyo corazón estaba inclinado hacia el pecado como el recaudador de impuesto que pide misericordia. Esto no impidió a Pablo decir la verdad con valentía, pero sí generó un espíritu de humildad. Pablo se veía a sí mismo como un pecador perdonado hablando a otros pecadores de Aquel que perdona el pecado.
Eso deberíamos hacer nosotros. Hay una gran diferencia entre contestar a una herejía pública con una reprensión pública que honra la dignidad de aquellos con quienes estamos en desacuerdo, y el engreimiento moral que rehúsa dar el beneficio de la duda a un hermano o hermana. El primero refuta la falsa enseñanza y edifica al cuerpo de Cristo; el otro declara nuestra justicia ante un coro de adoración.
Resistir a la tentación farisaica es ser contracultural. Es resistir construir una reputación o plataforma sobre las espaldas de otros cristianos. Podemos hacer esto en pequeñas maneras: ya sea declinando participar de las controversias o a través de las palabras que usamos cuando participamos. Pero sobre todo, resistimos la autojusticia cuando confesamos libremente que nuestros pecados son tan malvados como los pecados de aquellos a quienes somos más tentados a rechazar.