Este es un fragmento adaptado del libro Palabras iguales, mundos diferentes (B&H Español, 2025), de Leonardo de Chirico.
Cuando hablo a diferentes audiencias y en diversas conferencias, la pregunta vuelve una y otra vez: ¿Por qué los evangélicos deberían molestarse en brindar respuesta al catolicismo romano y su enseñanza? Permítanme sugerir cuatro razones.
Es una cuestión global
Dondequiera que vayas en el mundo (norte y sur, este y oeste) encontrarás personas que se llaman a sí mismas católicas romanas, y la mayoría de nosotros interactuamos con ellas de una manera u otra en cuestiones de fe. También te encontrarás con la Iglesia católica romana a través de sus instituciones y organismos: parroquias, escuelas, hospitales, organizaciones benéficas, movimientos, etc.
Según la edición de 2020 del Anuario Pontificio, los católicos de todo el mundo suman 1329 millones de personas, lo que constituye, por un gran margen de diferencia, la mayor familia religiosa de la cristiandad y la mayor organización religiosa del planeta. El papa, aunque vive en Roma, es una figura mundial que atrae mucho la atención de los medios de comunicación.
La iglesia romana, a través de sus documentos e iniciativas, es un actor mundial en los principales debates relacionados con las relaciones interreligiosas, la misión, el medio ambiente, el ecumenismo, etc. Tanto si vives en una región de mayoría católica como en una zona con pocos católicos, notarás que la presencia de la Iglesia católica romana es global. A menos que te agazapes en tu pequeño rincón, sin querer comprometerte con el mundo que te rodea (dondequiera que estés), debes tratar con el catolicismo romano.
Es una cuestión teológica
En el siglo XVI, la Reforma protestante fue un movimiento de Dios que recuperó y reafirmó el evangelio bíblico centrado en la autoridad del Dios trino en la revelación bíblica («Escritura sola»), la suficiencia de la obra de Jesucristo («Cristo solo»), el don gratuito de la salvación para los que creen («fe sola») y el llamado a vivir para Dios y adorarlo en todo lo que hacemos («a Dios solo la gloria»).
La Reforma protestante fue un movimiento de Dios que recuperó y reafirmó el evangelio bíblico centrado en la autoridad del Dios trino en la revelación bíblica
El catolicismo romano se opuso a estas verdades y condenó a quienes las abrazaron. Tras el Concilio Vaticano II, Roma ha cambiado algo su postura; los tonos son más amistosos y las líneas se difuminan. Sin embargo, el catolicismo romano sigue sin comprometerse solo con las Escrituras, solo con Cristo o solo con la fe, y sus devociones no están dedicadas solo a Dios.
El «evangelio» católico romano es diferente del bíblico. Ninguno de los dogmas no bíblicos, prácticas y estructuras de la Iglesia católica romana han sido borrados, aunque pueden haber sido reformulados o desarrollados.
La Reforma no ha terminado, el evangelio sigue en juego, y todos aquellos que quieran mantenerse firmes en la verdad deberían comprender al menos algo de lo que representa el catolicismo romano.
Es una cuestión evangelizadora
Debido al enorme número de católicos romanos en todo el mundo, es muy probable que todos tengamos vecinos, amigos, familiares y colegas católicos. En contextos mayoritariamente católicos, esto significa a menudo que las personas se identifican como católicas porque nacieron en una familia religiosa o porque el entorno cultural en el que viven fue moldeado por el catolicismo romano, pero no existe una conciencia básica del evangelio.
Debemos intentar entrar en la mentalidad católica romana y desafiarla amablemente con el evangelio
Muchos católicos nominales creen lo mismo y se comportan como la mayoría de la gente secular occidental: sin ninguna percepción de que Dios sea real y verdadero en sus vidas. En otras palabras, no son cristianos renacidos y regenerados. Otros católicos están comprometidos religiosamente, pero pueden estar enredados en tradiciones y prácticas que están lejos de la fe bíblica. Esto ofrece amplias oportunidades para evangelizar.
El evangelio puede y debe ser llevado a ellos también. Debemos intentar entrar en la mentalidad católica romana y desafiarla amablemente con el evangelio. Para hacerlo de una manera espiritualmente inteligente, debemos entender lo que es el catolicismo romano.
Es una cuestión estratégica
El catolicismo romano supone otro reto para los evangélicos de hoy. En el pasado, Roma consideraba heréticas o cismáticas otras formas de cristianismo (p. ej., la ortodoxia oriental y el protestantismo); era Roma la que ponía una distancia entre ella y los de afuera.
Tras el Concilio Vaticano II (1962-1965), estas tradiciones religiosas se consideran todavía defectuosas por el catolicismo, pero «imperfectamente unidas» a Roma. Roma se ha vuelto muy ecuménica, deseosa de acercarse a otros cristianos para que puedan estar cum Petro («con Pedro»; es decir, en un estado de paz con la Iglesia católica) y sub Petro («bajo Pedro»; es decir, circunscriptos de algún modo a las estructuras de la Iglesia católica).
La unidad a la que aspiramos es la unidad del pueblo de Dios bajo el Señor Jesús, no la unidad genérica de toda la humanidad bajo Roma
Lo mismo ocurre con otras religiones. Antes del Concilio Vaticano II, se les condenaba como paganas e impías; ahora, se les considera caminos legítimos hacia Dios, y a sus seguidores se les llama «hermanos y hermanas». Roma se esfuerza por reunir a todas las religiones en torno a su líder, el papa. No se trata de una teoría conspirativa; es la agenda universalista del catolicismo romano actual, que ha estado en funcionamiento desde el Vaticano II.
Los evangélicos deben ser conscientes de hacia dónde se dirige Roma. No queremos formar parte de un proyecto «católico» que cercene la misión evangélica dirigida a la conversión a Jesucristo de personas que no creen en Él.
La unidad a la que aspiramos es la unidad del pueblo de Dios bajo el Señor Jesús, no la unidad genérica de toda la humanidad bajo Roma. Por razones misiológicas, teológicas, evangelizadoras y estratégicas, los evangélicos deben abordar el catolicismo romano en el mundo actual.