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En la Biblia, leemos cómo el Señor habló a Su pueblo a través del profeta Hageo y expresó una demanda contra ellos:

«Así dice el SEÑOR de los ejércitos: “Este pueblo dice: ‘No ha llegado el tiempo, el tiempo de que la casa del SEÑOR sea reedificada’”». Entonces vino la palabra del SEÑOR por medio del profeta Hageo: «¿Es acaso tiempo para que ustedes habiten en sus casas artesonadas mientras esta casa está desolada?».

Ahora pues, así dice el SEÑOR de los ejércitos: «¡Consideren bien sus caminos! Siembran mucho, pero recogen poco; comen, pero no hay suficiente para que se sacien; beben, pero no hay suficiente para que se embriaguen; se visten, pero nadie se calienta; y el que recibe salario, recibe salario en bolsa rota». Así dice el SEÑOR de los ejércitos: «¡Consideren bien sus caminos!» (Hag 1:2-7).

El pueblo se había concentrado en edificar y arreglar sus casas, pero no se había preocupado por reedificar la casa (el templo) del Señor. Ellos estaban concentrados en servirse a sí mismos, pero no se daban cuenta de que al final lo que estaban haciendo era infructuoso: sembraban, pero no recogían; se vestían, pero no se calentaban. Así que Dios los invita a considerar sus caminos. El pueblo debía detenerse y darse cuenta de que lo que estaban haciendo, servirse a sí mismos, era en vano.

El pueblo se había puesto en el lugar de Dios y no se percataron de que nada de lo que hacían daba el resultado que debía dar. Dios mismo evaporó sus ganancias para enseñarles que construir el templo le traería gloria a Él, y la gloria de Su nombre debía ser la prioridad de ellos.

¿Acaso solo los israelitas tuvieron este problema?

Un factor común

Hay algo con nuestra tendencia hacia la idolatría que no debemos perder de vista y es que, al final, cada ídolo que levantamos —cada cosa que ponemos en el primer lugar que solo merece Dios— tiene el propósito de servir al mayor ídolo de todos: el «yo». De modo que los ídolos que logramos identificar son ramas de un mismo árbol. Al final, hay algo más que estamos buscando y ese algo siempre termina siendo servirnos a nosotros mismos. Cuando levantamos un ídolo estamos buscando, por medio de él, nuestra propia satisfacción, felicidad y plenitud. Al final siempre se trata de nosotros.

Cuando levantamos un ídolo estamos buscando, por medio de él, nuestra propia satisfacción, felicidad y plenitud. Al final siempre se trata de nosotros

Al igual que el pueblo de Israel en los tiempos de Hageo, nosotros también estamos buscando servirnos a nosotros mismos y descuidamos el templo del Espíritu que somos nosotros como cristianos (1 Co 3:16). Descuidamos nuestro caminar con el Señor y no prestamos atención a la manera en la que lo estamos deshonrando a Dios, al levantar ídolos delante de Él y buscar nuestro propio bienestar por encima de Sus propósitos.

No obstante, hoy, así como lo hizo con el pueblo de Israel, el Señor también nos llama a detenernos y considerar nuestros caminos. A evaluar nuestros corazones delante de Él. Los ídolos en nuestro corazón necesitan ser derribados, pero poder derribarlos requiere que podamos identificarlos.

Evaluando nuestros corazones

Aquí te comparto algunas preguntas que pueden servirte, como a mí, para evaluar tu corazón e identificar si has levantado algún ídolo delante del Señor. Pregúntate:

1. ¿Hay algo que desee, o que ya tenga, que esté consumiendo mis pensamientos?

Nuestros ídolos nos consumen y aquello a lo que le damos nuestra adoración tiende a inundar nuestros pensamientos.

2. ¿Qué pasa en mi corazón cuando pienso en la posibilidad de no tener eso que deseo?

Si pensar en la posibilidad de no tener eso que anhelas te causa desesperación, ansiedad y una angustia profunda y duradera, puede que eso que anhelas sea un ídolo que has levantado en tu corazón.

3. ¿Pienso que mi felicidad depende de algo o alguien que no es el Señor?

Cuando levantamos un ídolo pensamos erróneamente que de eso depende nuestra plenitud y felicidad.

4. ¿Puedo alegrarme cuando otro tiene lo que deseo o, en su lugar, mi corazón se entristece?

Quizás cuando vemos que otro tiene lo que deseamos nos cuesta alegrarnos con el bien del otro y lo que termina causando en nuestro corazón es tristeza y hasta enojo.

5.  ¿Logro ver otras bondades de Dios en mi vida y estar agradecido?

Una de las cosas que ocurre cuando algo que deseamos, y que no hemos recibido, se convierte en un ídolo es que no somos capaces de ver todas las demás formas en las que Dios nos ha bendecido, pues solo vemos aquello que Él no nos ha dado.

6. ¿Me siento sin propósito porque no tengo lo que deseo?

Has levantado un ídolo cuando piensas que poder tener «eso» en tu vida es lo único que te proveerá de un sentido de propósito y de identidad.

7. ¿A dónde se van mis finanzas?

La manera en la que gastamos nuestros recursos dice mucho de aquello que consideramos importante.

8. ¿De qué sería capaz con tal de tener eso que anhelo o preservarlo?

¿Sería capaz de deshonrar el nombre del Señor para conseguir lo que deseo o mantener eso que aprecio? ¿Estamos dispuestos a no considerar cómo afectamos a los demás con tal de tener lo que nuestro corazón desea?

Llevando nuestro corazón a Cristo

Si, luego de reflexionar en las preguntas anteriores, el Señor ha hablado a tu corazón y has identificado algún ídolo en tu corazón, ve a Jesús y derriba esos ídolos a Sus pies, porque Él te ofrece Su perdón y quiere darte la plenitud que tu alma tanto anhela. Los ídolos no pueden completarnos ni darnos la plenitud que tanto deseamos.

Eso que tanto deseamos no es lo que nos hará completos, dará identidad,  propósito o plenitud, porque todo eso está solo en Jesús

La realidad es que nuestras vidas están completas ahora porque tenemos a Jesús y lo tenemos por completo. Todo lo demás que podamos recibir son dádivas para ser disfrutadas en Él.

Pero hay algo más que no quiero dejar de compartir: Poder derribar nuestros ídolos y confiar solamente en el Señor requerirá que podamos no solo amar más a Jesús, sino entender qué tan amados somos por Él.

El apóstol Pablo oraba que los cristianos en Éfeso entendieran la anchura y la longitud, lo alto y lo profundo del amor de Cristo (Ef 3:17-19), pues ese amor fiel es lo que nos hace estar seguros. Es ese amor el que nos invita a confiar plenamente en Él porque solo Dios nos ama «hasta el fin», hasta entregar Su vida en Cristo, hasta completar Su obra por medio de Su Hijo a nuestro favor.

No hay nada en esta tierra que pueda darnos la plenitud que solo Cristo ofrece. Eso que tanto deseamos o valoramos no es lo que nos hará completos, no nos dará identidad, no nos dará propósito, no nos dará plenitud, porque todo eso está solo en Jesús.

En el poder de Su Espíritu, y por la seguridad del amor de Cristo, consideremos nuestros caminos y derribemos los ídolos que podamos identificar, porque solo Jesús es digno de nuestra confianza y adoración.

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