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En el diálogo entre Eva y la serpiente, en Génesis, leemos lo siguiente:

“¿Conque Dios les ha dicho: ‘No comerán de ningún árbol del huerto’?”. La mujer respondió a la serpiente: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, Dios ha dicho: ‘No comerán de él, ni lo tocarán, para que no mueran’” (Génesis 3:1b-3).

Las palabras “ni le tocarán” son una regla que Eva añadió al mandamiento de Dios y que no sirvieron de mucho para que Adán y Eva no cayeran en pecado. Ya nuestros primeros padres mostraron esa tendencia tan humana de crearnos reglas autoimpuestas que parecen ayudarnos a guardarnos de caer en la tentación. Sin embargo, al igual que ellos, nos confundimos si creemos que estas reglas humanas serán útiles para ayudar a los demás cuando la Palabra de Dios ya es suficiente. 

Esta creación de reglas adicionales a las establecidas por el Señor también se observa en las iglesias, en donde el liderazgo y los pastores suelen ir creándolas para el supuesto beneficio y cuidado de la membresía, pero ellas se convierten en motivo de control e imposición sobre las ovejas.

Para entender este problema, te presentaré algunas frases que he escuchado de algunos pastores que han terminado imponiendo reglas sobre sus miembros:

  • Un cristiano nunca debe tomar nada de alcohol y ni siquiera juntarse con esas personas que sí lo hacen, así sea en momentos en que ellos no están bebiendo (cuando un hermano está relacionándose con amigos no cristianos).
  • ¿Qué es más importante: la fiesta de cumpleaños de tu hermano o el servir al Señor? (Cuando un servidor pide permiso para faltar un domingo a la reunión).
  • La ropa que llevas puesta debe ser un reflejo del Dios al que sirves (dicho a una persona de escasos recursos que no tiene ropa especial para ir a la iglesia).
  • A la casa del Señor no se puede entrar con esos pantalones y con gorra (dicho a un joven que se viste con la moda del momento).

Muchos pastores y líderes imponen algunas reglas más allá de la Escritura con buenas intenciones, pero la experiencia demuestra que esto genera situaciones que lastiman y no producen los resultados esperados.

Estas reglas nos inclinan a (1) buscar “santificar” a nuestros hermanos en nuestras propias fuerzas; (2) esconderlos del mundo en donde deberían ser sal y luz; y (3) olvidar que la santidad de nuestro hermano es un trabajo comunitario, no solo del pastor.

Santos en Cristo

Sabemos y creemos que no podemos cambiar a las personas. Sin embargo, a veces no distinguimos entre los mandamientos de Dios y los nuestros. Por eso solemos pedirles a las personas “mayor cooperación“ para guardar su santidad a través de nuevas reglas preparadas por nosotros. Crear e imponer nuestras reglas o las de las autoridades a los miembros no debe ser el estándar para el crecimiento espiritual de la iglesia local. En cambio, debe ser siempre la Palabra de Dios expuesta, enseñada y meditada la que produzca el crecimiento a través de la obediencia.

Una de las razones para imponer reglas adicionales a la Palabra es porque existe el temor de que los congregantes sientan “demasiada libertad” al solo tener la Biblia. Creemos, por ejemplo, que si les decimos que no es pecado tomar bebidas alcohólicas, ellos podrían salir corriendo a la próxima fiesta a beber sin freno. Sin embargo, debemos recordar que Dios mismo es el que guarda a su iglesia y que, si esas personas han sido convertidas por el Señor, entonces gozan de la presencia y dirección del Espíritu Santo. 

Las reglas humanas no producen crecimiento espiritual

Las reglas humanas no producen crecimiento espiritual, pero lo más preocupante es que estas reglas creadas por el liderazgo solo fomenten mera religiosidad: una apariencia exterior de “buenos cristianos” sin victoria con el evangelio y la Palabra de Dios sobre las luchas contra el pecado. 

Pedro nos recuerda el mandato de Dios: “Sean santos porque Yo Soy Santo“ (1 P 1:16). Glorificamos a Dios cuando somos semejantes a Él al obedecer lo que Dios mismo ha ordenado y no por mandamientos humanos (por más bienintencionados que estos sean). Debemos arrepentirnos de querer añadir mandamientos cuando la Palabra es suficiente, el Señor Jesucristo es cabeza de Su iglesia y el Espíritu Santo nos guía a toda la verdad.

Enviados al mundo

He buscado servir a Cristo desde que lo conocí. Empecé asistiendo los sábados a las reuniones de jóvenes y los domingos a los servicios. Luego, poco a poco, se añadieron los lunes con las juntas de equipos ministeriales, los martes con reuniones de intercesión, los miércoles con la reunión de oración y los viernes con el estudio de grupos pequeños. Sin darme cuenta, estaba toda la semana asistiendo a la iglesia por algún motivo. 

Un tiempo después noté que por más de un año no había compartido mi fe con un no creyente, pero no porque no quisiera, sino porque siempre estaba rodeado de creyentes, de personas que venían a las reuniones de la iglesia. Yo hablaba con ellos, oraba por ellos, les enseñaba, pero eso solo era posible porque ellos venían a la reunión de la iglesia. No había un “ir” a predicar el evangelio, sino un “estar” siempre en el edificio de la iglesia.

Los líderes debemos cuidar de forma integral a las personas que sirven a la iglesia local

Mi tiempo de escuela y trabajo era solo de asistencia, pues no tenía tiempo para hacer amigos, para ser sal y luz en medio de ellos. Esto podría justificarse pensando que yo quería vivir en santidad, pero ese no era el caso: la realidad es que había copado mis horarios con actividades dentro de la iglesia. Para los compañeros de trabajo y escuela, yo era como un monje que venía a la ciudad a comprar víveres y no se relacionaba con nadie.

Lo que mi experiencia me enseñó es que los líderes debemos cuidar de forma integral a las personas que sirven a la iglesia local. Lo primero que debemos cuidar es que no agoten su tiempo dentro de las cuatro paredes de la iglesia. Es importante que se involucren con sus familias y amigos, que participen en la sociedad y la cultura, en los deportes, en las escuelas, en los trabajos. Quizás asistirán menos a las actividades de la iglesia, pero ahora tendrán más tiempo para formar grupos pequeños con sus compañeros de trabajo; podrán leer la Biblia con ellos y ser sal y luz en medio de sus familiares, amigos, vecinos y colegas. 

Debemos procurar que el liderazgo de la iglesia edifique al cuerpo de Cristo, pero también que ellos brinden, de forma intencional, oportunidades y tiempo para que los miembros participen en la misión de Dios de llevar luz en la comunidad donde se les ha puesto como influencia. Tendemos a acomodarnos en la iglesia porque es más fácil servir en esta área “diseñada para hablar de Dios” (es decir, el edificio de la iglesia local), y no en salir al mundo. Sin embargo, debemos romper la burbuja eclesiástica e iluminar a la sociedad.

Jesús mismo nos envía como ovejas en medio de lobos, pero no nos deja solos: Su Espíritu nos guía y toda la familia de creyentes avanza junta en esta tarea.

Un trabajo comunitario

Vivir en misión no es el trabajo de un solo hombre, el pastor de la iglesia. No le corresponde solo a él buscar que los creyentes sean más como Jesús y unir al cuerpo de creyentes de una iglesia local en amor, ni solo él está llamado a exhortar a los creyentes para que obedezcan a Jesus y animarlos a que vayan y hagan discípulos.

De acuerdo con el libro Comunidades en misión publicado por Iglesia Reforma, de Guatemala, una comunidad es definida como “un grupo de personas que viven juntas en misión, unidas por Jesús, para ser como Jesús, obedecer a Jesús y hacer discípulos de Jesús”. Los pastores hacen discípulos, pero también los discípulos hacen discípulos.

No descansamos en mandamientos humanos para vivir una vida santa, sino en el evangelio que es poder de Dios para salvación y transformación

Para los creyentes es difícil reconocer que deben realizar esto porque suelen sentirse siempre inadecuados. Por otro lado, la lucha del pastor es poder soltar, confiar en que los discípulos vayan y hagan más discípulos. Pero mientras cada uno haga su parte, el evangelio será proclamado y la iglesia hará discípulos que se parecerán a Cristo. Así el reino de Dios avanzará en la tierra.

El evangelio > mandamientos humanos

La iglesia es el cuerpo de creyentes, incluyendo al pastor. La relación entre pastores y ovejas debe verse fortalecida no solo por seguir determinadas normas y líneas de autoridad y servicio ministerial, sino por el crecimiento de la confianza y el amor de los unos a los otros. Así el miembro de una iglesia podrá dejar de aparentar delante de los demás ser alguien que no es, dejará de cumplir reglas buscando su propia justicia y descansará al saber que necesita el evangelio todos los días.

Líderes cristianos, los creyentes necesitan tiempo para vivir en sus áreas de influencia. Ayudémoslos para que puedan seguir siendo voluntarios fuera de las cuatro paredes de la iglesia, llevando el evangelio del reino en donde quiera que estén. Los pastores necesitan crecer en su confianza en que Dios cuida a su rebaño, del cual ellos forman parte, para así juntos crecer en fe viendo cómo Dios obra de manera incomparable. La iglesia es la familia que necesitamos, tanto ovejas como pastores.

Recordemos que no descansamos en mandamientos humanos para vivir una vida santa, sino en el evangelio que es poder de Dios para salvación y transformación.

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