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Abraham fue elegido por Dios para ser el patriarca de la nación de Israel y llegó a ser conocido como «el Padre de la fe». Fue llamado por el Señor para ser instrumento de bendición y salvación, tanto para el futuro pueblo de Israel como para todas las naciones de la tierra (Gn 12:3). Abraham tuvo una fe sorprendente que tuvo como fruto su obediencia a Dios hasta el final de sus días, dejando un legado significativo para las generaciones venideras.

Luego de la historia de Noé y la dispersión de las personas sobre toda la tierra a partir de la torre de Babel, la narrativa de Génesis se enfoca en la figura de Abraham, quien en ese momento se llamaba Abram. Abram fue hijo de Taré y hermano de Nacor y Harán (Gn 11:26). Luego de la muerte de Harán, Taré salió de Ur de los caldeos junto a sus hijos y sus familias, y se trasladó a la tierra llamada Harán, la cual quedaba en dirección a la tierra de Canaán. Es en esta tierra donde…

«el Señor dijo a Abram:
“Vete de tu tierra,
De entre tus parientes
Y de la casa de tu padre,
A la tierra que Yo te mostraré.
Haré de ti una nación grande,
Y te bendeciré,
Engrandeceré tu nombre,
Y serás bendición”» (Génesis 12:1-2).

Abram obedeció al llamado del Señor y a la edad de 75 años se trasladó a la tierra de Canaán. Sarai, su esposa, era estéril. Sin embargo, el Señor le prometió que tendría descendencia e hizo un pacto con él (Gn 15; 17:1-8), el cual ratificó cuando Abram tenía 99 años, momento en que Dios le cambió el nombre de Abram a Abraham y le explicó su significado: «porque Yo te haré padre de multitud de naciones» (Gn 17:5). También a Sarai la llamó Sara (Gn 17:15). Dios requerirá posteriormente de Abraham la señal física de la circuncisión como evidencia distintiva del pacto ratificado.

Aunque Abraham fue un modelo de obediencia, también fue un hombre que batalló con sus pecados. Mintió un par de veces diciendo que su esposa era su hermana (Gn 12:10-13; 20:8-12). También dudó en un momento dado del poder de Dios cuando Él le informó que tendría un hijo de Sara (Gn 17:17).

Sara también tuvo conflictos de fe, los cuales le impidieron creer que podría procrear en su vejez. Producto de sus dudas, nació Ismael como fruto de la unión entre Abraham y la sierva Agar, a quien Sara entregó al patriarca para que le diera descendencia. Esa acción apresurada le generó muchos problemas tanto a Sara como a Abraham, los cuales repercutieron en la posteridad (Gn 16:5; 21:10).

Abraham es conocido como un hombre que confió en Dios. Se le conoce como «el padre de la fe», a pesar de sus pecados y debilidades. El autor de Hebreos destaca sobre Abraham que «él consideró que Dios era poderoso para levantar aun de entre los muertos» (Hebreos 11:19).

Quizá una de las escenas más impresionantes protagonizadas por Abraham fue el momento en que Dios prueba su fe al pedirle que sacrificara a su hijo Isaac. El muchacho probablemente era un adolescente. Sin embargo, recuerda que se trataba del hijo por medio del cual Dios le había dicho que vendría el cumplimiento de la promesa. La llegada de ese hijo fue añorada por muchos años. No obstante, ahora Dios pide a Abraham que sacrifique a Isaac. Contra todo pronóstico y con una confianza impresionante, Abraham obedece sin quejas y sube al monte dispuesto a sacrificar a su primogénito.

La historia bíblica nos relata que, de improviso, un ángel intervino para evitar que Abraham efectuara el sacrificio de su hijo: «Y el ángel dijo: “No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada. Porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único”» (Gn 22:12).

El apóstol Pablo también resalta que cuando Abraham recibió aquella promesa de descendencia se mantuvo firme «delante de Aquel en quien creyó, es decir Dios, que da vida a los muertos y llama a las cosas que no son, como si fueran» (Ro 4:17). Más adelante, Pablo agrega que Abraham «no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios» (Ro 4:20).

El patriarca estuvo «plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo. Por lo cual también su fe le fue contada por justicia» (Ro 4:20‭-‬22).

Abraham fue un hombre de fe que pasó a la historia como alguien que depositó su confianza en la promesa de Dios. Ahora bien, el alcance y cumplimiento de la promesa dada al padre de multitudes, la vemos materializarse solo en y por medio de la persona de Cristo Jesús.

Como Abraham, también somos llamados a poner nuestra fe en Cristo con miras a recibir la justificación que hay en Él. Me refiero al mismo que «fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4:25).

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