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Definición

El pecado es la cualidad de cualquier acción humana que hace que no glorifique al Señor de manera plena. Estuvo presente por primera vez en la desobediencia de Adán y Eva en el jardín del Edén. Ha corrompido a todas las personas, excepto a Cristo, y conduce a la muerte, tanto a nivel corporal como espiritual.

Sumario

El pecado es el fracaso humano en guardar la ley de Dios y sostener en alto su justicia y, así, falla en glorificar al Señor de manera plena. Si bien hay muchas manifestaciones diferentes que el pecado puede adoptar, todas tienen sus raíces en la desobediencia inicial de Adán y Eva en el jardín (Gn 3). Todos los seres humanos, excepto Jesucristo, han nacido en pecado y no pueden escapar de la culpa y el castigo que conlleva el pecado fuera de la libertad que se encuentra en Cristo. Dios no creó el pecado o el sufrimiento que el pecado trae al mundo, pero Dios es soberano sobre Su mundo y proporciona una manera de reconciliarse con Él: la fe en Jesús, Su Mesías.

La Biblia usa muchas palabras para referirse al pecado. Muchas son expresiones que ven el pecado como un fracaso o una «falta» que no cumple con un estándar. En este sentido, el pecado es el fracaso en guardar la ley de Dios («infracción de la ley», 1 Jn 3:4), una ausencia de Su justicia, una carencia de reverencia a Su Persona, una negativa a conocerle y, de manera más notable, un fracaso en «[alcanzar] la gloria de Dios» (Ro 3:23; cp. Jud v. 15; Ef 4:18). Así, el pecado es la cualidad de cualquier acción humana que hace que no glorifique de manera plena al Señor. Más específicamente, las descripciones bíblicas del pecado pueden definirse como un fracaso en glorificar a Dios y una rebelión contra Él (1 Jn 3:4; Ro 1:18; 3:23; Ef 4:18); como ofensa contra Dios y una violación de Su ley (Gn 39:9; Sal 51:4; Ro 8:7; 1 Jn 3:4); como un acto voluntario y una realidad presente de la existencia humana (Ez 18:4; Mt 7:17); como personal y social (Jos 7; Is 1:2-4; 10:1-4; Jr 5:12, 28-29); como involucrando comisión (un acto realizado), omisión (un acto no cumplido) e imperfección (un acto realizado con motivos equivocados; Mt 22:37); como un elemento de rebeldía en la creación (Gn 1:31); como una falla en representar al Creador ante el mundo (Jr 2:11-12; Ro 1:23; 3:23; 8:20-22; 1 Co 1:18-25); como incluyendo culpa y contaminación (Mr 7:21-23; Ro 1:18; cp. 3:19-20; Ef 2:3); que incluye pensamientos (Éx 20:17; Mt 5:22, 28), palabras (Is 6:5; Stg 3:1-18) y acciones (Gá 5:19-21); como engaño (Jr 17:9; Heb 3:12-13); y como teniendo un comienzo en la historia y un fin en el futuro (1 Co 15:55-57; ver John W. Mahony, A Theology of Sin for Today [Una teología del pecado para el presente] en Fallen: A Theology of Sin [La caída: Una teología del pecado]).

La creación y el pecado

A primera vista, uno podría concluir que esta primera época de la historia bíblica tiene poco que aportar a nuestra comprensión del pecado. Después de todo, el pecado ni siquiera se menciona, ¡pero ese silencio dice mucho! En particular, la enseñanza de Génesis sobre la creación de Dios aclara dos principios fundamentales relacionados con el pecado (ver Christopher W. Morgan, Sin in the Biblical Story [El pecado en la historia bíblica] en Fallen: A Theology of Sin [La caída: Una teología del pecado]).

Primero, el pecado no es algo creado o de la autoría de Dios. Más bien, Dios creó un universo bueno y seres humanos buenos. Génesis 1–2 muestra que el Creador es trascendente, soberano, personal, inmanente y bueno. La bondad de Dios se muestra al convertir el caos en algo bueno: los cielos y la tierra. Su bondad se refleja de forma aun más clara en la bondad de Su creación, evidenciada por el constante estribillo: «Y vio Dios que era bueno» (1:4, 10, 12, 18, 21, 25), una bondad acentuada en el sexto día: «y era bueno en gran manera» (v. 31). La luz, la tierra, la vegetación y los animales son bendiciones que Dios provee de manera generosa para el beneficio de la humanidad, como lo son las habilidades para conocer a Dios, trabajar, casarse y procrear. Dios bendice al ser humano con el sabbat, lo coloca en el placentero jardín del Edén, le da una ayuda idónea y establece una sola prohibición, para promover su bienestar y no para agobiarle.

El Dios bueno crea un mundo bueno para el bien de Sus criaturas. Los seres humanos son creados buenos y bendecidos sin medida, hechos a imagen de Dios, con libertad y en una relación sin restricciones con Dios. Como resultado, echarle la culpa del pecado al Dios bueno y generoso es antibíblico e infundado. En el principio, Dios crea un cosmos bueno con humanos buenos que tienen buena relación con Él, consigo mismos, entre sí y con la creación.

Segundo, el pecado no es original. No siempre existió. Desde un punto de vista teológico, la creación del universo por parte de Dios, a partir de la nada, muestra que solo Él es independiente, absoluto y eterno. Todo lo demás fue creado. Además, la bondad inherente de la creación no deja lugar para un dualismo fundamental entre espíritu y materia. Contrario a la opinión de algunas tradiciones filosóficas y religiosas, la Biblia enseña que la materia es parte de la creación de Dios y es buena. El pecado es un asunto ético, no físico ni está ligado al cosmos mismo.

Desde un punto de vista histórico, la historia de la creación cuenta que hubo un tiempo en que no había pecado. El pecado no es original. El mundo ya no es como era y, como dice amablemente Cornelius Plantinga: «no es como se supone que debe ser» (ver Cornelius Plantinga, Not the Way It’s Supposed to Be: A Breviary of Sin [No es como se supone que debe ser: Un breviario del pecado]).

La caída y el pecado

Dios no creó el pecado, sino que creó un universo bueno y seres humanos buenos. Por desgracia, Adán y Eva no obedecieron el mandato de Dios de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, sino que «cayeron». El «astuto» tentador cuestiona la veracidad, soberanía y bondad de Dios, y desvía la atención de la mujer de la relación de pacto que Dios había establecido. En la escena central, la caída alcanza su clímax. La secuencia fatal se desarrolla con rapidez: Eva «vio», «tomó», «comió» y «dio» (Gn 3:6), y la secuencia culmina en «él comió». Pero el fruto prohibido no cumple lo que promete el tentador, sino que trae nuevas realidades oscuras, como había advertido el pacto veraz y bueno del Señor.

Este acto inicial de rebeldía trae la justicia divina. Las consecuencias del pecado del hombre son oportunas y devastadoras. La pareja de inmediato siente vergüenza al darse cuenta de que están desnudos (3:7). Sienten su alejamiento de Dios y tratan tontamente de esconderse de Él (vv. 8-10). Temen a Dios y Su respuesta (vv. 9-10). Su alienación mutua surge cuando Eva culpa a la serpiente, mientras que Adán culpa a Eva y, por insinuación, incluso a Dios (vv. 10-13). El dolor y la tristeza sobrevienen. La mujer experimentará dolor en el parto; el hombre se fatigará al tratar de sembrar alimento en una tierra plagada de pestes y malas hierbas; y ambos pronto descubrirán la disonancia en su relación (vv. 15-19). Peor aún, Dios los destierra del Edén, lejos de Su gloriosa presencia (vv. 22-24).

Cómo desearían haber prestado atención a la advertencia de Dios: si comes del árbol del conocimiento del bien y del mal, «ciertamente morirás» (2:17). Al comer la fruta prohibida, no mueren de inmediato por algo como un paro cardíaco. Pero mueren espiritualmente y sus cuerpos también comienzan a experimentar la descomposición gradual que conduce finalmente a su muerte física (como dice el juicio de Dios: «al polvo volverás», 3:19).

Lo más devastador es que estas consecuencias no solo afectan a Adán y Eva, sino que también se extienden a sus descendientes. La escena es deprimente, ya que la vida se vuelve difícil, con toda la humanidad excluida del jardín.

Entonces, al principio, Dios crea un cosmos bueno con humanos buenos que tienen buenas relaciones con Él, ellos mismos, entre sí y con la creación. Pero el pecado entra en escena e interrumpe cada relación del ser humano: con Dios, con ellos mismo, con los demás y con la creación.

Los comentarios de Pablo en Romanos 5:12-21 también arrojan luz sobre la caída. El tema principal de este pasaje no trata sobre el pecado, pero es instructivo, ya que sitúa la obra de Cristo en el contexto del pecado de Adán. El pecado entró por medio de Adán, la muerte se extiende y reina, y se dictamina la condenación. En contraste, en Cristo hay justicia, nueva vida y justificación.

Síntesis

El pecado es fundamentalmente contra Dios y un fracaso en vivir como la imagen de Dios. En esencia, el pecado debe definirse como estar en contra de Dios. Los relatos que describen la caída sugieren que el pecado es la rebelión contra Dios, la ruptura de Su pacto y el fracaso en vivir como portadores de Su imagen, servirle como reyes y sacerdotes de acuerdo con Su voluntad y en Su misión. Como tal, el pecado es cambiar la gloria del Dios incorruptible por algo menos, como los ídolos (Ro 1:23; cp. Sal 106:20; Jr 2:11-12). El pecado es estar destituido de la gloria de Dios y trae descrédito al nombre de Dios (Ro 3:23; 2:24).

El pecado entra en la experiencia humana por medio del pecado de Adán. Está claro históricamente en Génesis que el pecado es un intruso que se escabulle en la experiencia humana por medio del pecado de Adán. Este hecho también está claro teológicamente en la carta a los Romanos: «El pecado entró en el mundo por medio de un hombre» (5:12). Aunque la claridad con respecto a las razones del pecado de Adán permanece fuera de nuestro alcance, las Escrituras indican que el pecado de Adán no solo resulta en su propio castigo, sino que también tiene terribles consecuencias para toda la humanidad. Adán peca no solo como el primer mal ejemplo, sino como el representante de toda la humanidad. Recuerda lo que afirma Romanos 5:12-21 y el contraste que hace entre Adán como nuestro representante y la representación de Cristo. En Adán hay pecado, muerte y condenación. En Cristo hay justicia, vida y justificación. En Adán está la era antigua, el dominio del pecado y la muerte. En Cristo hay un nuevo reino, marcado por la gracia y la vida (cp. 1 Co 15:20-57).

El pecado es universal, nadie se escapa. Génesis 3–11 sugiere que la caída de Adán resulta en la pecaminosidad humana universal y Pablo lo enfatiza (Ro 5:12-21). En particular, el versículo 19 lo plantea con claridad: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos» (v. 19). Esto también se puede ver por medio de la insistencia de Pablo en que nadie está exento, por cuanto todos pecaron y están destituidos (Ro 3:23); no hay justo, ni aun uno (3:10-18).

El pecado produce la culpa y la condenación humana universales. Romanos 5:12-21 muestra esto, particularmente en los versículos 16 y 18: «el juicio surgió a causa de una transgresión, resultando en condenación» (v. 16); «por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres» (v. 18). La enseñanza de Pablo habla de manera similar: todos éramos «por naturaleza hijos de ira» (Ef 2:1-3). Los humanos son universalmente culpables por naturaleza (por nacimiento; cp. Gá 2:15) y, por lo tanto, están condenados bajo la ira de Dios.

El pecado engendra la muerte humana universal. Esto es evidente desde Génesis, que incluye la advertencia de Dios: «del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (2:17). El juicio de Dios sobre Adán es evidente: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (3:19). La nueva entrada de la muerte también es clara porque Adán y Eva fueron expulsados del Edén y por la no participación en el árbol de la vida (vv. 22-24). Que el pecado de Adán resulta en la universalidad de la muerte humana también se manifiesta en Romanos 5:12-21. La muerte entra en la historia humana por el pecado de Adán y se extiende a todos (v. 12). De hecho, la universalidad de la muerte aclara que el pecado estaba en el mundo antes de que se diera la ley (vv. 13-14). Pablo lo expresa de forma clara: «por la transgresión de uno murieron los muchos» (v. 15); «el pecado reinó en la muerte» (v. 21); y luego, «la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (6:23).

El pecado trae corrupción universal. La corrupción de todos está relacionada de manera directa con el dominio del pecado y la muerte que acabamos de mencionar. De hecho, Romanos 5:12-21 une el pecado de Adán, los humanos constituidos como pecadores, la culpa universal, la muerte universal y el dominio de la muerte. El dominio del pecado y de la muerte es la condición macroambiental en la que ocurre la vida; la particular corrupción humana forma parte de los aspectos personales e individuales del dominio del pecado y de la muerte.

El pecado resulta en la realidad del sufrimiento humano. Así como el pecado entra por medio de Adán, también lo hacen sus efectos, incluido el sufrimiento. Así como Dios no es el autor del pecado, tampoco lo es del sufrimiento. El sufrimiento no es parte de la buena creación de Dios, sino un subproducto del pecado.

El pecado crea relaciones rotas en todos los niveles. Como se señaló, Dios creó un buen cosmos con buenos seres humanos que tenían buenas relaciones con Dios, consigo mismos, entre sí y con la creación. Pero el pecado entró en escena y trajo ruptura y distanciamiento en cada relación del ser humano: con Dios, con uno mismo, con los demás y con la creación.

Las buenas noticias

De hecho, «la historia bíblica arroja mucha luz sobre el pecado. Pero claramente, el pecado es solo el telón de fondo, nunca el punto. Emerge en la buena creación de Dios como un intruso temporal, causa muchos estragos y tiene a muchos en sus garras. Pero no es rival para la obra de Dios en Cristo. Por medio de la vida sin pecado de Jesucristo, muerte que lleva el pecado, resurrección que vence al pecado y segunda venida que aplasta el pecado, el pecado y su descendencia de sufrimiento y muerte reciben el golpe mortal. El pecado abundó, pero la gracia sobreabunda» (Morgan, Sin in the Biblical Story [El pecado en la historia bíblica], en Fallen: A Theology of Sin [La caída: Una teología del pecado], p. 162).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sol Acuña Flores.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

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