Siempre he sido malo en los deportes.
Recuerdo en el bachillerato (preparatoria, secundaria, High School) un grupo de amigos que trataban de ayudarme a aprender a jugar básquetbol y baseball. Recuerdo una vez qué logré batear la pelota y lancé el bate detrás de mí, casi matando al que estaba de cátcher. Recuerdo una vez jugando básquet que se decidió que mis tiros de dos valían tres. También recuerdo que perdimos. Algo similar pasó con el Fútbol. En el único deporte que no soy terrible es en natación (¿sí es un deporte?). De hecho, hasta diría que soy buen nadador. Pero nada extraordinario. Así que, si en algún momento un equipo deportivo está contando conmigo para ganar un partido… digamos que no sería muy prudente.
Estaba pensando en esto el otro día mientras leía la Carta a los Romanos. El capítulo 1 presenta la universalidad del pecado humano al ignorar a Dios y suprimir Su verdad. En el 2 vemos que los Judíos no están exentos. En el 3 tenemos la conocida enseñanza de que » todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Ro.3:24). Una perspectiva oscura. Pero de inmediato, Pablo nos deja ver que en Cristo Jesús, los creyentes…
«son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús», Romanos 3:24-26
Dios otorga salvación gratuitamente en Cristo Jesús, y es de Él y para Él. Él es el justo, y Él es el que justifica. El apóstol Pablo explica más esta salvación en Cristo a través de la fe en los capítulos siguientes. Ahora, cuando llega al capítulo 7, una vez más la situación se pone gris. En uno de esos textos difíciles de entender, Pablo nos presenta el terrible dilema de que:
«La Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo. Porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la Ley, reconociendo que es buena. Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno. Porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico», Romanos 7:14-19.
¿Cuántas veces no hemos dicho «no lo vuelvo a hacer», y de pronto volvemos a caer? ¿Cuántas veces hemos tratado de matar nuestro orgullo, nuestra vanidad, nuestra lujuria, de domar nuestra lengua, de honrar más a nuestros padres, de servir mejor a nuestras iglesias, de amar más a nuestro Señor… ¡y de verdad queremos!… pero nos quedamos cortos? Por alguna razón en nosotros, los seres humanos caídos, aun cuando tengamos el deseo de agradar a Dios en todo, no lo logramos. ¿Por algo Pablo mismo exclamaba: ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? (Ro. 7:24).
Gracias Cristo
Si conoces la Biblia, sabes que Pablo responde esta pregunta inmediatamente: «Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Ro. 7:25). Esta verdad hace la transición a mi capítulo favorito de la Biblia, Romanos 8. Aquí hay tantas, tantas hermosas verdades que desempaquetarlo tomaría libros y libros. Y solo me quedan unas 400 palabras en este escrito, así que déjame ir al punto. Romanos 1,2,3 y 7 muestran a un hombre que es peor en hacer la voluntad de Dios que yo jugando baseball. A un hombre que peca con su mente, con sus acciones, con su juicio, con su lengua, con su vida, y aun con sus intenciones. A un hombre tan perdido que el Dador de la vida tuvo que morir asesinado por los mismos quienes Él iba a salvar. Escucha: si ganar la salvación dependiera de nosotros, el juego estaría perdido para siempre. Eso es verdad porque lo dice la Biblia, y es verdad porque tú y yo nos conocemos y sabemos cómo somos. Necesitamos un Salvador mayor, mejor, más puro y más santo que nosotros.
«Pues lo que la Ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu», Ro. 8:3-4.
¡Gloria a Dios por Cristo!
Juego ganado
Creo que hasta ahí todos los cristianos estamos de acuerdo. El problema es lo que sigue: una gran cantidad de cristianos creen que Dios nos regaló la salvación, pero que ahora nos toca a nosotros mantenerla. En las próximas semanas voy a estar escribiendo de algunos pasajes que parecieran enseñar que los cristianos comprados por sangre pueden perder su salvación. Sin embargo, en este momento quiero solo que meditemos en el argumento del Espíritu de Dios al final de este capítulo:
«Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro», Romanos 8:38-39.
Amado hermano, ¿qué puede separarte del amor de Dios? La Biblia dice claramente que las situaciones terrenales no pueden separarnos de Él. La Biblia enseña que Satanás y los demonios no pueden separarnos de Él. Y, ¿adivina qué? La Biblia enseña que ni tú ni yo podemos separarnos de Él. Pablo nos dice que «ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios». Tú yo yo fuimos creados. Tú y yo no podemos separarnos de Él.
El único que podría separarnos de Dios es Dios. Pero debido a que estábamos apartados de Él, Cristo Jesús vino y pagó por nuestros pecados y nos regaló vida… pero no cualquier vida… ¡vida eterna! Por nuestra inhabilidad de salvarnos, Dios mismo se hizo hombre y nos dio su vida. Y ahora, Él nos compró: y nos compró para siempre. Si tú o yo nos perdiéramos, quien queda entre dicho es Él: quien luce mal es Él. Yo soy peor en mantener la perfección moral de la ley de Dios que en los deportes. Pero yo soy parte del equipo de Dios. Y no me cabe duda que vamos a vencer. Pero no por mí: por Él. Y no para mi gloria: para la Suya.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: “POR CAUSA TUYA SOMOS PUESTOS A MUERTE TODO EL DIA; SOMOS CONSIDERADOS COMO OVEJAS PARA EL MATADERO.” Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó», Romanos 8:35-37.