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Salmos 42-48 y Juan 13-14

Envía Tu luz y Tu verdad; que ellas me guíen,
Que me lleven a Tu santo monte
Y a Tus moradas.
Entonces llegaré al altar de Dios,
A Dios, mi supremo gozo;
Y al son de la lira Te alabaré, oh Dios, Dios mío.
(Sal. 43:3-4)

Nunca olvidaré una frase que mi abuela solía repetir: “En gustos y en colores, no han escrito los autores”. Esa frase siempre vino a mi mente cada vez que trataba de entender la diversidad multicolor con la que nuestro buen Dios nos ha creado. El hecho de haber vivido en más de seis países me ha hecho más humilde y más dispuesto a entender y bendecir nuestra bella diversidad. Los colores y los gustos son tan diversos como los colores del espectro solar. Por ejemplo, no les ha pasado que ven una camisa en una tienda y se preguntan, ¿quién podría atreverse a usar esa cosa horrible? Para luego darse cuenta que un amigo cercano la está luciendo con orgullo y nos está sugiriendo que nos compremos una igualita para que ambos luzcamos igualitos y espectaculares.

La verdad es que nada está escrito en cuanto a los gustos del ser humano. Aunque estamos estandarizados en muchos sentidos, todavía seguimos manteniendo muchas peculiaridades que convierten a nuestro querido y pequeño planeta azul en una inmensa paleta multicolor. Sin embargo, tengo que reconocer que muy dentro nuestro tenemos el secreto anhelo de que todos fueran o se comporten de la forma en que nosotros somos o nos agrada. Y claro, si eso sucediera, no dudamos en afirmar que, definitivamente, el mundo sería distinto y hasta más feliz.

Lo cierto es que la normalización nos nos hará disfrutar de una vida más placentera o de mundo mejor. Basta con recordar la belleza de nuestra infinitamente diversa creación para reconocer que el Señor diseñó el universo con un manto multicolor. También podríamos recordar que el apóstol Pablo realizó un canto a la diversidad cuando, en 1 Corintos 12, hizo una descripción del Cuerpo de Cristo en la que mostró que toda intención de poner a los cristianos en una línea idéntica de ensamblaje es impropia para la complejidad natural de la Iglesia. El Espíritu Santo disfruta al colocar a los miembros de la iglesia “como Él quiere”, dando a entender que en su voluntad y sabiduría no hay temor a una diversidad corporativa.

Los salmos son una clara demostración de que el alma humana no está diseñada para una uniformidad que bloquea la multiforme expresión del corazón o que trata de limitar lo que de por sí es demasiado grande como para confinarlo a cuatro o cinco expresiones “políticamente correctas”. Como ya hemos comentado en otras oportunidades, los salmistas nos sorprenden por su sinceridad, libertad, y capacidad para mostrar todas las aristas del alma humana. Ninguno de ellos trata de barnizar o maquillar su irrefrenable realidad.

Escuchemos cantar al salmista con estas palabras: “Sin embargo, Tú nos has rechazado y nos has confundido, Y no sales con nuestros ejércitos. Nos haces retroceder ante el adversario, Y los que nos aborrecen tomaron botín para sí” (Sal. 44:9-10). ¿Qué haríamos nosotros si pasaramos por una situación semejante? Pues quizás, debido a la “normalización seudo-cristiana”, no nos atreveríamos a mostrar los números en rojo; si hacemos eso seríamos desaprobados por nuestros pares, lanzados al destierro, considerados como infieles y hasta peligrosos. Es muy triste saber que en un gran porcentaje, no hay lugar para la sincera espontaneidad que surge de nuestra feroz realidad en muchas de nuestras iglesias hoy en día.

Quizás hay dos cosas que debemos recordar para evitar el encasillamiento, disfrutar la realidad y su maravillosa e indomable heterogeneidad. Lo primero es recordar que “Grande es el Señor, y muy digno de ser alabado En la ciudad de nuestro Dios, Su santo monte” (Sal. 48:1). Nuestro Dios no es pequeño, no está reducido a las cuatro paredes de una iglesia. Muchos menos está reducido a una denominación o los límites de nuestro entendimiento o nuestra conciencia. El Señor es grande en entendimiento, en sabiduría, en paciencia, en misericordia. Nuestras complejidades no lo asustan o atormentan.

Algunos podrían pensar que estoy justificando un poco la displicencia o comprometiéndome con una tolerancia barata. Ni lo uno, ni lo otro. La grandeza del Señor nos permite ser amplios para alabarle con nuestras vidas en gran manera, sin restricciones, con todo lo que somos, en medio de nuestros dilemas y complejidades, delante de todas nuestras circunstancias, las buenas, las malas, las sublimes y hasta las rutinarias. ¿No es esto acaso lo que aprendemos de lo que los salmistas expresan en los salmos, que, de por sí, son ya la expresión máxima de adoración a Dios?

En segundo lugar, Dios nunca nos dejará abandonados en medio de nuestra complejidad y la diversidad de nuestras circunstancias. Lo que estoy viviendo puede parecerle extraño y hasta sumamente complejo a mi amado pastor y a mis líderes, pero eso nunca pasará con el Señor. Él tiene la suficiente capacidad para guiarnos desde el hoyo más profundo de nuestros problemas y encrucijadas. Aunque el laberinto sea imposible de resolver a los seres humanos, nuestro gran Dios puede mostrarnos la salida sin importar cuán profundo es el agujero en el que nos hemos metido o cuán solo nos hayamos quedado. Así lo entendía el salmista: “Porque Este es Dios, Nuestro Dios para siempre; El nos guiará hasta la muerte” (Sal. 48:14).

Nuestro Señor Jesucristo siempre sorprendió a los seres humanos con una vida irrefrenable que rompía los moldes, sacaba de los esquemas, y volvía locos a los religiosos tipo “línea de ensamblaje”. Sin embargo, su estilo de vida debe proveernos el ejemplo para que también nosotros, desde nuestra propia realidad, podamos evitar el sucumbir a la tentación de una vida encasillada, sin sorpresas y sin candor. Nuestro Señor Jesucristo les decía a sus discípulos mientras los sorprendía haciendo lo inaudito: “Ustedes Me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque Lo soy. Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan” (Jn. 13:13-15).

No basta con saber que Jesús fue radical, que amó a los pecadores, que revolucionó su tiempo, que actúo sin temor al qué dirán, porque lo que Jesús le dijo a los discípulos con respecto a sus actos ejemplares, también nos lo dice a nosotros… “Si saben esto, serán felices si lo practican” (Jn. 13:17).

Por eso termino con esta pregunta: ¿Alguna espontaneidad o acto de fe pendiente en tu propio calendario?


Imagen: Lightstock.
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