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Muchas veces cuando pensamos en enseñar ciencia a nuestros hijos (sobre todo si eres un padre que educa en casa) sentimos una carga pesada sobre nuestros hombros. Recuerdas esos años en los que estuviste en la escuela y no te llevabas bien con la física ni con los informes de laboratorio —que por cierto, nunca entendiste bien por qué los tenías que hacer. O quizá sí te emociona la idea de enseñar ciencia a tus hijos, pero comienzas a sentirte ansioso y a perderte en la cantidad de detalles y capítulos de los libros de ciencias. Lo entiendo.

Cada día la ciencia avanza más y nuestro conocimiento del universo se va expandiendo, de modo que hay muchas más cosas que enseñar. A la vez, también la ciencia cambia frecuentemente, de modo que lo que un día tus padres afirmaban fehacientemente hoy ya está puesto en duda. Esto nos puede hacer pensar que es una disciplina que no vale demasiado la pena. Queremos quedarnos con la seguridad de la Biblia, lo cual está bien, pues ella es la Palabra de Dios inmutable y nos trae vida al alma.

Los creyentes reconocemos que la ciencia no trae vida al alma porque es una actividad hecha y construida por los seres humanos, quienes tenemos un entendimiento caído. No obstante, a pesar de esto, la ciencia es una actividad que puede traer mucha gloria a Dios —incluso cuando muchos de los que se dedican a ella no sean creyentes. La ciencia puede traer alivios a algunos padecimientos, simplificar la vida del ser humano o ayudarnos a contemplar mejor la obra creativa de Dios.

¿Cómo podemos, entonces, hablar de ciencia con nuestros hijos? Además de animarte a ser muy intencional en ayudar a ver a tus hijos que la ciencia en realidad no contradice la fe, espero poder servirte con estos dos consejos generales (no pretendo ser exhaustiva). La meta es que no te marees con los detalles técnicos, como los nombres de las moléculas, sino que fijes tu atención en lecciones más importantes que te lleven a ti y a tus hijos a aprender a disfrutar y valorar la ciencia de una manera que honre al Señor.

1. Recuerda que somos mayordomos de la creación

Si observamos los primeros mandatos de Dios a los seres humanos, encontraremos que uno de Sus propósitos fue que estos sometieran la tierra y ejercieran dominio sobre ella (Gn 1:26-28), lo cual parece un mandato bastante amplio. Sin embargo, cuando leemos que Dios le trae los animales a Adán y le pide que nombre a cada uno (2:19), encontramos un ejemplo sobre cómo hacer esa tarea. Básicamente le pidió hacer taxonomía.

Esto nos muestra que ejercer dominio sobre la creación no tiene que ver simplemente con ejercer fuerza bruta sobre ella, sino que una parte importante se trata de observarla y conocerla. También leemos: «El SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Gn 2:15). Así que, la manera de «ejercer dominio» no solo es conociendo, sino también cuidando la creación.

Las papas no se cuidan igual que los árboles de manzana, lo que implica que para cuidar bien las papas y los manzanos es necesario comprender lo mejor posible sus características. Cada uno tiene su tiempo de crecimiento y cosecha. Aprender ciencia nos puede ayudar a obedecer el mandato de Dios, porque mientras más aprendamos de la naturaleza, mejor podremos cuidar lo que el Señor creó y enseñar a nuestros hijos a hacerlo.

Por supuesto, cuidar no es sostener. El autor de Hebreos nos enseña que es Jesús quien sostiene la creación mediante el poder de Su Palabra (He 1:3). Por lo tanto, aunque nuestra responsabilidad es cuidar con amor y responsabilidad, no debemos caer en la ansiedad de pretender ser tan poderosos como Cristo. No lo somos. Dios hizo el universo mediante Su Hijo y Cristo mismo lo sostiene; verdad que también debemos explicar a nuestros hijos. Tenemos un poder nulo comparado con el de Él. Además, no podremos solucionar todos los problemas del mundo, pero esperamos el día en que Cristo redima por completo Su creación (Ro 8:20-22). Cumplamos con nuestra parte mientras descansamos en Su poder.

2. Guía la curiosidad de tu hijo

Parece ser que Dios implantó en nosotros un deseo particular que nos ayuda a cumplir con el mandato cultural que nos asignó, ya que el motor de la ciencia es el inherente deseo humano de conocer su entorno.

A lo largo de la historia se han ido generando hitos de conocimiento, pues el anhelo del ser humano de saber dónde vive y cómo funciona el universo es imparable. Por eso, tu hijo querrá explorarlo todo y aprender muchas cosas. ¡Eso está bien! Habitamos un universo increíblemente complejo, lleno de fenómenos particulares muy interesantes.

Habrás notado a estas alturas que tu hijo cumple cabalmente con el primer requisito para hacer ciencia: ser curioso. La niñez es la etapa del ser humano en donde más curiosos somos. Por supuesto, esto conlleva peligros para los niños, ya que no saben con qué se encontrarán, por lo que tu guía como padre es indispensable. Es una excelente oportunidad para exponerlo a escenarios controlados donde pueda conocer el mundo en el que vive.

Enseñar ciencia a tus hijos puede animarlos a asombrarse con la creación, para que puedan ver la clara huella de su Creador y para que puedan alabarle

Una buena manera de guiar la curiosidad de tu hijo es mostrando interés en lo que él muestra interés. Quizá a tu hijo le gustan las rocas, el cielo, los insectos, las cosas de color azul, pero no le interesan las aves. Así es como funciona la comunidad científica. El universo es tan vasto y rico en fenómenos y belleza, que cada científico se especializa (cada vez más) en una área particular de la naturaleza. Para guiar la curiosidad de tu hijo, puedes plantearle preguntas, mostrarle videos, conocer a expertos o llevarlo a lugares donde exista eso que tanto le llama la atención.

Pero también muéstrale que observar eso que tanto le gusta no solo le hará aprender más sobre eso, sino que puede guiarlo a pensar en verdades acerca de Dios, quien es el Creador de todo. Recordemos cuando Jesús hizo un llamado a observar fenómenos naturales muy conocidos para la mayoría (pájaros y flores) y a meditar en la provisión y sabiduría de quien los hizo (Mt 6:26-33). Es decir, contemplando la naturaleza podemos reflexionar en realidades que afectan nuestra vida diaria y nos ayudan a vivir confiados y maravillados de Dios.

Si observas a tu hijo —te dejo esa tarea científica a ti—, entonces aprenderás cuáles son los temas que le interesan. Independientemente de la edad de tus hijos, te aconsejo animarlos a que observen cuidadosamente, con paciencia y concentración; y a alabar al Creador mientras lo hacen. Puedes mostrar interés en eso que le interesa, al mismo tiempo que le ayudas a pensar más profundamente y reflexionar sobre ese tema.

¡Que el Creador sea alabado!

Si haces esto con tus hijos, quizás algunos de ellos descubrirán que quieren ser científicos. ¡Genial! Sin embargo, no todos estamos llamados a convertirnos en científicos y, sin duda, esa no es la única manera de ejercer dominio sobre la creación.

Podemos criar hijos que se conviertan en ingenieros, enfermeros, cocineros o historiadores, pues no les enseñamos ciencia para que se conviertan en científicos o para que sean los nerds de la clase. En cambio, lo hacemos porque queremos formar personas que sean capaces de asombrarse con la creación y sus pequeños e incontables componentes, para que puedan ver en ellos la huella clara de su Creador y para que finalmente puedan alabarle y refugiarse en el único Redentor.

Enseñar ciencia a nuestros hijos, desde una cosmovisión cristiana y fundamentada sobre la Palabra de Dios, es una forma de equiparlos para cumplir de mejor manera la primera tarea que Dios nos dio: cuidar, administrar y admirar la creación, para darle gloria al Creador.

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