¿Alguna vez te has preguntado qué enseñan las Escrituras acerca de la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús? Si es así, no estás solo. Durante el siglo V, muchos teólogos reflexionaron profundamente sobre este tema.
De esa reflexión surge el término teológico de unión hipostática, usado para describir cómo, en virtud de la encarnación, Cristo tiene dos naturalezas distintas, una humana y otra divina, las cuales están perfectamente unidas en una persona.
La palabra «hipostática» es una transliteración del griego hupostasis que significa sustancia o naturaleza y «denota una subsistencia personal real».1 En Hebreos 1:3 encontramos esta palabra, la cual describe la naturaleza de Dios el Hijo respecto a la de Dios el Padre: «Él es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza» (gr. hupostasis). Al afirmar esto, el autor de Hebreos enseña que la naturaleza del Hijo es exactamente la misma que la del Padre. Es decir, el Hijo es una persona que tiene una naturaleza divina; Él es Dios.
Debido a que Dios no puede dejar de ser divino ni mezclarse ontológicamente con Su creación, cuando el Hijo asumió la naturaleza humana (cp. Fil.2:6-7), entonces, Dios el Hijo llegó a tener dos distintas naturalezas unidas en Su única persona (gr. hupostasis). A partir de la encarnación efectuada por el Espíritu Santo (cp. Lc 1:35), Jesucristo es y seguirá siendo a la vez vera homo, vera Deus (verdaderamente humano y verdaderamente Dios). Así lo explicaron los teólogos del siglo V afirmaron reunidos en el Concilio de Calcedonia:
Reconocemos a uno solo y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, en Sus dos naturalezas: dos naturalezas sin mezcla ni confusión [contra el monofisismo]; sin cambio ni mutabilidad; sin división y sin separación [contra el nestorianismo]. La unión de las dos naturalezas no destruye sus diferencias, sino que más bien las propiedades de cada naturaleza se preservan y concurren en una única persona y en una única subsistencia.
Hablar de esto requiere distinguir esta doctrina de la herejía cristológica conocida históricamente como monofisismo. Su principal defensor fue Eutiques, líder de un monasterio en Constantinopla, quien enseñaba que «la naturaleza humana de Cristo fue tomada y absorbida por su naturaleza divina, de modo que ambas naturalezas cambiaron de alguna forma y surgió una tercera clase de naturaleza».2 En otras palabras, sostenía que Cristo poseía una naturaleza única, resultado de una mezcla de elementos divinos y humanos. El monofisismo fue condenado como herejía en el Concilio de Calcedonia.
Otra herejía condenada fue la enseñanza del nestorianismo, que afirma que en Cristo hay dos personas, una persona humana (con su propia naturaleza humana) y una persona divina (con su propia naturaleza divina). Se cree que Nestorio, un obispo de Constantinopla del siglo V, enseñaba que «una persona no puede tener dos naturalezas; si hay dos naturalezas, debe haber dos personas. Por lo tanto, dado que Cristo tuvo tanto una naturaleza humana como una naturaleza divina, Él era una persona humana y una persona divina coexistentes» en el cuerpo de Jesús.3 Esto es contrario a la enseñanza bíblica que Cristo es una sola persona con dos naturalezas, lo cual es nada menos que el misterio de la encarnación.
En la Biblia los creyentes somos llamados a unirnos con el apóstol Juan y proclamar al mundo que «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros», y que Su gloria es la «del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (p. ej., Jn 1:14; Col 1:15-20). Dos naturalezas en una sola Persona, quien se encarnó para traer Su luz, mostrarnos al Padre y traer salvación por Su obra perfecta.