En los primeros siglos de la iglesia, las preguntas que preocupaban a los cristianos y a sus líderes eran de naturaleza cristológica. ¿Cómo debemos entender la divinidad y la humanidad de Jesús de Nazaret? ¿Qué significa confesar el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios? Las crisis de aquella época se centraban en comprender correctamente a Dios y en lo que implica recibir Su autorrevelación como Padre, Hijo y Espíritu.
En la última etapa de la era medieval, las controversias en la iglesia occidental se centraron en la salvación y en cómo un pecador puede ser justificado ante Dios. ¿Qué debe hacer una persona para ser salva? ¿Cuál es la relación entre la fe y las obras? Durante este período también surgieron debates sobre la naturaleza y el número de los sacramentos, la relación entre la autoridad de las Escrituras, la tradición eclesiástica y la autoridad papal, así como las definiciones de seguridad de salvación, justificación y santificación.
Hoy enfrentamos una tercera gran crisis. Esta vez, el enfoque se centra en la antropología: la naturaleza y el destino de la humanidad. ¿Qué es un ser humano? ¿Qué significa haber sido creado a imagen de Dios? ¿Qué implica ser creado como hombre o mujer? ¿Recibimos nuestra identidad y propósito, o los definimos y construimos por nuestra cuenta?
La humanidad en un mundo de “créate a ti mismo”
En el mundo contemporáneo, es común percibir a la humanidad como algo por diseñar, un proyecto en espera de creación. Nuestra condición de criaturas queda relegada, sustituida por un enfoque de «puedes ser lo que quieras», acompañado de una narrativa que se opone a la conformidad externa con cualquier otro estándar de vida. Según esta idea, debes definirte a ti mismo, incluso si ello implica oponerte a lo que el pasado, tu familia, tu sociedad o, cada vez más, tu biología dice que eres.
Mientras tanto, los ácidos de la posmodernidad han desgastado la idea de que la humanidad posee una esencia, de que las cosas tienen una naturaleza dada. También se ha perdido la noción de que la humanidad tiene un telos general: un propósito inherente o un objetivo supremo al que estamos llamados a aspirar.
La propagación de una visión tecnocrática del mundo, en la que creamos el mundo que deseamos en lugar de trabajar con él y cultivarlo tal como es, nos enfrenta a situaciones que las generaciones anteriores considerarían incomprensibles: la lógica de corregir la supuesta «injusticia» de que los hombres biológicos no puedan dar a luz, o de extirpar partes del cuerpo sanas en nombre de la salud para adaptarse a la autopercepción de alguien como discapacitado o perteneciente a un género distinto.
Creemos en el cuerpo
¿Qué significa estar en un cuerpo? ¿Qué representan nuestros cuerpos? ¿Qué comunica nuestro diseño sobre nuestra identidad y propósito?
La iglesia que será relevante en los días venideros no hará concesiones a visiones reduccionistas de la humanidad que minimizan la importancia del cuerpo humano y eliminan un telos trascendente. Al relatar la gran narrativa de la creación, la caída, la redención y la restauración, prestaremos mayor atención a las implicaciones de la enseñanza bíblica sobre la creación y la caída. Al proclamar a Cristo crucificado y resucitado para el perdón de los pecados, enfatizaremos la encarnación y las implicaciones de confesar «la resurrección del cuerpo».
La crisis de hoy es tan volátil y destructiva como el gnosticismo al que se enfrentó la iglesia antigua. Los gnósticos afirmaban que lo más importante en nosotros es una chispa divina, un espíritu interior que algún día sería liberado del cuerpo humano. Insistían en que el «verdadero yo» estaba encarcelado en este mundo material y que el «espíritu» tenía mayor relevancia que el cuerpo. Escritores como Valentín describían el encuentro con Dios en el corazón y la recepción de un «conocimiento secreto de lo divino» como la fuente de la verdad y la sabiduría.
Los padres de la iglesia como Ireneo se opusieron a ellos, defendiendo la bondad del cuerpo. Ireneo rechazó reducir la verdad a una elección del «espíritu» sobre la «materia», o del «alma» sobre el «cuerpo». El cristianismo sostiene la unidad de lo que el gnosticismo intenta separar.
El “qué” y el “por qué”
A medida que prediquemos, enseñemos, catequicemos y discipulemos en los días venideros, necesitaremos dedicar una atención especial al qué y al por qué de la enseñanza cristiana:
- Creemos que Dios nos creó como hombre y mujer, a Su imagen, para conocerle, amarle y compartir Su gozo eterno. La buena vida no consiste en inventar nuestro propósito, sino en someternos al diseño de Dios y reflejar Su gloria.
- Creemos que la sexualidad es un aspecto dado por Dios en nuestra existencia corporal como personas creadas a Su imagen, como hombre y mujer, y está orientada hacia la unión física y dadora de vida entre un hombre y una mujer en el matrimonio. La sexualidad es corporal, no imaginada; está fundamentada en lo físico, no determinada psicológicamente.
- Creemos que somos personas amadas por Dios, creadas para amarle a Él, amar a los demás y cuidar del buen mundo que Él ha creado. Nos convertimos en aquello que amamos. Nuestra identidad no se encuentra mirando dentro de nosotros mismos, sino alzando la mirada hacia Dios.
Al enfrentarnos al desafío de este momento, es crucial reconocer cómo los retos antropológicos actuales ya han permeado la iglesia y están moldeando las perspectivas morales de nuestras congregaciones.
No será suficiente que la iglesia simplemente afirme las creencias correctas relacionadas con el comportamiento sexual si nuestra ética sexual se basa en una comprensión cuasi-gnóstica del individualismo expresivo. Necesitamos explicar no solo al mundo en qué creemos, sino también a la iglesia por qué creemos lo que creemos. Esta es la tarea que tenemos ante nosotros: una oportunidad trascendental para profundizar en nuestra fe mientras sostenemos una visión de la humanidad que supera ampliamente cualquier cosa que el mundo pueda ofrecer.