GÉNESIS 32 – 34 Y MATEO 23 – 24
“Y alzando Jacob los ojos miró, y he aquí, Esaú venía y cuatrocientos hombres con él… Entonces Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó, y echándose sobre su cuello lo besó, y lloraron” Génesis 33:1a, 4
Ya Jacob había cruzado el Jordán. El reencuentro con su tierra y los recuerdos de su juventud se agolpaban en su mente y hacían latir con fuerza su corazón. Pero no todo era alegría: él sabía que a su hermano Esaú le tenía una deuda pendiente y que, por lo tanto, el odio acumulado por veinte años podría explotar en cualquier momento. Jacob ora con sinceridad delante de Dios: “Oh Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac, oh SEÑOR, que me dijiste: “Vuelve a tu tierra y a tus familiares, y yo te haré prosperar”, indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a tu siervo; pues con sólo mi cayado crucé este Jordán, y ahora he llegado a tener dos campamentos. Líbrame, te ruego, de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque yo le tengo miedo, no sea que venga y me hiera a mí y a las madres con los hijos. Y tú dijiste: “De cierto te haré prosperar, y haré tu descendencia como la arena del mar que no se puede contar por su gran cantidad” (Gn. 32:9-12).
Esta oración encierra todo el temor de Jacob pero también su deseo por hacer que las cosas sean distintas. El preparó una serie de presentes majestuosos para su hermano: “…doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos” (Gn. 32:14-15). ¡Un verdadero tesoro! Sin embargo, el verdadero tesoro estaba en el corazón de estos gemelos que supieron perdonarse y reencontrarse, dejando en el olvido todo el daño que se habían propinado mutuamente. Jacob llegó con presentes, quizá queriendo reponer en parte la bendición de prosperidad que le había quitado a su hermano. Esaú llegó con todo su amor, quizá queriendo reponer la relación perdida por todo el odio que durante años había acumulado. Ambos aceptaron sus presentes, renovando en amor y justicia un vínculo de amor que se había roto durante tanto tiempo: ” Y dijo Esaú:¿Qué te propones con toda esta muchedumbre que he encontrado? Y él respondió: Hallar gracia ante los ojos de mi señor. Pero Esaú dijo: Tengo bastante, hermano mío; sea tuyo lo que es tuyo. Mas Jacob respondió: No, te ruego que si ahora he hallado gracia ante tus ojos, tomes el presente de mi mano, porque veo tu rostro como uno ve el rostro de Dios, y favorablemente me has recibido. Acepta, te ruego, el presente que se te ha traído, pues Dios me ha favorecido, y porque yo tengo mucho. Y le insistió, y él lo aceptó” (Gn. 33:8-11). Amar y ser justo es la base de todas nuestras relaciones. No dije bases en plural porque considero que el amor y la justicia son las dos caras de una misma moneda. La justicia es el lado duro del amor y este es el lado blando de la justicia.
Lewis B. Smedes escribió un inspirador libro titulado “Moralidad y Nada Más” en donde explica la relación íntima de estos dos elementos que consideramos separados y muchas veces opuestos. Tomaré alguna de sus ideas y las vincularé con enseñanzas de Jesús.
Mucha gente considera que el amor y la justicia son verdaderos antónimos con lenguajes y estructuras de acción diametralmente opuestas. El amor es subjetivo e íntimo, la justicia demasiado objetiva y pública. Nuestra sociedad ha dejado la justicia en manos de instituciones tutelares y tribunales; el amor, en cambio, se pasea por las plazas y corre con alas de libertad. La justicia es calculadora y nunca le dará a nadie más de lo que merece… el amor es espontáneo, generoso y ciego.
En todas las demandas de nuestra vida el amor y la justicia darán la justa medida para la toma de decisiones: ¿Qué hacer con mi hijo rebelde? ¿Cuál es el salario para mis empleados? ¿Cómo debo tratar a la nana de la casa? ¿Con quién paso mis vacaciones, con mi pololo(a) o con mis padres? ¿A qué hora debo salir del trabajo? ¿Cómo debo usar mi fin de semana? ¿Le doy cien pesos al pobre que me pide en la calle? Creo que nuestra visión de amor y justicia mutuamente relacionados se dislocó en los años 70´s. “Haz el amor y no la guerra” y tantos otros llamados al cambio vital generaron una repulsa absoluta al matrimonio del amor y la justicia. Por otro lado, las malas gestiones de los líderes religiosos, de las instituciones judiciales y legislativas han generado un mayor deterioro de la justicia vista en términos de comunidad. El amor, por otro lado, se ha vuelto privativo y egoísta rompiendo con la esencia de su constitución: general y abierto. Pero esto no es nuevo, ya nuestro Señor Jesucristo condenó a las autoridades de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley:la justicia, la misericordia y la fidelidad; y éstas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquéllas ” (Mt. 23:23).
Solo en unidad, la justicia y el amor nos pueden guiar a tomar decisiones correctas. Cuando dislocamos su perfecta unidad perdemos el camino para poder evaluar los senderos que estamos tomando en nuestras vidas. Esta unidad perfecta vuelve a ponerse de manifiesto en palabras de Jesús: “Y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará ” (Mt. 24:12). La injusticia apaga el amor y el egoísmo pervierte la justicia. Nunca el verdadero amor acallará a la justicia, y menos en nombre de la justicia se dejará de lado el amor. Veamos algunas características de esta unidad fundamental:
- El amor demanda que hagamos justicia. Nunca el amor puede ofrecer algo que esté por debajo de la justicia, ya que lo mínimo que el amor está dispuesto a ayudar a que la persona mantenga o reciba lo que merece. Una persona no puede sentirse querida cuando se le niegan sus derechos. El amor nunca está satisfecho solo con justicia. Si la gente recibiera solo lo que le corresponde, y si diera a otros solamente lo que se merecen, todos quedaríamos privados de la belleza del amor desinteresado. Nadie sabría lo que es recibir un regalo y bendecir al dador. El amor le da alas a la justicia de modo que pueda remontar el vuelo desde sus propios principios. Pero ojo: nosotros, los que amamos, nunca podremos hacer oídos sordos a los fríos reclamos de la justicia en el nombre de los cálidos reclamos del amor. Si el amor no trabaja para la justicia, probablemente no hace nada.
- El amor incrementa el alcance de la justicia. La justicia nos demanda tener cuidado de aquellos que están bajo nuestra responsabilidad y actuar con rectitud con los que se interrelacionan con nosotros. El amor no niega estos lazos familiares o institucionales, pero también mantiene abiertos nuestros ojos a las demandas de los extraños e impulsa nuestra preocupación por la justicia más allá de nuestros allegados. El amor funciona con un poderoso telescopio en donde la justicia puede vivenciar la necesidad de compartir con el que se encuentra más allá de sus propias fronteras.
- El amor enriquece la justicia. Es muy fácil conformarse con solo lo que la gente merece, pero eso no es la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo. Amar a nuestros enemigos, perdonar a los que nos ofenden, cargar dos millas al que nos obliga hacerlo por una y poner la otra mejilla son órdenes de Dios que exceden en mucho a la simple justicia. Sin el generoso amor que impulsa a su gente hacia un sentido más rico de justicia, una sociedad tiende a conformarse con lo mínimo. Justamente, la muerte de nuestro Señor en la cruz del calvario cumple con las demandas de la justicia de Dios, pero su resurrección nos brinda el poder en amor para vivir una vida totalmente nueva. El amor hace que la justicia pase del código frío que ordena la vida de las personas a la satisfacción de sus necesidades que alegra sus almas.
- El amor es guiado por la justicia. Hay muy pocos asuntos de nuestro diario vivir en que no tengamos que usar la moneda “amor – justicia”. Lamentablemente, una sola moneda no alcanza para satisfacer la multitud de necesidades que se nos presentan delante. Por eso, cada vez que se nos presentan un número mayor de casos que nuestras magras posibilidades debemos dejar los cálculos de la justicia dirijan la obra de amor. “Si hay dos hombres heridos tenemos que preguntar cuál de ellos necesita con más urgencia la ayuda. ¿Sobrevivirá uno si espera hasta que pase otro samaritano? ¿Acaso uno es más merecedor que el otro, más útil, más necesario? ¿Es probable que uno de ellos muera no importa cuánto hagamos por él? Estas no son preguntas que el amor pueda responder; son preguntas que claman por el cálculo frío de la justicia”. El ícono de la justicia es una mujer con los ojos vendados y una espada en la mano. Sin embargo, creemos que la justicia tiene que tener buena visión para poder ver porqué razón el amor está latiendo con tanta fuerza. Sin justicia el amor se desboca en deseo, pero no tendría herramientas válidas para satisfacer sus anhelos. Muchas atrocidades se han cometido en nombre de la justicia, pero también horrendas equivocaciones en nombre del amor. Solo cuando los fusionamos en uno tendremos el modelo de Dios para actuar en la vida. El amor sin justicia es como este poema de Manuel Gonzáles Prada:
Quien nos dio el ansia de volar a las estrellas,
Olvidó ponernos alas
La justicia sin amor es expresada así por Miguel de Unamuno: “Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer una planta, en ponerle rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome ésta u otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces…”. Cada uno puede sacar sus propias conclusiones.