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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Cómo Jesús transforma los diez mandamientos (Publicaciones Andamio, 2019), por Edmund Clowney y Rebecca Clowney Jones.

La historia de Israel es una denuncia de la inclinación que siente la humanidad hacia el mal. No obstante, Dios había prometido que el amor de su pacto triunfaría. Iría aún más allá de las señales físicas que le daría a su pueblo para que recordasen su persona y carácter. Circuncidaría sus corazones y mantendría la promesa del pacto (Dt. 4:20-40, 7:6-9, 8:2-6, 10:12-22). Cuando Salomón dedicó el templo, bendijo a Dios por cumplir todas las promesas que hizo a Moisés. El juicio siguió a la bendición, cuando la ira de Dios, de la que les había avisado, cayó sobre Israel. Pero Dios no abandonó a su pueblo y les dejó en juicio. En su misericordia, prometió salvación “en los postreros días” (Dt. 4:30, RV60).

En la visión de Ezequiel, el pueblo de Dios estaba en un gran valle. Sin embargo, no se habían reunido para adorar juntos con gozo. Estaban todos muertos. De hecho, los cuerpos se habían descompuesto e incluso los esqueletos no estaban intactos. Todo lo que quedaba del pueblo reunido de Dios eran los huesos, esparcidos por el suelo del valle. Dios preguntó a su profeta: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” (Ez. 37:3). Ezequiel era demasiado sabio como para dar una respuesta negativa. Contestó: “Señor omnipotente, tú lo sabes”. Por mandato de Dios, Ezequiel profetizó, un terremoto sacudió el valle y los huesos se juntaron. Un espiritual negro muy conocido dice así: “el hueso del cráneo unido al del cuello, el del cuello unido a la columna, ¡escucha la Palabra del Señor!”.

Nada excepto la resurrección puede liberar a los pecadores perdidos de la ira que merece su pecado. Sin la resurrección, son tan poco capaces de vivir como ese montón de huesos secos y esparcidos. Jesús se sorprendió cuando Nicodemo no entendió el nuevo nacimiento. ¿Cómo no podía conocer este maestro la profecía de Ezequiel en la que Dios rociaría agua purificadora sobre los pecadores contaminados y les daría nuevos corazones y su Espíritu (Ez. 36:24-27)?

La promesa de Dios de salvación incluirá a Sodoma, Samaria, y a los filisteos cuando Dios perdone lo que su pueblo ha hecho (Ez. 16). Durante los tiempos difíciles del juicio de Dios, los profetas no solo hablan de restauración, sino de renovación. Dios preservará un remanente y restaurará y renovará a su pueblo. Ningún rey humano, ni siquiera David, podía tocar una trompeta que hiciese resucitar a los muertos. En la novela fantástica de Tolkien, El retorno del rey, Aragorn, el rey legítimo, entra en el inframundo y convoca a los muertos para que le sigan a la batalla. La imagen de Tolkien nos hace pensar en el ejército que Cristo lidera desde el valle de muerte en su resurrección. Solo el Señor mismo, el verdadero rey, puede traer la salvación prometida. La situación es demasiado desesperada para que nadie más pueda resolverla; la promesa es demasiado grande para que nadie más la cumpla.

Solemos pensar que la ley son leyes que hay que obedecer, pero Jesús considera la ley como algo que hay que cumplir.

Jesús persiste en el pacto del Antiguo Testamento. Jesús dice que ninguna letra de la ley desaparecerá hasta que todo se haya cumplido. Mientras el cielo y la tierra existan, la ley durará. Jesús no habla únicamente de la duración, sino también del cumplimiento. Solemos pensar que la ley son leyes que hay que obedecer, pero Jesús considera la ley como algo que hay que cumplir. El evangelio de Mateo a menudo habla de pasajes concretos del Antiguo Testamento cuyas profecías se cumplieron. Jesús vino a cumplir la ley y los profetas, pues tanto los profetas como la ley profetizaron hasta Juan (Mt. 11:13). Juan proporcionó las últimas profecías que apuntaban a Jesús; con Jesús llegó el cumplimiento.

Jesús cumple la ley al obedecerla, pero también al revelar su promesa. Cuando Jesús viene, la ley asume un significado y una función distintas. El rol de la profecía cesa, pues Jesús es el fin (el telos, la meta) de la ley. Por esta razón, una vez vino Jesús, el pueblo de Dios nunca pensará sobre la ley del mismo modo. No debemos ignorar la función profética de la ley. No recibimos la ley de Dios como un código moral abstracto. Un código así no sería profético. Dios da su ley en el transcurso de su obra salvadora y el conjunto de su obra nos lleva a Jesucristo. El cumplimiento de la ley vino cuando Jesús llegó y continuará hasta que Jesús regrese al final de esta era.

De este modo, Jesús no solo cumplió la ley al obedecerla sino al transformarla. El evangelio de Mateo nos muestra cómo Jesús transformó la ley en su enseñanza. Para entender esto, pensemos en cómo Jesús transforma el resumen de la ley.

Jesús hace declaraciones sorprendentes sobre la ley. Cuando interpreta nuestro amor por el prójimo, ¡tiene la osadía de incluir a nuestros enemigos en la definición de prójimo (Mt. 5:43-48)! ¿Qué ocurre con la definición que hace de nuestro amor por Dios? En Jesús observamos cómo la ley del amor se transforma, pues el amor perfecto de Dios es el amor por el que dio a su único Hijo para morir por los pecadores.

Asimismo, también se define como el amor del Hijo por el Padre. Por amor al Padre, Jesús tomó la copa que el Padre le dio en Getsemaní y llegó hasta el fondo de la copa cuando estaba colgado en la cruz. Solo cuando empezamos a probar y a entender ese amor podemos comprender qué significa amar sin reserva. ¡Con qué profundidad intensifica y transforma Jesús en la cruz el mandamiento del amor!


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Imagen: Lightstock.
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