Conozco la historia de un predicador que por años enseñó enérgicamente a su congregación que los cristianos debían abstenerse de beber alcohol, ya que “tomar alcohol es pecado”. Él decía que su padre, con quien tuvo una mala relación, fue un bebedor y por eso él se propuso nunca probar alcohol.
Con el tiempo, el predicador se comprometió con una mujer a la que le gustaba tomar vino ocasionalmente. Para sorpresa de la congregación, su posición respecto al alcohol se suavizó. Comenzó a enseñar que el consumo de alcohol era algo que la Biblia no prohíbe y que podía hacerse con moderación.
Las personas de su iglesia quedaron confundidas y tratando de discernir cuál es la postura correcta: ¿La anterior o la nueva? ¿Abstinencia o la moderación?
Este es un ejemplo de cómo nuestras convicciones pueden estar basadas en experiencias, o preferencias circunstanciales, y no en la Escritura.
De hecho, el consumo de alcohol no parece haber sido motivo de discusión en la iglesia (al menos de manera conocida) sino hasta el tiempo de la Reforma. En especial, por parte de algunos puritanos que enseñaban que la Biblia condena esta práctica.
En esta discusión se hallan dos posturas comunes en la iglesia. Por un lado, están quienes afirman la abstinencia total, estableciendo que la Escritura prohíbe toda forma de consumo. Según esta posición, todo consumo de alcohol, sin excepciones, es pecaminoso. Del otro lado, están quienes defienden la moderación. Estos últimos establecen que la Biblia no prohíbe el consumo de alcohol responsable y moderado, pero sí su abuso.
En medio de este debate, vayamos a la Palabra para tomar de allí nuestras convicciones.
El uso del vino según la Biblia
Las referencias en el Antiguo Testamento al consumo de alcohol son variadas e incluyen advertencias. Por ejemplo, en Proverbios 20:1 leemos que “El vino es provocador, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con ellos se embriaga no es sabio” (Pr. 20:1).
En Isaías vemos que la entrega a la bebida es una marca de impiedad que el Señor abomina: “¡Ay de los que se levantan muy de mañana para ir tras la bebida, de los que trasnochan para que el vino los encienda!… ¡Ay de los héroes para beber vino y valientes para mezclar bebidas…!” (Is. 5:11, 22). De hecho, la embriaguez es una señal de liderazgo corrupto que el Señor detesta y merece condena (Is. 28:7). Dios trae su juicio sobre quienes desobedecen su Palabra para buscar vino y embriagarse de licor (Is. 56:12).
Al mismo tiempo, no ignoremos que en el Antiguo Testamento muchas veces el vino es visto como una expresión de la bendición de Dios sobre su pueblo, así como cualquier otro fruto de la tierra. Por ejemplo, en Deuteronomio 7:12-13 leemos:
“Entonces sucederá, que porque escuchas estos decretos y los guardas y los cumples, el Señor tu Dios guardará Su pacto contigo y Su misericordia que juró a tus padres. Te amará, te bendecirá y te multiplicará; también bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu cereal, tu vino nuevo, tu aceite, el aumento de tu ganado y las crías de tu rebaño en la tierra que El juró a tus padres que te daría” (ver también Dt. 14:25-26; 16:13).
Además, el efecto placentero del vino no siempre es censurado. Por ejemplo, el salmista dice que Dios es quien hace “el vino que alegra el corazón del hombre” (Sal. 104:15). Esta mención positiva del efecto deleitoso del alcohol sugiere que es un beneficio legítimo que lamentablemente el hombre puede abusar y distorsionar para mucho mal.
Ahora bien, muchos creyentes argumentan que el vino de la Biblia en realidad era jugo de uva. Además, dicen que Jesús no bebió vino fermentado y que el milagro en la boda de Caná involucró jugo de uva (Jn. 2:1-12). Pero este argumento no me parece válido, porque entonces las advertencias bíblicas contra la embriaguez no tendrían sentido. Además, decir que Cristo no bebió vino es ignorar que él sugiere que lo hacía (Lc. 7:33-34).
El Nuevo Testamento tiene diversas advertencias sobre el abuso del vino. Nos dice explícitamente que los borrachos no heredarán el reino de Dios (1 Co. 6:10). Pero también vemos que su consumo es mencionado como una práctica natural y legítima. La institución de la Santa Cena se llevó a cabo con vino y la Iglesia la practicó así. Por ejemplo, en 1 Corintios 11:3 Pablo reprendió a los creyentes que se embriagaban al tomar la cena, lo cual indica que la cena se realizaba con vino y no simplemente jugo de uva.
Por otro lado, aunque en Efesios 5:18 se nos advierte de la embriaguez, el pasaje en realidad no prohíbe que tomemos alcohol, sino que nos embriaguemos. El texto dice: “Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu”. No hay una prohibición de nunca tomar vino. Además, conocemos la recomendación del vino, por su efecto medicinal, que Pablo hizo a Timoteo (1 Ti. 5:23).
Por tanto, como solo encontramos advertencias respecto al abuso del alcohol y no una prohibición absoluta, creo que la postura que más refleja la enseñanza bíblica es la moderación. Es decir, el cristiano puede beber alcohol solo si lo hace con moderación y de una manera que glorifique a Dios. No obstante, en nuestro mundo caído, y países dañados por el alcoholismo, esto no es tan simple como parece.
Algunas consideraciones
Esta postura debe tener en cuenta algunas cuestiones si queremos ser diligentes y responsables en el asunto. Beber con moderación quiere decir no llegar a la embriaguez, pero este no es el único criterio importante.
Aquí algunas consideraciones a tomar en cuenta:
- En conformidad a la prudencia, sería insensato tomar alcohol para quien ha tenido problemas de alcoholismo o que sea susceptible a este pecado.
- No deberíamos ingerir bebidas alcohólicas delante de hermanos en Cristo que hayan tenido estos problemas (Ro. 14:21). El principio del amor nos debe llevar a abstenernos si estamos con un hermano que ha batallado con esto.
- No deberíamos beber alcohol si vamos a conducir un vehículo o si su consumo va en detrimento de nuestra salud.
- No deberíamos beber alcohol en medio de responsabilidades laborales. Si vas a realizar una actividad que requiera que tus facultades físicas y mentales estén en su punto máximo de enfoque, no es conveniente que bebas. Pablo enseñaba que todo nos es lícito, pero que no todo nos conviene (1 Co. 10:23).
- Debido a su posición pública, muchos pastores han decidido no tomar alcohol, ni en público ni en privado, para no ser piedra de tropiezo. Esto también queda a libertad de cada congregación delante de Dios.
Palabras finales
He escrito como alguien que cree que la Biblia no prohíbe el consumo de alcohol, sino su abuso. En la Biblia no se condena beber vino o cerveza, pero sí la embriaguez. Sin embargo, yo mismo no soy un consumidor de alcohol. Prefiero abstenerme por completo.
Soy consciente de lo destructivo que el uso de bebidas alcohólicas ha resultado para nuestra cultura. Las enfermedades que provocan, las adicciones, la violencia doméstica, las crisis familiares, los accidentes de tránsito, las lesiones, las tragedias, y las muertes son terribles secuelas que nos deben hacer más cautos al analizar este tema.
Este asunto no debe ser tratado con ligereza. Si las personas que te rodean dicen que tienes un problema con la bebida, huye del alcohol y acude rápido a profesionales que puedan ayudarte, y sobretodo a una iglesia local sana donde puedas recibir consejería y ser alimentado con la Palabra. Si conoces a un hermano que lucha con la adicción, confróntalo hablando la verdad en amor y ayúdalo en lo posible a salir de allí. Si te gusta beber con moderación, ten límites, rinde cuentas a otros creyentes, y evita ser de tropiezo para otros hermanos y para no creyentes que ven el alcohol como algo malo. Seamos responsables.
Por último, como creyentes, no debemos limitarnos a preguntar si una cosa es pecado o no. Los criterios de un creyente son mucho más elevados que eso. Más bien, la pregunta que debemos responder es si lo que hacemos refleja el carácter de Cristo (Col 3:17), nos edifica como creyentes (1 Co. 10:23), y glorifica a Dios (Col. 3:23). Esta debe ser la orientación de nuestra vida, incluso en el tema del consumo de bebidas alcohólicas.