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“Y yo les digo, amigos míos: no teman a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen más nada que puedan hacer. Pero yo les mostraré a quién deben temer: teman al que, después de matar, tiene poder para arrojar al infierno; sí, les digo: a este teman”, Lucas 12:4-5.

El temor a la muerte es lógico, natural, y universal. Nuestra natural resistencia a la muerte y el impulso innato por evadirla, nos recuerdan cuánto pánico le tenemos. Por eso mismo, también nos causa temor aquello que puede arrancarnos la vida; sea una persona, una enfermedad, o un accidente.

La muerte por definición es la culminación de la vida física y no el final de nuestra existencia. Los seres humanos somos más que materia; tenemos un alma, y nuestro destino eterno es mucho más importante que cualquier evento de este mundo. ¿Será que este temor a la muerte nos invade porque intuimos que la existencia no termina cuando morimos?

Alguien mayor y algo peor que la muerte

Ahora bien, la muerte es una de las experiencias más terribles que enfrentamos, pero no es la mayor. Por encima de la muerte, hay otras dos realidades que son infinita y eternamente superiores. Por lo tanto, dignas de que las temamos más que a la muerte. Estas son el infierno y Dios, mencionados en Lucas 12:4-5. En este texto Cristo nos da una lección de lo que es un “miedo razonable”: un temor comprensible y justificado.

Pensar que la muerte es lo peor que nos puede pasar es una manera errónea y poco sabia de entender nuestra existencia. Mirar la muerte como lo último y definitivo es tener un entendimiento defectuoso e incompleto de la realidad. Nuestro Señor quiere corregir y reorientar nuestros temores. Él quiere que tengamos temor en el orden y proporción correctos: Primero Dios, segundo el infierno, y después la muerte.

Lo peor para un ser humano es ser hallado culpable ante el tribunal divino; por ignorar y ofender a Dios con la consecuencia final de ir al infierno. Jesús dice que antes de temer a quien puede quitarnos la vida, debemos temer a Dios que puede enviarnos al infierno.

Sin duda las palabras de nuestro Señor son oportunas. Su advertencia nos ayuda a poner las cosas en perspectiva, sobre todo por el pánico que se ha apoderado de los hombres (Lc. 12:4).

Temamos a Dios y no al virus

Una aplicación contemporánea de esta advertencia sería: “No temamos a la pandemia; porque solo puede quitarnos la vida física, pero después no puede hacer nada. Temamos a Dios, que puede condenarnos al infierno”.

Es natural el temor en estos días, pero debemos temer más por lo mayor y no lo menor. Lo peor que le puede pasar a un hombre, no es el contagio de un virus y morir. Si tomamos en serio las palabras de Jesús lo más terrible para un ser humano es ir al infierno por su pecado. El Señor quiere que veamos claramente que solo Dios es digno de ser temido.

Una reflexión final

Para quienes no tienen una relación con Dios. Esto debe llevarlos a meditar en su comportamiento, arrepentirse, y pedirle perdón a Dios por sus pecados, de esta manera Él los salvará de la condenación eterna. Si pensamos que lo peor es morir en la pandemia cometemos un grave error.

Lo más prudente es temer, acercarnos, y ponernos a cuentas con el Dios que vino a este mundo para salvar a quienes se rinden a Él. Por esta razón, lo más sabio es tomar su oferta de salvación y recibirla. Por la fe en Cristo y el arrepentimiento nos reconciliamos y gozamos con Él, incluso después de la muerte.

Si te haces alguna de estas dos preguntas, tienes respuestas claras:

  • ¿Cómo es un creyente verdadero? Puedes saberlo en este enlace.
  • ¿Cómo saber si soy salvo? Lee la respuesta aquí.

Para los creyentes. La verdad sobre el temor debe llevarnos a meditar en nuestros caminos, humillarnos, y arrepentirnos. Necesitamos pedir perdón a Dios por causa de nuestros pecados, nuestra falta de compromiso, nuestra poca devoción, y nuestro amor por el mundo.

Debemos tener presente que somos libres del infierno por medio de la cruz. Dios es digno de nuestro temor, pero también de nuestra confianza; porque Él se ocupa de nuestro bienestar físico, emocional, y espiritual: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Y sin embargo, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Es más, aun los cabellos de su cabeza están todos contados. No teman; ustedes valen más que muchos pajarillos” (Lc. 12:4).

El Dios al que debemos temer es bueno, protector, compasivo, y todo suficiente para sus hijos. Tengamos presente la terrible realidad de la que el Señor nos salvó; seamos temerosos, confiados, agradecidos, y fervorosos en nuestra devoción.

Temamos a Dios y no al virus.

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