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En la carta a los Gálatas vemos una falla grande en el compromiso de un hombre con el evangelio. Él fue parte del círculo íntimo de Cristo. Sin embargo, hubo un momento en que incurrió en comportamientos cuestionables a pesar de su relación con Jesús.

Se trata del apóstol Pedro. En palabras de Pablo:

“Pero cuando Pedro vino a Antioquía, me opuse a él cara a cara, porque era de condenar. Porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, él comía con los gentiles, pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, porque temía a los de la circuncisión. Y el resto de los judíos se le unió en su hipocresía, de tal manera que aun Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos?”, Gálatas 2:11-14 (énfasis añadido).

Al igual que Pedro, es posible abrazar la religiosidad y olvidar por momentos el evangelio aún cuando lo conocemos. Por eso necesitamos aprender de los principios que el apóstol Pablo utilizó para tratar el problema que vio en Pedro y podemos llegar a tener en nosotros.

El evangelio te ayuda a evitar la hipocresía y el legalismo

En el pasaje citado vemos a un Pedro que actuó por temor a la crítica, y con su actitud provocó que otros imitaran su hipocresía. Entre ellos estaba Bernabé, un cristiano llamado por el Espíritu Santo para ir con Pablo en su primer viaje misionero (Hch. 13:2).

Parece que para Pedro y los creyentes que lo imitaron, el evangelio se convirtió en algo tan cotidiano que, aunque lo conocían, en ese momento no vivían conforme a él. Tal vez se dejaron llevar por el qué dirán o la presión del grupo. Ante esta situación, Pablo confronta a Pedro para que no pierda de vista el evangelio.

Al igual que Pedro, es posible abrazar la religiosidad y olvidar por momentos el evangelio aún cuando lo conocemos

Esto nos recuerda que el hombre es proclive a justificarse a sí mismo ante Dios y los demás, pero quien nos justifica es Cristo: “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1). Este texto revela el mensaje central del evangelio. Gracias a Jesús, no tenemos que vivir esclavos del legalismo o lo que dirán los demás.

El evangelio es un mensaje único e irremplazable

En Gálatas 2:16, Pablo deja claro que el evangelio no tiene paralelo ni sustituto:

“Sin embargo, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley. Puesto que por las obras de la Ley nadie será justificado”.

Como Timothy Keller ha explicado antes, la religión dice “obedece y serás salvo”, mientras que el evangelio afirma que “eres salvo y por eso obedeces” (Ef. 2:10). Sin embargo, todos podemos olvidar cuán único es el evangelio y caer en idolatría. Por eso Pablo nos advierte: “El que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga” (1 Co. 10:12). Debemos estar alerta para no idolatrar lo que hacemos (nuestra “religiosidad”) y olvidarnos de Jesús.

De esta afirmación surge la pregunta: ¿Cuál es la relación entre el pecado de Pedro y que olvidara vivir el evangelio? A Pedro, como a nosotros, le sedujo su naturaleza pecaminosa de complacer al hombre. Intentó justificarse y olvidó la gracia de Dios y lo que el evangelio hizo por él. Pedro sufrió esa caída y arrastró por un momento a otros con él.

El evangelio tiene implicaciones prácticas

El evangelio nos hace nacer de nuevo; nos hace seguidores de Cristo, para vivir bajo Su señorío; nos hace entender su Palabra y vivir bajo su autoridad; nos da una esperanza de vida; derrumba toda idea preconcebida sobre la vida sin Cristo; y nos lleva a rendirnos totalmente a la voluntad de Dios.

El evangelio nos lleva a vivir con los ‘pies en la tierra’: nos muestra nuestra condición pasada y nos motiva a ser humildes

Pablo, después narrar su reprensión a Pedro, reitera la centralidad del evangelio y la importancia de recordarlo todos los días:

“Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano”, Gálatas 2:20-21 .

Una de las implicaciones más evidentes de esto es que el evangelio nos guarda del legalismo y la hipocresía “al ponernos los pies en la tierra”: nos muestra nuestra condición pasada y nos motiva a ser humildes. Nos recuerda lo siguiente: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15).

Nadie está exento de luchar contra el pecado. Ni siquiera los grandes personajes de la Biblia. Sin embargo, Dios permitió que conociéramos la experiencia de Pedro para que sepamos que, al igual que él, tenemos un Padre amoroso y perdonador. Dios desea que vivamos a diario según el evangelio para nuestro bien, para el cumplimiento de nuestro propósito como Iglesia, pero especialmente para Su gloria.

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