La correcta aplicación de las Escrituras requiere la famosa perspectiva de Herman Ridderbos sobre la teología de Pablo: todo imperativo de las Escrituras (lo que debemos hacer por Dios) descansa en el indicativo (quiénes somos en nuestra relación con Dios), y este orden no es reversible (Hch. 16:14-16; Col. 3:1-5; 1 Jn. 5:1-5).[i] Sin embargo, este orden es invertido por el instinto humano y toda religión no cristiana al enseñar que quiénes somos ante Dios se basa en lo que hacemos por Dios. Por lo tanto, cualquier predicación que sea distintivamente cristiana debe evitar que los oyentes confundan o inviertan nuestro “quién” y nuestro “hacer”.
Lo que hacen los cristianos está basado en quiénes somos en Cristo. Obedecemos porque Dios nos ha amado y nos ha unido a Él por medio de su Hijo; no estamos unidos a Dios, ni le hacemos amarnos, porque le hemos obedecido. Nuestra obediencia es una respuesta a su amor, no el pago para adquirirlo. Mantenemos esta relación indicativo-imperativo evidente, no cuando mencionamos cada elemento en un sermón, sino asegurándonos de que el mensaje no se termine hasta que los oyentes estén motivados a obedecer a Dios basados en la provisión de gracia de Dios para ellos.
Nuestra obediencia es una respuesta al amor de Dios, no el pago para adquirirlo
A veces, estableceremos el fundamento de la provisión de Dios como base motivacional para los imperativos que siguen; otras veces, detallaremos los deberes claros del texto antes de explicar la relación con Dios que permite nuestra obediencia. Hay una prioridad conceptual en el indicativo que motiva y nos capacita para la obediencia, aún si los imperativos siguen en la presentación real del sermón.
Si tratamos de establecer un orden estándar o proporción para mencionar los imperativos e indicativos en nuestros sermones, inevitablemente terminaremos distorsionando los textos de formas no intencionadas por los autores originales. Ciertamente debemos mencionar los imperativos e indicativos en diferentes órdenes o proporciones en diferentes sermones, según el contenido y contexto de cada texto bíblico. Aún así, la clave para hacer que cualquier mensaje sea congruente con el evangelio es asegurarse de que los oyentes no se vayan con la sensación de que su comportamiento es la base de su redención.
Un sermón no es un sermón, si no incluye imperativos; un sermón sin aplicación es mera abstracción. Pero un sermón no es un sermón cristiano si sus imperativos éticos eclipsan sus indicativos del evangelio. Un mensaje que solo amontona deber sobre deber es mero legalismo, incluso si los deberes están en el texto.
Las proporciones de imperativo e indicativo variarán, pero los oyentes necesitan ser capaces de discernir la importancia de cada uno. Dañamos los propósitos de las Escrituras, y la claridad del evangelio, si no consideramos pastoralmente lo que se necesita para que cada elemento sea escuchado y vivido.
La clave para hacer que cualquier mensaje sea congruente con el evangelio es asegurarse de que los oyentes no se vayan con la sensación de que su comportamiento es la base de su redención
Un mensaje que martilla imperativos durante 35 minutos, y luego termina rápidamente agregando “pero recuerda que Jesús te ama”, no entiende cómo funciona el corazón humano. Un mensaje que solo habla sobre el amor de Jesús durante 35 minutos, y termina con un intangible “haz que tu vida cuente para Él”, no entiende la propensión humana de usar la gracia para evitar la obediencia.
Como pastores, debemos aspirar predicar mensajes que permitan a las personas honrar a nuestro Salvador con obediencia posibilitada por el evangelio. Para hacerlo bien, debemos evaluar las exigencias de un texto así como la inclinación de nuestra congregación. Esto nos ayudará a determinar el equilibrio adecuado entre el imperativo e indicativo.
Si la gente no sabe qué hacer, entonces no puede obedecer a Dios. Así que los imperativos de algún tipo son necesarios. Si la gente obedece por las motivaciones equivocadas, entonces su supuesta obediencia no honra a Dios. Por tanto, cada imperativo debe estar fundamentado por indicativos que correctamente motiven y posibiliten la obediencia. La proporción varía, pero ambos deben estar significativamente presentes para moldear el comportamiento y despertar afectos que honren a Cristo.