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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Verdaderos adoradores: Anhelando lo que a Dios le importa (Poiema Publicaciones, 2018), por Bob Kauflin. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

A algunos cristianos les cuesta conectar la adoración a Dios con Su Palabra. Se preguntan: ¿No se supone que la adoración tiene que ver con nuestras emociones más que con nuestras palabras? Si la gente solo usa la Biblia para discutir, ¿para qué usarla? ¿No se supone que la adoración tiene que ver más con el Espíritu? ¿Por qué cuesta tanto entender la Biblia?

Cada una de estas preguntas revela algunas ideas erróneas en cuanto a la Palabra de Dios. La Palabra es un regalo de Dios que nos capacita para adorarle. Si no corregimos estas ideas, no podremos recibir las riquezas de la gracia que Dios nos invita a disfrutar a través de Su Palabra. Considerémoslas una por una.

1. “La adoración tiene que ver con nuestras emociones más que con nuestras palabras”.

Una vez conocí a un matrimonio cuya relación había comenzado de manera singular. Él hablaba inglés; ella hablaba ruso. Tan pronto se dieron cuenta de su atracción mutua, supieron que las miradas, las emociones, y los gestos eran un fundamento inadecuado para un matrimonio. Así que uno de ellos aprendió a hablar el idioma del otro. Las relaciones significativas requieren palabras.

Dios usa palabras para invitarnos a entrar en una relación con Él. Estas palabras se encuentran en la Biblia.

Es por esto que Dios usa palabras para invitarnos a entrar en una relación con Él. Estas palabras se encuentran en la Biblia. La Escritura no es una serie de versículos aislados que tienen algún poder mágico en sí mismos. En conjunto y con el poder del Espíritu de Dios, estos versículos establecen la comunicación con nosotros y nos dicen cómo es Él. Pero la Biblia no solo nos habla sobre Dios; es Dios mismo quien nos habla (He. 4:12). La Palabra de Dios es la forma principal en la que Dios inicia y profundiza nuestra relación con Él, y es esencial para la verdadera adoración.

Sin duda, la adoración implica más que palabras, y habrá ocasiones en las que adoremos a Dios sin palabras. Pero aun así, nuestro único acceso a una verdadera relación con el Dios vivo en la que las palabras a veces desaparecen es precisamente en y a través de las palabras que Dios nos habla.

Muchos cristianos piensan que la predicación es “algo de la mente” y que la adoración es “algo del corazón”. Estarían felices si el sermón se redujera de manera que pudiera dedicarse más tiempo a la “adoración”, refiriéndose a los cantos. La misma actitud puede reflejarse en un desagrado por los cantos que son “largos” o al creer que la lectura de la Escritura “interrumpe” la adoración.

El estudio de la Biblia no apaga nuestra adoración a Dios, más bien la orienta y la enciende.

Ahora bien, podría ser que la predicación en tu iglesia sea mediocre y que la música sea impresionante. Pero la Palabra de Dios —leerla, estudiarla, predicarla, escucharla, orarla, y cantarla— es indispensable para esos verdaderos adoradores que Dios está buscando. El estudio de la Biblia no apaga nuestra adoración a Dios, más bien la orienta y la enciende. Dios siempre será mucho mejor de lo que pudiéramos imaginar por nuestra cuenta.

Si queremos crecer como verdaderos adoradores de Dios, no podemos limitarnos a escuchar más música —tenemos que encontrarnos con Él en nuestras Biblias.

2. “La gente solo usa la Biblia para discutir”.

Hace años un líder en una conferencia nos pidió que gritáramos los nombres de nuestras denominaciones. Todos lo hicimos a la vez, así que no se entendió nada. Luego nos pidió que gritáramos el nombre de la cabeza de la iglesia, y todos proclamamos a una voz: “¡Jesús!”. “¿Ven?”, dijo. “La doctrina nos divide. Jesús nos une”.

Aunque aprecié la intención de este líder de honrar a Jesús, su conclusión en realidad lo deshonró porque no era conforme a la verdad. Doctrina es una palabra que significa “algo que se enseña”. Se refiere a todo lo que la Biblia enseña sobre un tema en particular, como la adoración, la santidad, o los últimos tiempos. Todos tenemos una doctrina. Tu doctrina es buena si afirma y corresponde a lo que enseña la Biblia. De lo contrario, es mala doctrina.

Los cristianos hemos debatido durante siglos por asuntos doctrinales secundarios. Eso no debe sorprendernos si tomamos en cuenta nuestros corazones pecaminosos y el deseo de Satanás de separarnos. Sin embargo, el Nuevo Testamento advirtió que los falsos maestros se infiltrarían en las filas de la iglesia (Hch. 20:29-30; 2 Co. 11:13). Muchas de las verdades más preciosas que creemos hoy en día se definieron con mayor claridad como respuesta a herejías. Las verdades de la fe cristiana se han probado y confirmado en el fuego de la controversia y el conflicto.

Las personas discuten sobre la Biblia porque su contenido es un asunto de vida o muerte. En primer lugar, Dios se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas que existen en un solo Dios. Se nos ha revelado de forma más plena en Jesús, la segunda persona de la Trinidad, que existía desde antes de la fundación del mundo con el Padre y el Espíritu Santo. Todo fue creado por medio de Él. Nació de una virgen, vivió una vida perfecta de obediencia a Dios, y padeció la ira de Dios por todos los pecados de aquellos que confiarían en Él. Fue levantado físicamente de entre los muertos y ascendió a la derecha de Su Padre. Ha derramado el Espíritu Santo sobre aquellos que confían en Él; y regresará un día triunfante para vivir con su esposa, la iglesia, para siempre.

Si no estudiamos cuidadosamente nuestras Biblias, no conoceremos al Dios que estamos adorando.

En otras palabras, no es cierto que si solo adoramos a Dios, el resto es irrelevante o se resolverá por sí solo. Si no estudiamos cuidadosamente nuestras Biblias, no conoceremos al Dios que estamos adorando. Cuando dejamos de ser específicos sobre quién es Dios y lo que ha hecho, en realidad estamos afirmando que queremos nuestro propio Dios. Sin embargo, la verdadera adoración no se basa en nuestras propias opiniones, ideas, experiencias, suposiciones, o en algún denominador común.

Como nos lo recuerda el autor Michael Horton: “La imprecisión en cuanto al objeto de nuestra alabanza inevitablemente conducirá a que el objeto sea nuestra propia alabanza. Por tanto, la alabanza se convierte en un fin en sí misma, y quedamos atrapados en nuestra ‘propia experiencia de adoración’, no en el Dios cuyo carácter y acciones son el único objeto apropiado”.

La adoración que se da a un Dios que no estamos dispuestos a definir termina siendo un producto de nuestra propia imaginación, no un regalo de Dios.

3. “La adoración tiene que ver más con el Espíritu que con la Palabra”.

En su carta a los filipenses, Pablo escribió que los cristianos somos los que “por medio del Espíritu de Dios adoramos” (Fil. 3:3). Él afirmó que hemos sido adoptados en la familia de Dios por medio de la obra del Espíritu de Dios, no por medio de nuestros esfuerzos o méritos.

Sin embargo, por años pensé (y no soy el único) que Pablo había expresado que la adoración “en el Espíritu” se refería al canto espontáneo, a la intensificación de las emociones, y a la búsqueda de experiencias. Quizás hayas pensado algo similar. He estado en reuniones, e incluso he dirigido algunas, donde el objetivo de la noche era cantar y permitir que el Espíritu Santo se moviera en medio de Su pueblo e hiciera lo que quisiera. A veces se les llama “Noches del Espíritu Santo”. En esas ocasiones tendemos a minimizar la importancia de la Escritura, la planificación, y el orden.

Nuestra adoración debe ser evaluada a la luz de lo que Dios ha revelado en la Biblia y someterse a esa revelación.

El Espíritu de Dios y Su Palabra no son contrarios. En primer lugar, fue el Espíritu quien nos dio la Escritura: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia” (2 Ti. 3:16). La palabra “inspirada” es una clara referencia a la obra del Espíritu en la autoría de las palabras de la Biblia por medio de instrumentos humanos.

Esto implica que nuestra adoración debe ser evaluada a la luz de lo que Dios ha revelado en la Biblia y someterse a esa revelación. El Espíritu está conectado de una forma íntegra y estrecha con su Palabra.

Cada iglesia o individuo que dice vivir bajo la dirección del Espíritu debe alimentarse de la Palabra. Si queremos experimentar más poder del Espíritu en nuestras vidas, tenemos que llenarnos de las riquezas de su Palabra.

4. “La Biblia es muy difícil de entender”.

A veces pensamos que deberíamos ser capaces de entender la Biblia como si fuera una receta para hacer un pastel o un libro de texto de sexto grado. Pero si pudiéramos entender a Dios de una forma fácil o plena, ya no sería digno de nuestra adoración. Ya no sería Dios. Cuando la Escritura usa palabras como insondable, impenetrable, e incomparable para describir a Dios (como en Sal. 145:3; Ro. 11:33; Ef. 1:19), deberíamos esperar que nuestras mentes sean llevadas hasta los límites en nuestro intento por conocerlo.

El Espíritu Santo está deseoso de abrir nuestros ojos para que veamos cosas maravillosas en su Palabra.

Estudiar a Dios en su Palabra puede parecer laborioso y difícil. Puede parecer mundano, excesivamente intelectual. Algunos textos requerirán de varias lecturas y de mayor reflexión. No obstante, el Espíritu Santo, quien primero inspiró las palabras de la Escritura, ahora ilumina nuestros corazones para que podamos recibirlas y entenderlas. Él está deseoso de abrir nuestros ojos para que veamos cosas maravillosas en su Palabra (Sal. 119:18).

Pero no tenemos que hacerlo solos. El Espíritu ha capacitado a personas en la iglesia para que ayuden al pueblo de Dios a entender mejor la Escritura, y los pastores son los primeros en esa lista. También podemos aprovechar comentarios, Biblias de estudio, y libros. Los mejores explican lo que dice un pasaje según su contexto literario e histórico, y según su lugar en la historia de la redención. Son aquellos libros que nos llevan a valorar más la Escritura. Los peores son los que ofrecen meras opiniones o siembran dudas. Al comentar sobre la sabiduría y la necesidad de leer otros libros, Charles Spurgeon afirmó: “El que no usa las reflexiones de otros cerebros, prueba que carece de uno propio”.

Cuando nos tomamos el tiempo para leer y reflexionar sobre Dios como el objeto de nuestra adoración, invertimos energía con el fin de tener un verdadero conocimiento del Ser más glorioso y precioso del universo. Ese conocimiento es un regalo de Dios que nos permite amarle con más pasión, obedecerle con más constancia, servirle con más gozo, y confiar en Él con más seguridad. Es lo que nos permite ser contados entre los adoradores de Dios.


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Imagen: Lightstock.
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