A Martín Lutero se le atribuye la frase: “Cristo, vida de mi vida; muerte de mi muerte”. En esta afirmación vemos a un hombre convencido de quién es Cristo. Pero, ¿por qué hablar de la muerte si tenemos vida? Hablar sobre la muerte nos resulta desagradable, pero todos la experimentaremos de alguna manera. Por lo tanto, es importante conocer lo que la Biblia enseña sobre este tema.
En ella encontramos la triste realidad de la humanidad frente a la muerte: todo ser humano muere y esto es un castigo directo que merecemos por el pecado original (Ro. 5:12). La buena noticia es que Dios envió a su Hijo al mundo para absolver a pecadores que se vuelven a Él con arrepentimiento y fe, cambiando la forma en que la muerte nos afecta.
A continuación, comparto algunas verdades que la muerte nos recuerda y pueden ayudarte cuando la muerte de un ser querido toque tu puerta o tú mismo estés frente a ella.
1) La muerte nos recuerda que todo ser humano necesita al Salvador
Todo ser humano necesita conocer al dador de la vida eterna. Cristo venció a la muerte, los creyentes no debemos temerle (Jn. 11:25). Deben temer a la muerte aquellos que no han creído en el Salvador, quienes han vivido para sí y no para Dios, pues darán cuentas ante Él por su pecado.
El humilde reconoce su necesidad del Salvador y estará junto a Él, mientras el arrogante sufrirá las consecuencias de su altanería.
Cuando Cristo afirmó que no había venido por justos sino por pecadores (Lc. 5:32), Él se refería a toda la humanidad, pues “no hay justo ni aun uno” (Ro. 3:10). Dios quiere que todos sean salvos. Pero, ¿qué quiere el ser humano?
El humilde reconoce su necesidad de un Salvador y estará junto a Él, mientras el arrogante sufrirá las consecuencias de su altanería.
Ante la muerte, los creyentes también debemos recordar la urgencia de nuestro llamado a anunciar el evangelio.
2) La muerte nos recuerda que nada en este mundo nos pertenece
El ser humano durante su vida adquiere conocimiento, bienes materiales, y forma una familia. Sin embargo, llega el momento del retiro y viene la etapa ineludible de devolver todo con cuentas claras. Romanos 14:9 afirma: “De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo” (véase también Heb. 9:27; 2 Co. 5:10). Nada en este mundo nos pertenece.
Un indicador infalible de que nada es nuestro es que un día moriremos y Dios no está comprometido a decirnos cuándo (Heb. 9:27). Por esto es importante hacer una pausa en tu vida para considerar las siguientes preguntas: Al administrar las cosas que Dios puso a tu cargo, ¿antepones las leyes de Dios por encima de tus deseos individuales? ¿Antepones la voluntad de Dios por sobre la tuya?
3) La muerte nos recuerda que necesitamos el regreso del Señor
Dios administra el tiempo de su creación. Esto lo vemos desde el principio: así como la muerte entró por el pecado de Adán, en el tiempo de Dios también vino la vida por medio de Cristo (Ro. 5:18). Él está por regresar y restaurar todas las cosas, y Santiago nos anima con estas palabras: “Por tanto, hermanos, sean pacientes hasta la venida del Señor” (Stg. 5:7).
Puede que ahora no comprendamos la muerte inesperada de familiares, pero sí comprendemos que nadie sabe cuándo morirá. Esto no lo dejaremos de ver hasta que Cristo se manifieste de nuevo. Vivimos en un mundo manchado profundamente por el pecado. ¿Ves la importancia de la segunda venida de Jesús y sus consecuencias sobre la muerte? “El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Ap. 21:4).
La obra de Cristo garantiza a todo creyente que viviremos con Él en la eternidad.
Recordemos lo escrito por el apóstol Pablo cuando habló del regreso del Señor: “Por tanto, confórtense unos a otros con estas palabras” (1 Ts. 4:18).
4) La muerte nos recuerda que debemos celebrar la vida eterna
Estar convencidos de nuestra vida en Cristo no inhibe nuestros sentimientos; sentimos y lloramos la partida de un ser querido como parte natural del duelo. Una de las tres veces que leemos que Cristo lloró fue por la muerte de un amigo (Jn. 11:35, ver Heb. 5:7; Lc. 19:41). Es legítimo llorar ante el dolor y las consecuencias del pecado. Sin embargo, las lágrimas de Jesús no eran de desesperanza, y las nuestras tampoco deberían serlo.
Cuando el dolor y los pensamientos negativos nos quieran controlar, recordemos que la Palabra nos anima a ver la muerte como algo pasajero. Llegará el día en que no habrá más muerte. La obra de Cristo garantiza a todo creyente que viviremos con Él en la eternidad. Oremos que Él nos conceda permanecer firmes en esta verdad en medio del dolor.
Si Dios ve con estima la muerte de sus santos (Sal. 116:15), ¿por qué sus hijos deberíamos tener una actitud diferente frente a ella?