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La salud mental es un tema complejo, pero no podemos darnos el lujo de ignorarlo. La Organización Mundial de la Salud estima que cada 40 segundos una persona se quita la vida, y los trastornos mentales son uno de los mayores factores de riesgo para el suicidio. 

La iglesia ha sido llamada a ser luz en este mundo oscuro. Los cristianos debemos estar listos para responder con precisión bíblica y científica a los retos que presentan los desórdenes mentales. Estas son cinco cosas que todo creyente debe saber acerca de ellos.

1. Los cristianos fieles pueden padecer desórdenes mentales.

Algunos no tienen problema para entender que alguien de “allá afuera” pueda estar luchando con su salud mental. Pero ¿en la iglesia? ¡Cristo nos ha hecho libres!

Como explicamos en el primer episodio de Piensa, nuestro podcast de fe y ciencia, esta idea suele surgir porque tenemos una concepción dicotómica de la relación entre el cuerpo y el espíritu. Los concebimos como entes separados que no tienen nada que ver el uno con el otro. Según esta perspectiva, sí, el cuerpo también es afectado por la caída y por eso nos enfermamos de cosas como cáncer, diabetes, o alguna infección. Sin embargo, el espíritu ha sido renovado por Cristo; nuestro ser interior (mente, emociones, voluntad, etcétera) no tiene nada que ver con la biología vulnerable a enfermarse. 

En la mayoría de iglesias en Latinoamérica se abraza una concepción tripartita del ser humano: que estamos compuestos de cuerpo, alma, y espíritu. Algunos de los que se adhieren a esta postura enseñan que el espíritu ha sido santificado en la conversión, y que el cuerpo será santificado en la gloria. El alma (mente, emociones, voluntad, etcétera) está siendo santificada en la tierra. Así que un creyente podría estar luchando en esas áreas, pero quiere decir que necesita trabajar más en su proceso personal de santificación. De ahí que los consejos para los hermanos que luchan con su salud mental suelan limitarse a cosas como “debes orar más”, “leamos la Biblia juntos”, “¡gózate en el Señor!”, o “necesitas aprender a confiar más en Dios”.

Por supuesto, todos (incluyendo aquellos con un desorden mental) debemos orar, leer la Biblia, gozarnos, y confiar en Dios. Sin embargo, separar la mente del cerebro —la biología de la espiritualidad— es un error. Estudios han demostrado que nuestro comportamiento afecta la estructura misma de nuestro cerebro; la mente afecta al cuerpo. Y cualquiera que se ha enfermado sabe que la debilidad en el cuerpo afecta nuestro pensamiento y estado de ánimo; el cuerpo afecta a la mente. 

Somos un cuerpo y también somos un espíritu. Somos almas encarnadas. Ambos aspectos de nuestro ser están entretejidos de manera misteriosa, y apenas estamos empezando a descubrir cómo. Si nuestro cerebro se ve afectado por un traumatismo, degeneración, trauma, o alguna alteración biológica, es muy probable que nuestra mente vaya a experimentar cambios en mayor o menor medida. Seamos creyentes o no.

2. En un desorden mental, puede (o no) haber un desequilibrio químico.

Joseph Jacob Schildkraut fue un psiquiatra estadounidense, pionero en el campo de la psiquiatría biológica. En 1965, Schildkraut publicó un artículo llamado La hipótesis de catecolamina de los trastornos afectivos. Las catecolaminas son sustancias que funcionan como “mensajeros químicos” en el cerebro o el torrente sanguíneo. La dopamina, por ejemplo (conocida popularmente como uno de los “químicos de la felicidad”), es una catecolamina. 

En su artículo, Schildkraut propuso que “algunas, si no todas, las depresiones se asocian con una disminución absoluta o relativa de las catecolaminas, particularmente la norepinefrina, disponible en los sitios receptores centrales adrenérgicos”. A pesar de que Schildkraut concluyó esa investigación diciendo que no había datos disponibles suficientes para aceptar o rechazar su premisa, la hipótesis del “desequilibrio químico” es muy popular hasta hoy.

Schildkraut había observado que los antidepresivos parecían elevar los niveles de ciertos neurotransmisores en el cerebro. Lo lógico era pensar que la depresión debía estar ocasionada por la falta de estas sustancias, y la euforia por el exceso de ellas.

Desafortunadamente, las cosas no son tan sencillas. Si todas las depresiones (o incluso la mayoría) fueran causadas por un desequilibrio químico de este tipo, observaríamos que los medicamentos funcionan para todas (o la mayoría) de las personas. Esto no es así. Como escribe Michael Emlet en su libro Descriptions and Prescriptions [Descripciones y prescripciones]:

“En el mejor de los casos podemos decir que estos medicamentos modulan o cambian la neurotransmisión de alguna manera, y eso parece estar asociado con una reducción de los síntomas en una proporción estadísticamente significativa de aquellos probados en ensayos clínicos. Pero ¿están estos medicamento tratando un desequilibrio químico en el cerebro humano? En realidad no lo sabemos… tal vez. Sabemos que parecen aliviar los síntomas en algunas personas pero no sabemos exactamente cómo”.[1]

Desconocer el mecanismo de acción de ciertos fármacos no es raro en el mundo de la medicina. Así lo explica el pastor y médico Miguel Núñez:

En los desórdenes mentales convergen causas sociales, psicológicas, y fisiológicas. Algunos desórdenes mentales, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, tienen orígenes biológicos y genéticos más claros que otros. Pero incluso en estos casos no es posible apuntar a un gen o molécula como origen de la condición. Es necesario evitar el reduccionismo y mirar a la persona completa para ofrecer el mejor tratamiento posible.

Se ha dicho que la ciencia de las enfermedades mentales está en donde la cardiología se encontraba hace 100 años. Hay muchísimas preguntas sin respuesta. No tenemos exámenes diagnósticos precisos. Con todo, nuestras interrogantes no deben impedirnos servir a los demás al utilizar la información que sí poseemos.

3. Tomar medicamentos puede ser pecaminoso. No tomar medicamentos, también.

El utilizar o no un tratamiento farmacológico es una de las decisiones más difíciles para los que luchan con su salud mental. Como dijimos anteriormente, en este tipo de condiciones las cosas no son tan claras como en muchas enfermedades orgánicas. El medicamento no siempre ayudará. E incluso si lo hace, los beneficios pueden no ser mayores que los efectos adversos.

¿Es pecaminoso tomar medicinas para alguna condición mental? No hay una respuesta que aplique para todo el mundo. Puede que sí, puede que no. 

Por ejemplo, imaginemos que Sara lleva meses en una depresión profunda y su único anhelo es salir de ese entumecimiento mental permanente. Quiere sentir algo. Ella busca a un psiquiatra que le recete una pastilla para mejorar su ánimo, pero se niega a tratar con las cuestiones emocionales o espirituales que podrían estar contribuyendo a su condición. 

Por otro lado tenemos a Martín. Es un líder de adoración que ha sido diagnosticado con desorden bipolar. Él se niega a tomar el fármaco que le ha sido recetado por temor a que alguien se entere y le quite su posición en el ministerio. Además, Martín piensa que, como tiene muchos años siendo cristiano, él debería poder manejar sus síntomas solo. Después de todo, la templanza es un fruto del Espíritu. 

Ni Sara ni Martín tienen su corazón en el lugar correcto. Ambos están pecando, uno al buscar salvación en un fármaco y otro al evitarlo por temor al hombre y orgullo.

Si tú o alguien que amas se enfrenta con la decisión de tomar o no un psicotrópico, no te apresures en inclinarte hacia un lado u otro de la balanza. Es una cuestión que debemos abordar con sabiduría, acompañados de médicos, familiares, pastores, y amigos cercanos maduros.

4. Los desórdenes mentales no justifican el pecado de nadie.

Es común escuchar que se hable de las enfermedades mentales como si fueran algo que posee a una persona y la priva de su autocontrol. 

Esta idea hace que muchos duden de si los trastornos mentales son algo real. Les parece una simple justificación para poder actuar de manera pecaminosa sin sufrir las consecuencias. Y no podemos negar que, desafortunadamente, algunas veces esto ha sido así. En su libro, Emlet habla de un ortodoncista que se declaró culpable por tocar a una paciente adolescente. Después alegó que merecía que su aseguradora le diera 5,000 dólares mensuales por discapacidad, ya que había sido diagnosticado con froteurismo.[2]

No podemos negar que la biología puede influir sobre los pensamientos e impulsos de las personas. Existen casos documentados de individuos con tumores cerebrales que provocan deseos sexuales intensos e inapropiados. Pero, incluso cuando se trata de un caso como este, si la persona actúa según esos deseos (agrediendo sexualmente a un menor, por ejemplo), debe ser hecha responsable de sus acciones.

Tengamos esto muy claro: ninguna enfermedad o trastorno puede obligarnos a pecar. Los desórdenes mentales pueden ser una fuente de tentación extremadamente intensa, pero la voluntad de la persona no se anula: su capacidad de decidir honrar a Dios o a los deseos de su cuerpo. Y todos nosotros, mentalmente sanos o no, debemos afrontar las consecuencias de nuestras acciones.

5. Si no eres un profesional, no intentes diagnosticar a nadie (ni siquiera a ti mismo) con un desorden mental.

Internet es un arma de dos filos. Sin duda alguna, debemos agradecer al Señor porque nos permite vivir en un mundo donde la información es ubicua y fácil de conseguir. Sin embargo y desafortunadamente, esta información ubicua y fácil de conseguir no siempre corresponde con la realidad.

Las redes sociales están llenas de personas bien intencionadas (y otras que no tanto) que comparten artículos sin fundamento, alarmistas, o simplistas que alimentan las ideas equivocadas que muchas personas tienen sobre los desórdenes mentales.

Vemos desde notas que te ofrecen “5 señales de que tu vecino es un psicópata”, hasta vloggers que anuncian su depresión sin darse cuenta de que los millones de niños que los admiran ahora piensan que este trastorno es algo “cool”. De repente, ponerse nervioso antes de una presentación es tener “un ataque de pánico” o no querer ir al cine significa que tengo “ansiedad social”. Sin darnos cuenta miramos con recelo al joven que se sienta hasta el fondo en la clase y parece siempre hablar consigo mismo. Seguramente es un sociópata o algo parecido.

La realidad es que todos tenemos altas y bajas emocionales, y esto es completamente normal. El miedo nos ayuda a sobrevivir en un mundo caído, lleno de peligros y situaciones inciertas. La ira puede ser una ira pura, hambrienta por la justicia y santidad. La tristeza nos recuerda que las cosas en la tierra no están bien, y que anhelamos la restauración de todas las cosas en Cristo.

Es fácil pensar que después de leer un artículo sobre los desórdenes de personalidad estás listo para diagnosticar a ese amigo cuya extraña manera de ser no entendías. Detente. Entiendo el impulso, pero ese no es nuestro lugar. Conocer más sobre los desórdenes mentales es excelente; nos ayuda a amar y servir mejor a las personas que nos rodean. Con todo, el diagnóstico clínico de un trastorno mental es difícil. Incluso los profesionales con años de educación y experiencia deben ser cuidadosos al determinar un diagnóstico y su tratamiento. 

Los desórdenes mentales no tienen límites bien definidos entre ellos. En su libro Trastornos bipolares, el doctor Marc Masson lo explica así: 

“Siendo tan compleja la arquitectura cerebral, las patologías que se caracterizan por alteración del funcionamiento de las redes neuronales pueden presentar líneas de demarcación bastante porosas, lo que puede volver bastante imprecisas las fronteras entre dos enfermedades. […] Si se deben distinguir los trastornos mentales, fuerza es constatar que la mayoría de las veces están asociados los unos a los otros. Es necesario llegar a un diagnóstico preciso porque la atención terapéutica requiere elecciones estratégicas específicas. Pero semejante empresa no siempre es fácil: los síntomas pueden ser idénticos y traslaparse entre sí de una a otra enfermedad. Además, con el tiempo, una patología puede convertirse en otra”.[3]

Si tienes dudas acerca de si tú mismo o alguien cercano a ti está luchando con algún desorden mental, acércate a alguien maduro y de confianza, que pueda guiarte en la búsqueda de un profesional.

Consoladores molestos

En el capítulo 16 del libro que lleva su nombre, Job les replica así a sus amigos: “He oído muchas cosas como éstas; consoladores molestos son todos ustedes” (v. 2). Elifaz, Bildad, y Zofar pensaban que tenían todas las respuestas respecto a la razón y la solución del sufrimiento de Job. Las cosas estaban muy claras para ellos, y lo que decían parecía tener mucho sentido. Pero estaban equivocados.

Esta debe ser una lección para nosotros. Debemos ser humildes. Nuestra perspectiva es limitada. No tenemos todas las respuestas. No debemos saltar a la conclusión de que si alguien lucha con sus emociones, pensamientos, o percepciones del mundo está “en rebeldía” o “le falta fe”. Tampoco caigamos en el error de pensar que cualquier persona que sufre profundamente o que actúa de manera inesperada tiene un problema mental.

Eduquémonos y amemos lo mejor que podamos a nuestro prójimo, mentalmente sano o no.


[1] Descriptions and Prescriptions, 62. Traducido por Ana Ávila.
[2] Ibid., 29. 
[3] Trastornos bipolares, 56.

Si quieres aprender más acerca de la salud mental, te invitamos a escuchar PIENSA, el podcast de fe y ciencia de Coalición por el Evangelio.
Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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