Este es un fragmento adaptado de la clase de “Estudiando y comunicando la Palabra efectivamente para que Su pueblo entienda”, del Instituto Integridad y Sabiduría. Para conocer más acerca del II&S, visita su página web.
La idea pastoral de la enseñanza cristiana no es simplemente transmitir información, sino principalmente lograr transformación. Queremos que la gente sea cambiada por la Palabra. La información que no forma, deforma.
Es por eso que los maestros de la Palabra tenemos que procurar conocer bien el material que daremos a nuestros oyentes, pero también reconocer con cuidado quiénes son y en que momento de sus vidas se encuentran.
La idea pastoral de la enseñanza cristiana no es simplemente transmitir información, sino principalmente lograr transformación.
En medio esta labor valiosa, hay algunas cosas que todo maestro debe evitar al enseñar:
1. Evita el mal manejo de la Biblia.
Para enseñar bien es vital que manejemos el texto bíblico de manera correcta (2 Ti. 2:15). Esto significa que nos mantengamos bajo los rigores básicos de las reglas hermenéuticas y que podamos aplicar el texto bíblico a situaciones particulares.
La hermenéutica es útil para la vida diaria. Tenemos que aprender a usarla y revisar sus reglas continuamente, porque así desentrañamos el significado correcto del texto bíblico. De lo contrario, corremos el riesgo de cometer errores entre los que se encuentra el dar “enseñanza satélite”: cuando damos vueltas y vueltas alrededor del texto, pero sin llegar a aterrizar la interpretación y arribar a la verdad que el texto nos dice.
Si no estudiamos constantemente la Biblia, entonces ¿qué va a pasar? Le vamos a tener miedo al texto bíblico, porque es demasiado grande o porque es difícil. Entonces nuestra confianza al enseñar saldrá de nosotros mismos y nuestro estudio, y confiaremos más bien en materiales publicados, como comentarios o estudios bíblicos.
2. Evita la excesiva confianza en materiales publicados.
Los materiales publicados pueden ser desde comentarios hasta algún estudio en línea. A veces son muy buenos, pero apoyarnos demasiado en ellos tiende a producir una ilusión de seguridad y conocimiento que solo es real cuando el maestro arriba de manera personal, laboriosa, y cuidadosa a las mismas conclusiones.
Ningún material, por más bueno que sea, va a sustituir mi estudio bíblico personal y responsabilidad de profundizar en las cosas del Señor.
Ningún material, por más bueno que sea, va a sustituir mi estudio bíblico directo y personal, y responsabilidad de profundizar en las cosas del Señor (1 Ti. 4:16). Tener un libro trabajado por excelentes creyentes con muchos años de experiencia, y repetir ese material, no me hace sabio. Necesito llegar personalmente a las conclusiones. De lo contrario, estaré solo repitiendo, y el nivel de superficialidad de mi conocimiento será el mismo que yo transmita a mi auditorio. El discípulo no podrá ser más que su maestro.
Además, cuando nos apoyamos mucho en nuestros libros y materiales, tendemos a perder la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico, el cual involucra evaluar todo material correctamente, no solamente en términos de verdad y falsedad, sino también en términos de relevancia para nuestros oyentes y alumnos.
Recordemos que enseñar no se trata solo de entregar información, sino de lograr transformación. No se trata solamente de decir lo que un libro dice, sino de poder reconocer para qué es útil a mi auditorio. Si vamos a usar materiales, hágamoslo con la cautela de un pensamiento crítico y sin que esto signifique renunciar al estudio bíblico personal en donde el Señor nos habla de manera particular al corazón.
3. Evita dar muchos datos.
Mucho material puede significar menos aprendizaje, y menos material puede traer consigo un mejor aprendizaje. Mucho material no es sinónimo de una gran clase o prédica. Puede significar desorden y falta de dirección.
El gran peligro en la enseñanza es que ahoguemos a nuestros estudiantes en un mar de datos y palabras, pero enseñando poco significado en realidad.
Vivimos en un tiempo de excesiva información disponible. Lamentablemente, toda ella no nos hace más sabios y profundos, sino más superficiales y poco prácticos. El gran peligro en la enseñanza es que ahoguemos a nuestros estudiantes en un mar de datos y palabras, pero enseñando poco significado en realidad. Este es el principal pecado del maestro entusiasta pero inexperto. Debemos anclar la enseñanza de manera que podamos arribar a la verdad y aplicarla directa y sencillamente a nuestras vidas.
No tener clara la meta específica de la lección o sermón resulta en una sobrecarga de material. Usar muchos versículos y temas con poca conexión dificulta el aprendizaje en los alumnos, lo cual nos lleva al siguiente punto.
4. Evita el exceso de material.
Lo importante en una enseñanza no es todo lo que podamos decir, sino también cuánto la persona puede captar durante los minutos disponibles para la clase o sermón.
Por ejemplo, enseñar la Biblia a la iglesia las 9 de la noche es diferente de enseñar a las 9 de la mañana a un grupo de seminaristas que estudian a tiempo completo. El contexto y la capacidad que tienen para recibir información es diferente, y debo ser sensible a esto.
Debemos cuidarnos de dar un exceso de material en poco tiempo. Esto no produce bendición porque, muchas veces en nuestro entusiasmo, no nos damos cuenta de que las personas tienen límites para captar ideas complejas.
Es por eso que una de las tareas más dolorosas pero necesarias del trabajo de preparación de una clase o sermón es cortar todo “material valioso” pero imposible de digerir en una sola clase. En términos prácticos, cuando yo termino de preparar una clase y digo: “¡Está lista!”, lo siguiente que viene es cortar todo lo que deba quitar para que la clase sea mejor.
Recordemos que la simplicidad no es mala. Nuestro Señor Jesucristo dijo cosas simples pero profundas.
Algunas cosas que podemos y a menudo debemos cortar son los tecnicismos, los términos en idiomas originales (que a menudo son redundantes), la repetición de ejemplos y textos que dicen lo mismo, las “cosas lindas y profundas” que queremos decir solo porque creemos que son lindas y profundas aunque no aporten nada vital a la enseñanza, y todo aquello que quita simplicidad y claridad a la clase.
Recordemos que la simplicidad no es mala. Nuestro Señor Jesucristo dijo cosas simples pero profundas, y hay bibliotecas enteras tratando de explicarlas todavía.
5. Evita un ritmo irregular.
Cuando estamos frente a una lección, sea de escuela bíblica, estudio en casa, etc., tenemos que generar un ritmo de enseñanza que permita que las personas puedan ir asimilando lo que decimos. Eso va acompañado de pausas, silencios, preguntas, discusiones, y muchas otras cosas. Tenemos que cuidar la velocidad de nuestra enseñanza. Ni tan rápido como la liebre, ni tan lento como la tortuga.
Un ritmo adecuado de la clase permite un mejor aprendizaje. El ritmo tiene que ver con el volumen de nuestra voz, con la velocidad con la que hablamos, con las expresiones que usamos. Tiene que ver también con un balance adecuado entre enseñanza bíblica y la aplicación e ilustración; un ritmo adecuado entre aquello que estoy determinando hermenéuticamente y aquello que tiene que ver con lo que va a llegar a la vida.
6. Evita la superficialidad.
Imagina que estamos construyendo un puente sobre el mar y, cuando los dos lados se encuentran, ¡no calzan! Muchas veces nuestra enseñanza corre el peligro de ser así: va por un camino y nosotros hemos generado la aplicación práctica por otro camino, y soñamos con que en algún momento, de manera sobrenatural, ambos caminos se unan y podremos llegar a la aplicación de manera clara. A veces la relevancia práctica de aquello que decimos termina siendo superficial, y necesitamos evitar esto.
Es necesario hilar de manera fina para que una prédica pueda ser realmente una prédica, y no sea simplemente una transacción de ideas y nada más.
Es importante clarificar el objetivo de transformación; es decir, saber responder a la pregunta: “¿A dónde queremos llegar con esto?”. No olvidemos que todo proceso de estudio bíblico debe incluir lo siguiente: descifrar lo que el texto dice y cuál era la aplicación para la gente que lo escuchó por primera vez, y entonces un análisis de su relevancia presente y su aplicación al diario vivir. Este es un proceso necesario y anterior a la preparación de una clase, estudio, o sermón.
La clase tiene que ver con tomar estos ingredientes y elaborar un nuevo proceso de pensamiento que entregamos en 45 minutos para que sea digerido por los estudiantes. El grave error que cometemos es que tomamos la hermenéutica en bruto y la entregamos. Por tanto, podemos decir el origen de las palabras griegas y el orden de los textos, podemos dividirlo en puntos, pero no llegamos a encontrarles significado y relevancia práctica hoy.
Seamos conscientes de que es necesario hilar de manera fina para que una clase pueda ser realmente una clase, y una prédica pueda ser realmente una prédica, y no sea simplemente una transacción de ideas y nada más.