Querida hija de mi corazón,
Hoy viniste a verme triste y quise consolarte. Tus amigas hablaban de tener cosas que tú no tienes, de ver películas que tú no ves, de ir a sitios a los que tú no vas y de vestir cosas que tú no vistes. Incluso al contarlo, hablaban de formas que tú no hablas. Hoy has sentido muy intensamente tu «otredad».
Pero ¿qué consuelo puedo darte? ¿Cómo puedo sacarte el afilado aguijón de la comparación de tu tierna carne? A las madres no les gusta ver a sus hijos heridos. Mi propio corazón quiere encontrar el camino más corto para eliminar tu dolor, un dolor que se derrama sobre mí porque recuerdo haber tenido trece años y porque sé que te están señalando por unos límites que tú no pusiste.
Este mundo no es nuestro hogar. Somos peregrinos, viajeros en nuestro camino hacia el único consuelo verdadero que el corazón humano puede conocer
¿Debería consolarte dándote las cosas que te separan de las mujeres-niñas bien provistas y mundanas sentadas a la mesa del almuerzo? No todo lo que no tienes ahora es un «no»; algunas cosas son solo un «todavía no». Así que podría revisar para qué estás preparada, no porque quiera que agrades a tus amigas, sino porque quiero dar las cosas adecuadas en los momentos adecuados. Tus amigas te harán creer que ser diferente es un estado insoportable, pero yo te haré creer lo contrario.
Dulce niña, estudia cómo te sientes hoy. Porque te amo, te pido esto: inclínate hacia tu «otredad», aprende los contornos de su rostro, siente la firmeza de su mano. Porque pretendo que sea tu compañera para toda la vida. Es una amiga más verdadera que las que te rodean ahora. Más de lo que quiero tu comodidad, quiero que seas una extranjera y una forastera. Empiezas a entender lo que eso significa: ese no encajar, ese acorde disonante, ese malestar en medio de la comodidad que ha sido el fiel compañero de viaje de los hijos de Dios durante milenios. Me regocijo en la fidelidad del Dios que te está mostrando esta verdad.
Esto es lo que debes llegar a ver: lo que en la mesa del almuerzo llaman tu enemiga, yo lo llamo tu amiga. La «otredad» es una sensación que no hay que apagar ni disminuir, sino cultivar y apreciar. Por eso, aunque vaya en contra de todo instinto maternal, no te arrancaré ese aguijón, no porque no quiera consolarte, sino porque no hay verdadero consuelo en la mentira. Este mundo no es nuestro hogar. Somos peregrinos, viajeros en nuestro camino hacia el único consuelo verdadero que el corazón humano puede conocer. No te ayudaré a poblar tu vida con cosas que disminuyan tu comprensión de esta realidad.
Confío en que el Padre te muestre el consuelo de ser llamada Suya. No hay otro consuelo verdadero aparte de este
Porque te amo, sí. Pero porque amo a tu Padre celestial por encima de todo. A Él daré cuenta de si he criado ciudadanos de la tierra o ciudadanos del cielo.
Oro por ti —¿sabes cuánto?—, oro para que puedas decir con David que las cuerdas han caído para ti en lugares agradables. No es una mentalidad que alcancemos con facilidad. Pero es la mentalidad de alguien que ha aprendido la seguridad y la alegría de la «otredad». Estoy dispuesta a acompañarte los años que necesites para aprender esta verdad. Confío en que el Padre te muestre el consuelo de ser llamada Suya. No hay otro consuelo verdadero aparte de este.
Yo no podría amarte más.
Con amor,
Mamá.
El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares agradables;
En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado (Sal 16:5-6).