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«Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias,
Pues cercano está Tu nombre;
Los hombres declaran Tus maravillas» (Salmos 75:1).

¿Qué celebramos el Día de Acción de Gracias? La experiencia de este día festivo ha sido muy parecida tanto para Canadá como para Estados Unidos en la historia reciente: en última instancia, las masas no saben por qué estar agradecidos, o a quién. Quizá esta celebración trate de estar agradecidos por nuestra salud, bienes, familia o nuestras libertades, pero ¿a quién expresamos nuestro agradecimiento?

Históricamente, desde 1621, el Día de Acción de Gracias fue una celebración por la cosecha y otras bendiciones del año anterior, siguiendo el modelo de la primera fiesta compartida por los colonos ingleses (peregrinos) de Plymouth y el pueblo Wampanoag. Pero ¿cómo se traduciría esto en nuestro mundo moderno de hoy?

Aunque este mundo caído no tiene un motivo raíz para celebrar el Día de Acción de Gracias, nosotros tenemos un motivo bíblico correcto y verdadero para celebrarlo

En el mundo secular no hay nadie a quién agradecer, sino a nosotros mismos. Eso equivaldría a un mono expresando agradecimiento a sí mismo por los bananos que crecen en los árboles. ¿El mono plantó los árboles? ¿El mono produjo los plátanos? ¿Trajo el mono tal cosa a la existencia? ¿Existe el mono en sí mismo? Digo todo esto porque quiero dejar algo claro: lo que tenemos no es nuestro, ni siquiera el aire que respiramos. Todo lo que tenemos, lo tenemos por cuenta de Dios, porque Él es el Creador del cielo y de la tierra.

Independientemente de cuáles sean las creencias religiosas y la cosmovisión de una persona, nadie puede escapar del hecho de que vivimos y respiramos en el mundo de Dios; por esa razón, no podemos evitar presuponer que nuestra gratitud es a alguien más y no a nosotros. Aunque este mundo caído realmente no tiene un motivo raíz para celebrar el Día de Acción de Gracias —un motivo que tenga sentido desde una cosmovisión caída— nosotros, que somos parte de la comunidad del pacto de Dios, tenemos un motivo bíblico correcto y verdadero para celebrarlo.

Razones para agradecer

Damos gracias a Dios porque Dios está cerca. Él no es un Dios que está distante; Él no es un Dios que está lejos. Él no es un Dios hecho por manos humanas; Él no es un Dios inventado por nuestra imaginación. Él no es un Dios que se hace el sordo a aquellos que lo llaman; Él no es un Dios que se hace el desentendido con los afligidos y perseguidos. Él no es un Dios que exige cierta cantidad de buenas obras para extender la mano de la comunión. Él es un Dios que, por su gracia abundante, hizo un camino para nosotros —miserables pecadores— a través del sacrificio redentor de su Hijo. Esta salvación no solo nos hizo justos de nuevo, sino que también nos reconcilió en comunión con Él.

Damos gracias a Dios por lo que Él logró en la cruz, porque como el apóstol Pablo escribió: «Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Damos gracias porque todos los que lo llaman lo encuentran cerca. Él es un Dios que se humilló a sí mismo para rescatarnos de nuestra depravación. Él es un Dios que nos invita a una comunión llena de vida eterna. Él es un Dios al que podemos orar y confiar con certeza, no solo que nos escucha, sino que también está íntimamente involucrado con cada aspecto de nuestras vidas. En tiempos de prosperidad, Él está allí. En tiempos de pobreza, Él está allí. En tiempos de salud, Él está allí. En tiempos de enfermedad, Él está allí.

Damos gracias a Dios porque esta comunión a la que Él nos invita no depende de nuestras obras. Si ese fuera el caso, habríamos sido descalificados rápidamente. Esta es una comunión que depende totalmente de su gracia y es una comunión que solo se puede disfrutar cuando permanecemos en Él. Como John Newton, el excomerciante de esclavos y famoso escritor de himnos escribió:

«Sublime Gracia del Señor, que a un infeliz salvó.
Fui ciego mas hoy miro yo. Perdido y Él me halló».

¡Oh, la cercanía de Dios! Los sacerdotes de Baal gritaron y suplicaron en vano que su dios los escuchara y lloviera fuego del cielo, todo para mostrar a la nación de Israel que Baal era el verdadero dios (1 R 18: 20-29). No somos como los sacerdotes de Baal. No somos como los sacerdotes de la Grecia pagana. No como los incrédulos y escépticos de nuestra época. Nosotros, como Elías, invocamos al verdadero Dios que envió fuego sobre el altar, consumiendo todo como una declaración absoluta de que Él es el Dios verdadero, el Dios cercano, el Dios siempre presente (1 R 18:30-40).

Damos gracias a Dios porque la comunión a la que Él nos invita no depende de nuestras obras. Si ese fuera el caso, habríamos sido descalificados rápidamente

Este es el Dios que adoramos, este es el Dios en el que permanecemos. Un Dios cuyas hazañas no son como las del hombre mortal, sino que solo pueden atribuirse al único Dios verdadero, porque son maravillosamente divinas. ¿Qué puede compararse con las maravillosas obras del Señor? ¿Quién creó el mundo a partir de la nada (Gn 1:1)? ¿Quién partió el mar Rojo (Éx 14)? ¿Quién alimentó a todo un pueblo con maná del cielo (Éx 16)? ¿Quién hizo que el tiempo se detuviera (Jos 10:1-15)? ¿Quién hizo que el sol retrocediera por un momento (2 R 20:8-11)? ¿Quién resucitó a los muertos (2 R 4:18-37; Mt 9:18-26; Jn 11:1-44)?

Lo más importante, lo más maravilloso, lo más milagroso: ¿Quién ha proporcionado los medios para que el ser humano sea perdonado, redimido y renovado (Mt 26:28; Jn 3:16; Ap 21:5)? Nuestro Dios, el Dios de las Escrituras, el Dios del teísmo cristiano; no hay otro y nadie se compara.

¡No dejes de dar gracias!

Como escribe el salmista: «Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, pues cercano está Tu nombre» (Sal 75:1). ¡Qué cercanía es esa! Una cercanía que, si se abraza, resultará en la experiencia de la obra más maravillosa de Dios, porque como dijo Charles Spurgeon: «La cercanía a Dios trae semejanza a Dios. Cuanto más veas a Dios, más de Dios se verá en ti».[1]

Expresemos nuestro agradecimiento al Señor por todo lo que tenemos y por su cercanía, que hace que todo lo que tenemos sea agradable y disfrutable. Sin su cercanía, todo sería vanidad (Ec 1:2-11). No expresemos nuestro agradecimiento solamente en el Día de Acción de Gracias, como si esa fecha fuera más importante que cualquier otra, sino en cada momento de cada día que pasa. «Te damos gracias, oh Dios…».


[1] Charles Spurgeon, The Complete Works of C.H. Spurgeon, Vol. 29: Sermons 1698-1756 (Delmarva Publications, 2015), No. 1725, Part III.
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