Este es un fragmento adaptado del libro Un corazón afinado: El arte de vivir como instrumentos vivos para la gloria de Dios (B&H Español, 2024), por Sergio Villanueva.
La iglesia actual tiene un problema que produce tristeza: hemos reemplazado la necesidad de tener la actitud de Cristo y buscar el desarrollo del carácter con la exaltación de los talentos, las habilidades o los dones.
Sobrevaloramos el carisma, la personalidad, los dones y las habilidades y solemos poner a muchos en posiciones de influencia o liderazgo sin haber tomado el tiempo de evaluar un carácter forjado a través de una actitud piadosa. El llamado de Pablo a la iglesia es a conformar nuestro carácter al de Jesucristo (Fil 2:5-8).
La pregunta que todos nos debemos hacer es: ¿Por qué entonces toleramos corazones desafinados? Quiero invitarte a considerar la exhortación del apóstol Pablo como una especie de afinador espiritual, donde Dios nos llama a alinear nuestras actitudes hasta que coincidan con la actitud de referencia: el carácter de Cristo.
Veamos cinco actitudes del carácter de Jesús que son evidentes en Filipenses 2.
1) Reverencia
…el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse… (Fil 2:6).
El diccionario define la palabra «reverencia» como respeto o veneración. Yo diría que la reverencia es la antesala de la devoción, porque la reverencia es el reconocimiento constante de que vivimos para la gloria de Dios.
Jesús sabía que para venir a salvarnos debía despojarse de Su gloria como Dios eterno, para encarnarse como humano y vivir sabiendo que todo lo hacía para la gloria de Dios. Vivir con reverencia es hacerlo con un entendimiento persistente y con plena conciencia de que todo nuestro ser se encuentra ante la presencia de Dios y de que voluntariamente nos sometemos a Su autoridad.
El celo y la devoción son la manifestación externa de una actitud interna de reverencia, asombro y temor de Dios
El temor a Dios es otro término que usa la Biblia para referirse a la reverencia. Temer a Dios no significa vivir con miedo a Dios, sino vivir con el asombro saludable que produce entender la grandeza y la santidad de Dios, y que las consecuencias de nuestros pecados deshonran y entristecen el corazón del Dios santo que nos ama.
El necio se siente el dueño absoluto de su existencia y considera en poco el daño que pudiera traer a otros como producto de sus actos egoístas, pecaminosos e irreverentes. Los necios se burlan de sus propios pecados (Pr 14:9).
Jesús vivió toda Su vida con un temor reverente (He 5:7). Su celo por los asuntos del Padre brotaba de una actitud de reverencia, porque el celo y la devoción son la manifestación externa de una actitud interna de reverencia, asombro y temor de Dios.
2) Abnegación
…sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo… (Fil 2:7).
La abnegación es tener una actitud de entrega voluntaria al Señor y de renuncia a los intereses propios, por el bien de los demás y para la gloria de Dios. Si la reverencia es el reconocimiento constante de que vivimos delante de Dios como autoridad suprema, la abnegación comienza con el reconocimiento de que vivimos con un corazón que fácilmente puede extraviarse, porque ha sido manchado por causa de nuestro pecado.
Para mostrar abnegación debemos ser conscientes de que fuimos creados para la gloria de Dios, pero nuestro corazón se ha desviado y ahora pretendemos ser los dueños de nuestro propio destino y los arquitectos de nuestro supuesto imperio egoísta.
Cuando Jesús se despojó voluntariamente de Su gloria, lo hizo consciente de que dejaba atrás Sus privilegios divinos para vestirse de fragilidad en Su condición humana. La frase «se despojó» en otras versiones es traducida como «se despojó de su grandeza» (BLP) y «se quitó ese honor» (PDT).
Un cristiano que no reconoce la necesidad diaria de la abnegación personal siempre será un cristiano superficial
El sacrificio que Jesús hizo en Su abnegación fue despojarse de Su gloria para venir a este mundo caído, pero el tipo de abnegación que Él nos llama a tener es todo lo contrario. Jesús nos llama a dejar atrás este mundo caído, sus pasiones y deseos para seguirlo a Él rumbo a la gloria (Lc 9:23). La abnegación a la cual Jesús nos llama implica negarse a sí mismo, tomar la cruz y reconocer que, para seguir a Jesús como nuestro Salvador, primero debemos de dejar de seguirnos a nosotros mismos como nuestro propio salvador.
Un cristiano que no reconoce la necesidad diaria de la abnegación personal siempre será un cristiano superficial y carnal que vivirá una vida estancada, simplemente tratando de negociar bendiciones con Dios sin morir a sí mismo y sin servir a Dios y a los demás.
3) Solidaridad
…haciéndose semejante a los hombres… (Fil 2:7).
La solidaridad comienza con el reconocimiento de que fuimos creados para ser parte de una comunidad con la que debemos identificarnos plenamente. En ese sentido, con solidaridad quiero decir que debemos adherirnos a la causa de otros. Jesús vino a este mundo para vivir cerca de aquellos a los cuales quería salvar, se encarnó y se volvió uno de nosotros (Jn 1:14).
La encarnación es el milagro más grande que Dios ha realizado en la creación, aunque ciertamente tendemos a ver la cruz y la resurrección como las más grandes evidencias del amor de Dios. Sin embargo, no podemos dejar a un lado la encarnación del Hijo de Dios, porque sin ella no hubiéramos tenido la crucifixión ni la resurrección.
Jesús cumplió el propósito de salvar al ser humano al venir primeramente a vivir entre nosotros y volverse uno de nosotros. Él quiso vivir en proximidad, muy cerca nuestro. Los que somos discípulos de Jesús no servimos a la congregación desde una posición de celebridad, sino que servimos desde una posición de cercanía y solidaridad. El ministerio de las celebridades no existe en la Biblia. El ministerio que sí existe es el que nos dice: «gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran» (Ro 12:15).
La solidaridad es entrar en los espacios donde el pueblo de Dios llora y estar tan cerca que sentimos su dolor y podemos llorar con ellos. Es entrar en los espacios donde el pueblo de Dios se goza y ser tan parte de ellos que gozamos con ellos. Es identificarnos con su condición y adherirnos a su causa. Eso es lo que Jesús nos enseñó y es lo que mandó a Su iglesia a modelar. No podemos perder de vista que de ese llamado están llenas las epístolas (Gá 6:2; Ro 12:10; 15:7; Ef 4:32; Stg 5:16; 1 Jn 4:11).
4) Humildad
Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo… (Fil 2:8).
La humildad verdadera está firmemente anclada en el entendimiento de nuestra identidad en Dios. Ser humilde es saber quién ha dicho Dios que soy, ni más ni menos. El pastor Gerson Morey lo explica así:
La humildad está cimentada en el entendimiento bíblico de nuestra realidad como seres creados que hemos caído en desgracia por rebelarnos contra el Creador. La verdadera humildad nace de una conciencia de nuestra condición. Es el resultado de considerar que somos criaturas, conscientes de nuestra indignidad a causa del pecado. Una estimación correcta de lo que somos es la base para la humildad.
Conocer mi identidad en Cristo me proporciona una perspectiva correcta de quién soy, hacia dónde voy y cómo debo desenvolverme
Si la humildad está asentada sobre un entendimiento correcto de mi identidad, entonces es de suma importancia que yo crezca en el conocimiento de mi identidad en Cristo (2 Co 5:17; Ef 1:4-5; Gá 2:20; Col 3:1-2; 1 P 2:9). Conocer mi identidad en Cristo me proporciona una perspectiva correcta de quién soy, hacia dónde voy y cómo debo desenvolverme entre aquellos con quienes Dios me ha llamado a vivir.
La humildad es reconocer que, al vivir en solidaridad con la comunidad de Dios, no soy mayor que nadie ni menor que nadie (Ro 12:3). Jesús nos llama a aprender de Su humildad y a imitarla, no solo porque es la voluntad de Dios, sino también porque es bueno y es lo más saludable para nosotros (Mt 11:28-30).
5) Sumisión
…haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz… (Fil 2:8).
La razón por la cual Jesús estuvo dispuesto a padecer una muerte horrible en una cruz es que Jesús nació, vivió y murió para glorificar a Dios Padre al cumplir con Su voluntad. Jesús nos enseñó que la sumisión es llevar la reverencia hasta las últimas consecuencias.
Solo una actitud de total sumisión a Dios llevaría a alguien a orar así: «quiero que se haga tu voluntad, no la mía» (Mt 26:39, NTV). Esa fue una oración cargada de entrega y sumisión por parte de Jesús en Getsemaní.
El himno de Filipenses 2 es un llamado a alinear nuestras actitudes al estándar por excelencia: Cristo Jesús
No quisiera continuar sin preguntarte: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a someternos a Dios y a hacer Su voluntad? ¿Cuál es la actitud de nuestro corazón cuando Dios nos llama a hacer algo que no necesariamente nos gusta?
Estoy seguro de que cuando Jesús oró: «Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad», Él sabía perfectamente bien hasta dónde podían llegar las consecuencias de esa oración, pero a nosotros se nos olvida la mayor parte del tiempo. Cuando enfrentamos adversidad, inmediatamente le pedimos a Dios que nos saque de esa situación, pero la Escritura es clara cuando dice: nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza (Ro 5:3-4).
Jesús vivió cada momento de Su vida en completa reverencia, abnegación constante, solidaridad sincera, humildad plena y en total sumisión al poder del Espíritu Santo y para la gloria de Su Padre. El himno de Filipenses 2 es un llamado a alinear nuestras actitudes al estándar por excelencia: Cristo Jesús.
Que Dios no dé la gracia para afinar nuestros corazones al corazón de nuestro Salvador.