A los hombres nos cuesta abrirnos a los demás. No es un secreto que, en general, nos cuesta ser transparentes. Nos cuesta hablar de nuestros sentimientos. Nos cuesta pedir ayuda.
Claro, porque comportarnos así no es característico de un hombre. Por lo menos eso es lo que hemos aprendido a pensar. Por supuesto, abrirte, ser transparente, hablar de los sentimientos y pedir ayuda es necesario (e incluso obligatorio) en un matrimonio sano. Pero fuera de la casa no sentimos necesidad de apoyarnos en nadie, mantener el contacto constante con amigos ni de servir o escuchar a alguien más. ¿Quizá hemos aprendido que eso de tomar un café con un amigo y hablar de la vida es más «de mujeres»?
La amistad según la Biblia
Como iglesia tenemos la responsabilidad de comparar las tendencias culturales con el marco bíblico en cada faceta de la vida. ¿Cómo entendemos la amistad a la luz del evangelio? Además, si queremos seguir aprendiendo cómo luce una amistad bíblica, observar algunas amistades celebradas a lo largo de la historia nos puede ayudar.
En términos breves, algunos elementos que parecen caracterizar la amistad en tiempos bíblicos son: (1) estar presente y apoyar al otro en tiempos de dificultad, no solo en los tiempos buenos y (2) la lealtad, incluso para con las futuras generaciones.
Como primer ejemplo, veamos la famosa amistad entre David y Jonatán.
Antes de analizar brevemente algunos aspectos de su amistad cabe resaltar que, con el contenido del libro de 1 Samuel entero en mente, sería muy, pero muy, complicado ignorar el lado «macho» de estos dos hombres (entendiendo macho en términos de valentía en la guerra y de fuerza física). David trabajaba en el campo y son conocidas sus hazañas para acabar con un oso, un león y con Goliat mismo (1 S 17). Jonatán, por su parte, se enfrentó con un batallón de filisteos acompañado solo por el joven el cual llevaba su armadura (1 S 14).
¡Qué testimonio diéramos al mundo si las amistades entre los hombres cristianos de hoy fueran marcadas por la lealtad y generosidad!
Aún con todo esto, la amistad entre estos hombres fue marcada por el compromiso, la deferencia y la generosidad. Por ejemplo, al confirmar su pacto de amistad, Jonatán honraba a David como realeza, ¡hasta el punto de darle el manto real que él mismo llevaba puesto (1 S 18:1-4)! Aparte, le muestra lealtad a la hora de defender a su amigo de los planes sangrientos de su padre, Saúl (1 S 19:1-7, 20:9). Estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta por su amigo —«Lo que tú digas, haré por ti» (1 S 20:4)— y le acompañaba en tiempos de dificultad, aún cuando suponía un riesgo para su propia vida (1 S 23:16-18). Entre ellos existía el compromiso de un cuidado mutuo que alcanzaba hasta otras generaciones, como promete Jonatán: «el Señor esté entre tú y yo, y entre mi descendencia y tu descendencia para siempre» (1 S 20:42).
¡Qué testimonio diéramos al mundo si las amistades entre los hombres cristianos de hoy fueran marcadas por estas características! Sin embargo, me temo que eso es muy poco común. Parece que hasta nos cuesta ayudar a un amigo con una mudanza y preferimos guardar la amistad dentro de la esfera de «algo que llena los ratos libres de nuestra vida», como dice C. S. Lewis.[1] ¿Podría ser que hemos menospreciado el valor de las amistades fuertes simplemente porque nunca las hemos experimentado de verdad?
El rey David no cayó en la trampa de guardarse y protegerse dentro de lo que se consideraría «macho» hoy en día. Él tenía otro amigo… un extranjero, Husai el arquita, y se le describe concretamente como «amigo de David» tres veces (2 S 15:37, 16:16 y 1 Cr 27:33). Incluso Absalón —el hijo rebelde del rey David— lo reconocía, diciendo: «¿Es esta tu lealtad para con tu amigo?» (2 S. 16:17). Estas palabras de Absalón comunican un elemento central e imprescindible en las amistades: esperaba ver, naturalmente, algo de lealtad. Absalón esperaba que Husai, siendo amigo de David, le acompañara al exilio obligado por el golpe de estado de Absalón mismo. De hecho, Husai no le acompañó al exilio exclusivamente por motivos de lealtad que Absalón no pudo saber, aunque esto mismo fue su intención inicial, como vemos cuando salía de Jerusalén, «llorando con los que lloran» (Ro 12:15) y ofrecía su servicio en tiempos difíciles (2 S 15:33-37).
Es maravilloso compartir momentos buenos con los amigos, ¿pero cuántos de esos amigos nos quedan en los momentos difíciles? Tú mismo, ¿estás presente, intencionalmente, cuando un amigo la está pasando mal? Si bien David es considerado un hombre «macho», ¿por qué parece que llorar juntos no cabe dentro de nuestra idea de amistad masculina?
Otro ejemplo es Eberhard Bethge, el mejor amigo del pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer. Él entendía lo que significaba seguir fiel a un amigo en tiempos de dificultad. Sí, salían de vacaciones juntos y lo pasaban bien, pero también confesaban sus pecados entre ellos, intercedían el uno por el otro, se pastoreaban, oraban y adoraban al Señor juntos casi diariamente. Bonhoeffer contaba con el consejo de Bethge, como lo dice el proverbio: «El ungüento y el perfume alegran el corazón, y dulce para su amigo es el consejo del hombre» (27:9).
¿Por qué parece que llorar juntos no cabe dentro de nuestra idea de amistad masculina?
Estos hombres reconocían al Señor como el único vínculo entre ellos y eran prácticamente familia (más tarde, esto fue algo literal: Bethge se casó con la sobrina de Bonhoeffer), ya que «en todo tiempo ama el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia» (Pr 17:17). Esta lealtad y afecto amistoso siguió incluso después de la muerte. De hecho, el descubrimiento de la mayoría de lo que se sabe hoy de la vida de Bonhoeffer ha salido a la luz gracias a la documentación dejada por Bethge.
La amistad en un mundo malpensado
Ahora bien, no es un secreto que más de uno ha levantado la ceja ante la naturaleza de estas amistades. Lewis comentó al respecto: «En nuestra época se hace necesario refutar la teoría de que toda amistad sólida y seria es, en realidad, homosexual».[2] Después de 60 años, esta preocupación de Lewis es incluso más necesaria. Por desgracia, esta falsa teoría es básicamente imposible de refutar pues sus proponentes piensan que la mismísima falta de pruebas de que hubo algo más que una amistad entre estos hombres ya es una evidencia; «la falta de humo es la prueba de que el fuego ha sido cuidadosamente ocultado».[3] Es una tristeza que, como dice Lewis, «los que no pueden concebir la amistad como un amor sustantivo, sino sólo como un disfraz o una elaboración del eros, dejan traslucir el hecho de que nunca han tenido un amigo».[4]
¿Hemos ido al otro extremo para evitar tal acusación por parte de un mundo obsesionado con el sexo y con lo superficial? Sería lamentable para el creyente que, por la sospecha de algunos, renunciara a una dimensión tan central a la vida cristiana como la verdadera amistad masculina. Sí, sería perder una dimensión de nuestro ser como seres sociales dentro de la comunidad de la Iglesia, por temor a posturas y opiniones freudianas y francamente paganas.
La amistad es una dimensión radicalmente bíblica y crucial para una vida floreciente y enriquecedora. Tenemos la necesidad urgente de considerar cómo el evangelio informa la masculinidad cultural, cómo Cristo transforma lo que entendemos por «amigo» y cómo hemos dejado que la cultura efímera defina la manera en que desarrollamos nuestras relaciones. Negarnos la amistad masculina sería como dejar que la visión sobresexualizada y pervertida de las mujeres, que la cultura ha normalizado, nos imposibilitara acercarnos a las mujeres «como a hermanas, con toda pureza» (1 Ti 5:2). En vez de encerrarnos y huir (emocionalmente) de la familia espiritual que el Señor nos ha regalado, ¿no sería preferible huir «de las pasiones juveniles» (2 Ti 2:22) y a la vez modelar la belleza de relaciones sanas delante el mundo?
La amistad es una dimensión radicalmente bíblica y crucial para una vida floreciente y enriquecedora
Amigos como Jesús
Es importante identificar ideas concretas para mejorar y fortalecer nuestras amistades masculinas. ¿Cómo podemos mostrar lealtad y cuidado en los momentos difíciles? Las amistades dignas de nuestra contemplación, amistades entre dos hombres (sí, «machos») es que muestran amor… ¡amor que refleja el amor de Cristo al mundo!
Como dijo el Señor: «En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:35). ¿Qué mejor motivo puede existir para esforzarnos en perseguir el amor en nuestras amistades? ¿Qué mejor motivo, para dar nuestras vidas por nuestros amigos (Jn 15:13)? Sí, es una expectativa alta, pero las amistades bíblicas están basadas en el amor mostrado por la autonegación, desde ayudar a cambiar un neumático aunque no nos sea conveniente en ese momento, hasta ir a tomar un café por el simple hecho de escuchar al otro.
Dar la vida por sus amigos. Eso es exactamente lo que ha hecho Jesucristo, llamado amigo de pecadores (Mt 11:19). Nosotros, al creer en este sacrificio para salvación, seremos llamados amigos de Dios con Abraham (Stg 2:23); como declaró el Señor: «Ustedes son Mis amigos si hacen lo que Yo les mando. […] los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre» (Jn 15:14-15).
Qué privilegio poder conocer al Amigo más fiel que ha existido nunca —gracias a su propio amor por nosotros— y poder obedecerle transmitiendo este mismo amor a nuestros amigos, y por consecuencia, al mundo.
[1] Lewis, C.S. (1960). Los Cuatro Amores, traducido por Pedro Antonio Urbina (1991). New York, NY: Rayo (Harper Collins), p. 70.
[2] Ibid, p. 72.
[3] Ibid.
[4] Ibid, p. 72-73.