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1 Samuel 4 – 7   y   1 Tesalonicenses 1 – 2

“Y aconteció que cuando el arca del pacto del SEÑOR entró al campamento, todo Israel gritó con voz tan fuerte que la tierra vibró “, 1 Samuel 4:5.

Para nadie es desconocido el uso y el abuso de ciertos elementos que consideramos como “mágicos” o “especiales” en la vida. ¿Su utilidad? Brindarnos paz, generar energía positiva, cambiar la “suerte”, en fin, darnos de aquello que nos hace falta, y que humanamente, nos es imposible alcanzar. Pero, ¿En pleno siglo XXI todavía hay gente que pueda creer en ellos? Pues sí, están vivos y gozan de excelente salud. Mucho más de lo que suponemos, seguimos firmemente adheridos a costumbres que consideramos primitivas y oriundas de un pasado de ignorancia y superstición.

El gran secreto de su supervivencia radica en el hecho de que el amuletaje permite que el hombre acceda, sin mayores costos, a una seguridad emocional que lo libre del ‘sentido de frustración’, que ante las dificultades de la vida, pueblan su alma. Levantarse con determinado pie justifica un día espléndido, hacer un ademán religioso antes de entrar a la cancha puede propiciar el éxito goleador. Una actriz contaba que repetir una grosería tres veces antes de entrar a escena podía favorecer los tan esperados aplausos. Como pueden notar, los amuletos y los conjuros tienen la capacidad de entregar completamente gratis aquello con lo que soñamos, o mejor dicho, aquello que nos desvela.

La iglesia cristiana no ha estado ajena tampoco a los amuletamientos: “En 326 d.C., la emperatriz Elena, madre de Constantino, que ya tenía cerca de ochenta años, hizo una peregrinación a Jerusalén, estimulada por el deseo de visitar los santos lugares y orar en ellos. Según la tradición, después de haber sido destruida Jerusalén para edificar sobre sus ruinas Aelia Capitolina, Adriano había procurado hacer desaparecer todo vestigio, por el que se pudiera designar el lugar que ocupaba el Santo Sepulcro. Con este objeto, había hecho levantar en el mismo sitio una pequeña colina, sobre la cual construyó un templo a Júpiter y otro a Venus. La leyenda dice que la emperatriz guiada por un sueño, descubrió el lugar tan cuidadosamente escondido. Hizo destruir ambos templos idólatras, y excavando en la tierra, descubrió el sepulcro, después tres cruces, y finalmente la inscripción puesta en la de Cristo, por orden de Pilato. Lo comprometido era conocer en cual de las tres cruces había sido puesto el Salvador.

La emperatriz y el obispo Macario, tomaron la resolución de someterlas a una prueba. En aquel día estaba gravemente enferma y a punto de morir, una señora cristiana de Jerusalén. El obispo propuso aplicarle sucesivamente las tres cruces. La primera ni la segunda produjeron algún efecto; pero al serle aplicada la tercera, la enferma se levantó completamente curada. Verificada por este medio, la autenticidad de la verdadera cruz, se cortó un pedazo que fue cuidadosamente incrustado en plata y entregado a Macario, para la Iglesia de Jerusalén. Lo restante de dicha cruz, clavos inclusive, fue enviado a Constantino, que la hizo encerrar en su propia estatua, colocado sobre una columna de pórfido en el foro de Constantinopla. Con algunos de los clavos hizo adornar su casco y mandó construir un almete y un bocado para su caballo de batalla”.

¿Qué les parece? Agustín en alguna oportunidad refirió que los frailes tenían especial predilección por la venta de los miembros de los mártires de la antigüedad, y se vendía tanto que “duda que tantísimo hueso haya podido pertenecer a los que dieron su vida por la fe”. El mercado de amuletos siempre ha sido rentable.

Israel no se escapó del camino fácil de los amuletos. Los filisteos habían vencido en batalla a los hebreos con un saldo de cuatro mil hombres muertos, un absoluto desánimo y  una profunda preocupación por su futuro. Ellos no se preguntaron nada acerca de estrategia y táctica de batalla, no indagaron qué hicieron mal o qué andaba errado entre los israelitas para haber sufrido tan deshonrosa derrota. Ellos simplemente se plantearon lo siguiente: “Cuando el pueblo volvió al campamento, los ancianos de Israel dijeron:¿Por qué nos ha derrotado hoy el SEÑOR delante de los filisteos? Tomemos con nosotros, de Silo, el arca del pacto del SEÑOR, para que vaya en medio de nosotros y nos libre del poder de nuestros enemigos”, 1 Samuel 4:3.

Justamente, el pasaje del encabezado nos cuenta de la tremenda alegría que produjo entre los hebreos la llegada de su tan codiciado elemento religioso. Aún sus enemigos se sintieron medrosos ante la actitud positiva que había generado entre los israelitas la llegada del Arca: “Y los filisteos tuvieron temor, pues dijeron: Dios ha venido al campamento. Y añadieron:¡Ay de nosotros! Porque nada como esto ha sucedido antes”, 1 Samuel 4:7. Lo que ellos no sabían era que el Arca del Pacto no tenía poder en sí misma para librar a nadie de sus enemigos. Sin la presencia personal del Señor y la manifestación de su voluntad y su poder, cualquier elemento, por más religioso y ‘santo’ que parezca, permanecerá inmóvil e infructuoso.

¿Qué pasó entonces? “Y pelearon los filisteos, Israel fue derrotado y cada cual huyó a su tienda; la mortandad fue muy grande, pues de Israel cayeron treinta mil soldados de a pie. El arca de Dios fue capturada, y murieron los dos hijos de Elí, Ofni y Finees”, 1 Samuel 4:10-11. La devastación fue peor que en la primera batalla. Murieron siete veces más hebreos, y la presencia del Arca del Pacto, ahora convertido en un mero amuleto, no sirvió para nada. Escogieron el camino más fácil, pero lo que no entendieron nunca es que no era el camino hacia la victoria. Tiempo después, los filisteos tuvieron que devolver el arca a Israel porque el Señor así lo dispuso, porque formaba parte de los testimonios de su gloria y majestad, y porque los hebreos debieron haber aprendido la lección de que nunca se le puede entregar a elementos inanimados un poder que sólo lo tiene el Señor, nuestro Dios Todopoderoso.

La raza humana es proclive a los amuletos. En su intento de escapar del gobierno de un Dios personal, prefiere entregarse al gobierno despótico y esclavista de sus propias aprehensiones, temores y supersticiones. En lugar de tomar las riendas de su propia vida con esfuerzo, inteligencia y dignidad, prefiere encontrar la trampa, la salida fácil, el camino mágico. Cuando Samuel tomó las riendas espirituales de Israel después de la muerte de Elí, lo primero que hizo fue hacer una invitación a desechar la superchería y cambiarla por un corazón digno: “Entonces Samuel habló a toda la casa de Israel, diciendo: Si os volvéis al SEÑOR con todo vuestro corazón, quitad de entre vosotros los dioses extranjeros y Astarot, y dirigid vuestro corazón al SEÑOR, y servidle sólo a El; y El os librará de la mano de los filisteos”, 1 Samuel 7:3.

¿Notan la diferencia? Un cambio sustancial se había dado: los hebreos volvieron a entender que el esfuerzo moral no puede ser canjeado por nada. Después de la exhortación del profeta, el pueblo se deshizo de sus ídolos, ayunó y dijo: “…Contra el SEÑOR hemos pecado…”, 1 Samuel 7:6b. Al cambiar ellos para bien, entonces, y sólo entonces, las circunstancias malas podrían ser cambiadas por ellos para bien también. Inmediatamente los filisteos se volvieron a poner en batalla, pero ahora los israelitas no tenían un cajón sagrado como fuente de protección, sino que: “…Mas el SEÑOR tronó con gran estruendo aquel día contra los filisteos y los confundió, y fueron derrotados delante de Israel”, 1 Samuel 7:10b. Total diferencia de fondo y forma.

Cuando el apóstol Pablo le escribe a sus queridos discípulos de Tesalónica, toma nota con gran alegría el testimonio que había recibido del cambio que en ellos se había suscitado: “Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”, 1 Tesalonicenses 1:9-10.

Nosotros los cristianos somos conscientes de que sólo Dios tiene el poder para librarnos de todo aquello que nos atemoriza, pero también sabemos que el Señor espera que tengamos con Él una relación personal y no amulética. Nunca un pedazo de materia inanimada podrá suplantar a nuestro Señor… por más mágica y bendita que ésta sea.  Por eso, terminamos repitiendo la exhortación de Pablo basada en su propio ejemplo: “Vosotros sois testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de vosotros, como un padre lo haría con sus propios hijos, para que anduvierais como es digno del Dios que os ha llamado a su reino y a su gloria”, 1 Tesalonicenses 2:10-12.

Les voy a contar un secreto: Escribo todo esto porque en verdad considero que es infinitamente mejor que en los momentos difíciles de la vida estemos tomados de la mano de Jesús que de la pata de Bugs Bunny (y que me perdone el famoso conejo de la suerte)… ¿No les parece?

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