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Nota del editor: 

Este breve artículo forma parte de una serie regular sobre eventos y personas relevantes en la historia de la Iglesia universal antes, durante, y después de la Reforma protestante. Para conocer más sobre la historia de la Iglesia desde tus redes sociales, puedes seguir los perfiles de Credo en Twitter e Instagram.

“Dios es aquello mayor que nada que pueda ser pensado”.[1]

El argumento ontológico de la existencia de Dios es uno de los grandes argumentos en la historia del cristianismo. Anselmo de Canterbury (1033–1109) originó dicho argumento en su obra Proslogio (1078).

Este “ser supremo” —como le llama inicialmente, antes de revelarle como el Dios de la Biblia— existe en la mente, hasta en la mente de quien niega su existencia.[2] Hasta el necio puede entender esto, dice Anselmo al hacer referencia al Salmo 14:1. Si el más grandioso ser posible existe en la mente, entonces, debe también existir en la realidad. Si puede ser pensado, entonces en la realidad, este ser debe ser aún más grande. No podemos imaginar algo que sea más grande que Dios, pues sería contradictorio suponer que podemos pensar algo más grande que lo más grande que pueda ser imaginado. Por tanto, Dios existe.

Anselmo de Canterbury, nació en la ciudad de Aosta (Italia), de ahí que también se le conoce como Anselmo d’Aosta. Nacido de padres nobles, desde pequeño se vio interesado en la religión y la vida monástica, lo cual era común y deseable entre familias nobles. Su biografía habla de lo disfuncional de su familia; una madre devota a la religión, quien contestaría a cada inquietud de Anselmo, y un padre, Gundulf, que deseaba para su hijo la vida política y eventualmente le prohibiría entrar al convento.[3] Por esta razón le fue negada la entrada al convento.

A los quince años, Anselmo se fue de casa, y por años anduvo por Europa buscando “expandir su mente”. Unos años más tarde fue aceptado por Lanfranco, un conocido erudito quien llegaría a ser arzobispo de Canterbury, en el monasterio de Bec, Normandía (Francia). Queriendo dedicar su vida al estudio, Anselmo vio esta oportunidad como ideal: estudiar bajo un erudito de renombre, quien se llevaría todo el reconocimiento y así le dejaría a él más tiempo para trabajar. Más estudios, menos fama. Más profundidad teológica, menos superficialidad mundana. Anselmo no podía estar más equivocado sobre su futuro. Tres años más tarde, Lanfranco fue nombrado arzobispo de Canterbury (Inglaterra), y a su vez, Anselmo tomó su lugar como prior en Bec.[4]

El llamado de Anselmo era claro: una vida de estudios teológicos en la oscuridad. Empleaba su tiempo leyendo y reflexionando sobre los misterios de la teología. Bajo su liderazgo, el convento de Bec se convirtió en uno de los más reconocidos por su excelencia escolástica.[5] Esto arrojaría luz a uno de los más grandes legados que Anselmo dejó a la Iglesia y a la historia del mundo: el movimiento escolástico.

Bajo el lema: philosophia ancilla theologiae (“la filosofía es sierva de la teología”), el escolasticismo presentó una teología y filosofía en la que la fe y la razón siempre trabajan juntas. Este movimiento dio lugar a las primeras universidades de Europa y, a su vez, a las del resto del mundo.

Anselmo es un ejemplo de que nuestra meditación personal, íntima, y devocional en las cosas de Dios puede tener un vasto efecto en las generaciones próximas.

Anselmo hubiese sido feliz en la oscuridad, pero su llamado al liderazgo era evidente. Lanfranco murió en 1089, y el clérigo inglés pidió al rey William II que hiciera a Anselmo arzobispo de Canterbury. Esto no era favorable ni para William II desde el punto de vista político, ni para Anselmo desde el punto de vista personal. Para Anselmo, convertirse en arzobispo significaba una sola cosa: menos tiempo para los estudios. William II llegó a declarar que mientras él viviese, Anselmo no sería arzobispo de Canterbury. Sin embargo, tres meses más tarde, cayó gravemente enfermo, y llegando a la conclusión de que la causa había sido su pecado, envió por Anselmo. William II creía que si no nombraba a Anselmo, iría al infierno. Anselmo intentó rechazar el puesto, pero en 1093 finalmente aceptó.

Aunque a Anselmo se le recuerda por el lugar donde fue arzobispo, su legado es inmensamente mayor que los años que sirvió en Canterbury.

Proslogio[6] y su precursor, Monologio[7] (1075), no son estudios plenarios y comprensivos de la apologética cristiana, sino el fruto de la meditación personal de Anselmo y de su deseo por socorrer a sus hermanos en la necesidad de tener un un argumento llano de la existencia de Dios. En el centro de lo que se convertiría en el argumento ontológico de la existencia de Dios yacen las meditaciones personales de un hombre quien deseaba ayudar a otros a entender mejor a su Dios. Anselmo es un ejemplo más de que nuestra meditación personal, íntima, y devocional en las cosas de Dios puede tener un vasto efecto en las generaciones próximas.

El argumento ontológico de la existencia de Dios no es perfecto. Está lejos de ser autosuficiente y plenario para defender que Dios existe, y no le ha hecho falta crítica.[8] Sin embargo, aunque algunos pensadores consideran el argumento como filosóficamente deficiente, presenta puntos importantes desde el punto de vista teológico: Dios es inmensamente más grande de lo que le podamos imaginar. No podemos comprender su ser. Aunque podemos imaginarlo, no podemos imaginarlo completamente. Él es supremamente perfecto. Y de cierta forma, el que pensemos en Él arroja luz a su existencia y su imagen en nosotros.

Anselmo concluye Proslogio elaborando en el bien, el gozo, y la bendición que les depara a los escogidos de Dios: “Los benditos habrán de regocijarse en relación a cómo amen; y habrán de amar en relación a cómo conozcan”.


Nota: La ilustración de Anselmo presentada en el artículo es conocida como Oraciones y meditaciones. Se encuentra en un manuscrito medieval renacentista escrito por el arzobispo que data del siglo XII.


[1] Anselmo de Canterbury, Proslogio, II. Esta frase ha sido traducida otras veces como “Dios es el más alto ser que se pueda concebir”.

[2] La convención de que este es un ser «necesario” y no contingente vino luego como defensa a la crítica de Guanilo, pero no creo que estuviera muy claro en el argumento original de Anselmo.

[3] Su vida nos es dada a conocer por uno de sus discípulos, el cual incluyó una que otra historia exagerada sobre su vida con el propósito de exaltarle. Como hemos visto en otros artículos, esto era muy común en la época; el propósito de esto era llegar a exaltar a un candidato a la canonización.

[4] De latín: “el primero”. Término utilizado en conventos y monasterios para denotar liderazgo y dirección.

[5] 131 Christians Everyone Should Know, 28.

[6] De latín: “discurso”.

[7] De latín: “monólogo”.

[8] Tomás de Aquino e Immanuel Kant criticaron la falsa premisa del argumento. Aquino argumentó que el humano no puede conocer la naturaleza de Dios. Kant argumentó que el “existir” no agrega nada a la esencia de ser, por tanto un “ser supremamente perfecto” puede ser concebido en la mente y no existir.

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