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En nuestra generación, la ansiedad y la depresión se consideran enfermedades que deben ser tratadas como cualquier otra enfermedad fisiológica.
Hay médicos con poca ética que sirven a la industria farmacéutica y que, sin importar las bases patológicas o la evidencia médica, la historia clínica o el contexto de las personas que atienden, recetan pastillas que no ayudan a largo plazo. De esa manera, debido a un mal diagnóstico, promueven un tratamiento disfuncional que incluye paliativos para suprimir o activar ciertas sensaciones que impiden, por ejemplo, que las personas se orillen a Dios y lo experimenten de verdad.
Ciertamente, en ocasiones extremas de desequilibrio mental, es oportuno asegurarse de que el cuerpo esté en condiciones de funcionamiento básico, pero, por lo general, es el hombre interior el que necesita ser atendido primero. De otro modo, todo tratamiento, medicación, rutina o proceso será solo un paliativo temporal más, desatendiendo el hecho de que Dios puede permitirnos atravesar una situación angustiante para invitarnos a arrepentirnos de corazón, ir a Él y poder disfrutar Su victoria sobre el pecado (cp. 2 Co 7:8-10).
Dios puede permitirnos atravesar una situación angustiante para invitarnos a arrepentirnos de corazón, ir a Él y poder disfrutar Su victoria sobre el pecado
Quiero enfatizar algo desde el inicio: el mundo es un sistema de valores, coordinado por Satanás, para distraernos de Dios. Considero que uno de sus engaños actuales involucra generar nuevas definiciones y hasta nuevas «enfermedades», mientras que las que sí lo son las promueve como tendencias o como parte de la identidad de la persona. Un ejemplo claro de esto es que hoy muchas personas llegan a las iglesias y centros de consejería con un diagnóstico (o autodiagnóstico) de «trastorno de ansiedad».
Por lo que, en este artículo, quiero invitarte a considerar qué dice la Biblia sobre la ansiedad y cuándo esta puede volverse pecaminosa, para que puedas tratarla como tal. El mundo cree que la ansiedad es un trastorno clínico, pero veamos qué dice Dios, cuál es el problema y, sobre todo, cuál es la solución. Para esto quiero empezar por los conceptos bíblicos.
¿Qué dice la Biblia sobre la ansiedad?
En el Antiguo Testamento la ansiedad comunica la idea de buscar apasionada y diligentemente algo, o estar en un lugar estrecho ante un problema, aflicción o adversario (p. ej. se la ve en algunos salmos de David y en las historias de Elias, Eliseo, Saúl y Gedeón).
El Nuevo Testamento aborda el problema de la ansiedad de manera puntual. Por ejemplo, Pedro escribe: «Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo, echando toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes» (1 P 5:6-7, énfasis añadido). La palabra ansiedad en este pasaje se entiende como una distracción o solicitud de atención, aun cuando no sea causada necesariamente por algo real o verdadero.
De esa cuenta, entiendo que la Biblia no presenta la ansiedad como un problema, sino como una oportunidad para esperar en nuestro Dios poderoso. El problema es cuando sucumbimos ante ella y se vuelve nuestro «señor» funcional, ante quien nos postramos y respondemos a sus demandas, que solo causan una aflicción mayor, y nos pone en la mesa del adversario para ser cautivos de él.
Jesús también aborda el asunto de la ansiedad y nos lleva a la verdadera causa del problema. En el Sermón del monte, nos dice que es normal que los gentiles (no creyentes) busquen ansiosamente las necesidades primarias, pero que nosotros tenemos un Padre para quien somos valiosos, que Él es poderoso y nos provee de lo que necesitamos. Él es el Rey, por lo que nos invita a buscar Su reino primero (Mt 6:19-34).
Así que, si somos hijos de Dios, somos llamados a reaccionar diferente, somos llamados a no preocuparnos (v. 31). El evangelio nos ayuda, pues es el mensaje de verdad y consistentemente eterno.
¿Ansiedad o preocupación?
Siempre destaco que para Jesús la sensación momentánea de ansiedad no es el problema. Lo que es pecaminoso es la preocupación, que defino como habitar prolongadamente en la ansiedad.
Si somos hijos de Dios, somos llamados a reaccionar diferente, somos llamados a no preocuparnos (Mt 6:31)
El fruto de la preocupación —falta de descanso; sensación de nerviosismo, agitación, peligro inminente, pánico o catástrofe; aumento del ritmo cardíaco; respiración acelerada; temblores; problemas para concentrarnos o para pensar en otra cosa que no sea la preocupación actual— es básicamente lo opuesto de lo que Dios nos da cuando habitamos en Él: paz, gozo, descanso, quietud, deleite, confianza, atención a Su Palabra, etc.
Es ahí cuando uno entiende que la preocupación califica como pecado, porque es opuesta a la instrucción de Jesús (Mt 6:25) y con ella se experimenta lo contrario a lo que promete el reino de Dios a través del Espíritu del nuevo pacto.
En cambio, la ansiedad momentánea es la respuesta natural ante una amenaza real o percibida que enfrentamos. Por ejemplo, si estás en un barrio peligroso y se acerca alguien con cara de pocos amigos y luce que trae un arma, es normal y natural que sientas ansiedad, angustia o miedo. El miedo es una sensación que nos hace reaccionar naturalmente ya sea huyendo, peleando o paralizándonos.
Lamentablemente, hoy, paralizarse es la reacción más común.
Corramos a Cristo
Toda reacción, como el miedo, la angustia o la ansiedad, está diseñada para dirigirnos a algo más, no para dominarnos. Las sensaciones que experimentamos deben llevarnos a detectar qué mensaje estamos creyendo, es decir, ¿por qué nos sentimos así? Hay un mensaje —una amenaza real o percibida— que activa esa sensación que luce dominante. Pero no fuimos llamados para ser dominados por el espíritu de cobardía, sino para vivir por el poder de Dios, amor y dominio propio (2 Ti 1:7), lo que solo es fruto del Espíritu Santo.
Una parte clave en los procesos de consejería bíblica con personas que lidian con problemas de ansiedad es ayudarlos a identificar la sensación de ansiedad, para que la vean como una oportunidad para correr al Señor, Su Palabra y Sus promesas eternas.
Identificar la sensación de ansiedad, ayuda a verla como una oportunidad para correr al Señor, Su Palabra y Sus promesas eternas
Jesús no tiene problema con la ansiedad o la angustia; es más, en Getsemaní la experimentó también (cp. Mr 14:34). Recordemos que Él mismo fue tentado en todo, pero sin pecado (He 4:14-16). Por eso puedes acercarte a Su trono, en medio de la sensación de angustia y pánico, para alcanzar misericordia, gracia y ayuda oportuna. La ansiedad no es para que te la quedes, sino para que la transfieras a Aquel que tiene cuidado de nosotros (1 P 5:6-7).
Por otro lado, es de ayuda explicar la diferencia entre la ansiedad momentánea y la prolongada (preocupación). Pues, como he dicho, considero que la primera no es un pecado, mientras que preocuparse sí lo es. Preocuparse es pecado porque es habitar en la sensación de ansiedad y los creyentes no estamos hechos para habitar ahí, sino en Cristo (Jn 15).
Preocuparse es una ofensa a Dios, a quien le dices: «No te creo», «No te importo», «No sabes lo que pasa», «Esto sale de Tu control», «No me amas», «No cuento contigo», «Me vas a fallar». Quizás no lo verbalizamos así, pero el mensaje que estamos creyendo, al habitar en el miedo o la ansiedad, básicamente comunica que nuestro dios es más pequeño que el problema que enfrentamos, lo que evidentemente hace que ese dios no sea el Dios verdadero.
Jesús no solo da la instrucción repetidas veces a no estar preocupados (Mt 6:25, 31, 34), sino que da claras y hermosas enseñanzas para apuntarnos a que tenemos un Padre que tiene cuidado de nosotros (vv. 25-30).
Así que, si de la ansiedad necesitamos volvernos y enfocarnos en Dios, de la preocupación necesitamos volver a Dios arrepintiéndonos de nuestro pecado de incredulidad.
Quedémonos tranquilos
Si eres parte del reino de Dios, no estás exento de estar bajo amenazas que te superen de verdad. La Biblia tiene múltiples historias de personas amadas por Dios (como Josafat, Daniel, David, Elías, Juan el Bautista y los apóstoles) que sufrieron situaciones que los superaron. Se registra que experimentaron miedo (2 Cr 20:1-3, Dn 6, Sal 55, 1 R 19:1-4, Mt 14:3-5, 22-27; Jn 20:19 ), pero eso los llevó a postrarse y confiar en el Señor y ver Su salvación una vez más (2 Cr 20:3-4; Dn 6:10, Sal 34:4-6; Mt 14:30-31; Jn 20:20).
La ansiedad no es para que te la quedes, sino para que la transfieras a Aquel que tiene cuidado de nosotros
Así que, amado hermano, como escribí en Dios en mis desiertos y tormentas, si sientes ahora miedo, pánico o estás bajoneado por alguna circunstancia, ten ánimo, estás en buena compañía. Hombres y mujeres de fe —mucho más maduros que tú y yo— sufrieron y experimentaron la sensación de ansiedad, pero sabían qué hacer y nos lo enseñan y recuerdan: esa sensación no es el final y no es nuestra realidad definitiva (2 Cr 20:1-3, Dn 6, Sal 55, 1 R 19:1-4, Mt 14:3-5, 22-27; Jn 20:19).
La ansiedad es una prueba, una invitación a examinarnos y a ver si hay un pecado del cual necesitamos arrepentirnos, o a identificar si es un llamado a crecer en fe con la Palabra ante lo que enfrentamos.
Algo así le pasó a los hebreos en el libro de Éxodo. Luego de ver a Dios prácticamente deshacer, con plagas asombrosas, a quienes los oprimían, sintieron miedo y empezaron a quejarse al encontrarse con el mar de un lado y el ejército más importante de ese momento del otro. Siempre me gusta recordar lo que Dios le dijo a Moisés: «El Señor mismo peleará por ustedes. Sólo quédense tranquilos» (Éx 14:14 NTV, énfasis añadido).
Si eres parte de Su pueblo, Dios asegura que todo lo que enfrentes está produciendo un bien (Ro 8:28). Persevera, camina de Su mano, aférrate a Su Palabra (He 4:14), de eso se trata la prueba. Espera con tranquilidad y ve la operación del Señor, que es oportuna siempre y para Su gloria. Deja que tu ansiedad te dirija a la persona correcta: a Cristo Jesús.