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Nombre y declaración

Cuando Pedro, al predicar en Pentecostés, dijo a los judíos que el hombre que habían asesinado había resucitado y reinaba, muchos quedaron estupefactos y preguntaron qué debían hacer. Pedro dijo: ​​«Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados» (Hch 2:38).

Es fácil pasar por alto toda la fuerza de esto. Pedro no prescribía un gesto formal de arrepentimiento por la crucifixión, sino la renuncia total a la independencia como forma de vida y la sumisión total al gobierno del Señor resucitado. Dado que el nombre de Jesús conlleva Su declaración, someterse al bautismo es —para aquellos que han llegado a los años de comprenderlo— una señal de que la declaración está siendo aceptada.

Pablo muestra esto cuando dice que en el éxodo los israelitas «en Moisés todos fueron bautizados». Es decir, como la Nueva Versión Internacional parafrasea: «fueron bautizados […] para unirse a Moisés» al seguir obedientemente a su líder enviado por Dios, a donde la nube los conducía a través del mar dividido (1 Co 10:1 ss.). Pablo lo muestra con más claridad incluso cuando recuerda a sus conversos que no le deben lealtad exclusiva, ni deben pelear por su honor, ya que no fueron «bautizados en el nombre de Pablo» (1 Co 1:13). La implicación es que el bautismo de Pablo fue, entre otras cosas, una ceremonia de alistamiento al concretar de manera pública un compromiso de lealtad por la cual uno se compromete a ser, como dice el Libro de Oración, «fiel soldado y siervo de Cristo» de por vida.

¿Qué implica este compromiso? La idea bíblica que lo deja más claro es la imagen del propio Jesús en Juan 10, donde habla de Sí mismo como pastor y de Sus seguidores como Su rebaño. El buen pastor —dice Jesús— precede, apacienta y protege a sus ovejas (vv. 4, 9, 11 ss.), y toda la tarea de las ovejas es seguir por donde el pastor las lleva (v. 3 ss.).

Un tema recurrente en el Nuevo Testamento es sobre Jesús como el pionero que abre el camino a la gloria para nosotros, quien es el buen pastor que lleva a las ovejas a casa.

De nuevo, una forma clásica de ver el ministerio de Jesús es en términos de los tres oficios ungidos del Antiguo Testamento: profeta, sacerdote y rey. Como Profeta, cuya enseñanza sobre Dios procede enteramente de Dios, Jesús es el buen pastor que guía, pues muestra el camino de la vida (para conocer la enseñanza de Jesús, lee los cuatro evangelios). Como Sacerdote, puesto como mediador entre nosotros y Dios para asegurar nuestro gozo de comunión con Él, se sacrificó por nuestros pecados y ahora nos ayuda desde el cielo, Jesús es el buen pastor que salva a las ovejas a costa de de Su propia vida (Jn 10:11, 15, 17 ss.; lee Hebreos para conocer sobre el sacerdocio de Jesús). Entonces, como Rey —Señor de nuestras circunstancias, conciencias y conducta—, Jesús es el buen pastor que guarda a Sus ovejas del mal de todo tipo (lee Apocalipsis para conocer sobre el reino de Jesús).

Entonces, todo el que es bautizado en el nombre de Jesús debe convertirse en Su seguidor. Debe escuchar a Jesús como el Mensajero de Dios: «Este es Mi Hijo amado […] óiganlo a Él» (Mt 17:5). Debe confiar en Jesús como el Mediador de Dios: «Vengan a Mí […] y Yo los haré descansar» (Mt 11:28). Debe obedecer a Jesús como su Maestro: «¿Por qué ustedes me llaman: “Señor, Señor”, y no hacen lo que Yo digo?» (Lc 6:46). Tú y yo fuimos bautizados, ¿vivimos de esta manera?

La nueva sociedad

Esto no es todo. Al reconocer a Jesús como nuestro pastor, afirmamos que nos identificamos con Su rebaño, la comunidad para la cual el nombre «pueblo de Jesús» es perfecto, la iglesia cristiana. Son nuestros compatriotas, conciudadanos, porque «nosotros somos ciudadanos del cielo» (Fil 3:20 NVI); son nuestros hermanos, están con nosotros en la familia de Dios, porque «todos ustedes son hermanos» (Mt 23:8); y son miembros con nosotros en el organismo ministrante que es el cuerpo de Cristo, porque «todos somos miembros de un mismo cuerpo» (Ef 4:25 NVI) y «ustedes son todos uno solo en Cristo Jesús» (Gá 3:28 NVI).

Así que el bautismo tiene implicaciones sociales. La participación con simpatía mutua y servicio a Cristo en la «vida corporal» debe ser la regla para todos los bautizados (ver Ro 12:4 ss.; 1 Co 12:4 ss.; Ef 4:7-16; 1 P 4:10 ss.). El aislacionismo en la iglesia —sentarse aparte, no conocerse, esquivar la responsabilidad, y más— es a menudo condenado como negar el significado de la Cena del Señor. Necesitamos ver que comportamientos como estos también niegan el significado del bautismo, y de la misma manera drástica. ¿Está claro para nosotros ahora? ¿Estamos haciendo que sea un asunto de conciencia que, mediante el amor activo de nuestros hermanos cristianos, debemos mostrar que sabemos lo que significa nuestro bautismo?


Este artículo fue publicado en Crossway. Traducido por el Equipo Coalición.
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