El infierno es un lugar donde la gente sufre el castigo justo por su pecado. El castigo es la imagen principal del infierno en la Biblia (2 Ts 1:5-9; Ap 20:10-15). Al final, la justicia de Dios prevalecerá para castigar a los malvados y consolar a los creyentes perseguidos.
El infierno como destrucción o muerte también juega un papel central. Jesús, Juan y Pablo lo enseñan (Mt 7:13-14; Jn 3:16; Ap 21:8; Ro 6:23; 2 Ts 1:9). La destrucción y la muerte significan la pérdida final y total, la ruina y la exclusión de los que no son salvos. Jesús y Juan enseñan el destierro como una tercera imagen del infierno (Mt 7:21-23; 8:12; 13:41-42; Apocalipsis 22: 14-15). El destierro transmite una terrible exclusión de la gracia de Dios debido a su juicio activo y enfatiza la desolación y el carácter final de la situación.
Las Escrituras señalan con frecuencia que los que están en el infierno experimentan sufrimiento (Mt 3:12; 5:29-30) como el de un horno de fuego, soportando una congoja y un dolor inimaginables. Jesús habla con frecuencia del infierno como sufrimiento, usando su palabra favorita para describirlo, Gehena (viene del hebreo para “valle de Hinom”, donde los niños eran sacrificados a Moloc en el Antiguo Testamento, Mt 5:22, 29-30; 18:9 ; Lc 12:5).
El dolor provoca “lloro y el crujir de dientes” (Mt 22:13; 24:51; 25:30). Hebreos advierte que el infierno es terrible y espantoso (He 10:27-31). El retrato de Juan es inolvidable. Aquellos en el infierno sentirán toda la fuerza de la furia de Dios (Ap 14:10). Serán “atormentados con fuego y azufre” (14:10-11), por lo que sufrirán sin fin y de forma constante (v. 11; 20:10). Este sufrimiento es consciente, porque estas imágenes bíblicas implican que aquellos que están en el infierno sabrán que están sufriendo un castigo justo.
La enseñanza bíblica es sencilla: el infierno es eterno. La Iglesia histórica ha confesado que el sufrimiento de los perdidos en el infierno no tendrá fin. Esto es contrario al universalismo y al aniquilacionismo. El universalismo es la postura que afirma que, al final, todos serán salvos. El aniquilacionismo, también conocido como inmortalidad condicional o condicionalismo, sostiene que los malvados sufrirán temporalmente por sus pecados en el infierno. Cuando hayan pagado su deuda, Dios los exterminará y no existirán más.
Hay que oponerse al universalismo y al aniquilacionismo debido a la clara enseñanza de las Escrituras de que el castigo del infierno no tiene fin. Daniel contrasta la “vida eterna” con la “vergüenza y confusión perpetua” como destinos de los justos e injustos resucitados, respectivamente (Dn 12:2). Jesús apela a Isaías 66:22, 24 cuando advierte a sus oyentes que el infierno involucra un fuego que no “se apagará” en un lugar donde “el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mr 9:43, 48).
En el pasaje más famoso sobre el infierno, Jesús equipara el destino final de los seres humanos inconversos con el de “fuego eterno” para “el diablo y sus ángeles” (Mt 25:41). Apocalipsis 20:10 es explícito: “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”.
Jesús contrasta el destino de los perdidos y los salvos: “castigo eterno” y “vida eterna” (Mt 25:46). Él describe ambos destinos en una sola oración como “eternos”. Claramente, el castigo de los perdidos no tiene fin. Juan testifica poderosamente de la eternidad del infierno.
Los idólatras “serán atormentados con fuego y azufre… y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Ap 14:10-11). En lugar de ser aniquilados, los perdidos “no tienen reposo de día ni de noche” (v. 11). El carácter sin fin de este castigo se confirma con la afirmación de Satanás, entre otros: “el diablo… fue lanzado en el lago de fuego y azufre… y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10). Cinco versículos después, Juan enseña (de acuerdo con Mt 25:41) que los seres humanos no salvos compartirán el destino del diablo y cada uno será “lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15).
Independientemente de lo que deseemos que sea verdad, el testimonio de las Escrituras es claro: el sufrimiento de los incrédulos en cuerpo y alma en el infierno nunca terminará. Al rechazar a Dios, nunca experimentarán su gloriosa presencia o la bendición del pacto definitiva: la vida eterna.
La buena noticia en la Biblia es que Cristo es el Pacificador, quien por su muerte y resurrección reconcilia a Dios con nosotros y a nosotros con Dios (Ro 5:10; Col 1:20-23). El resultado es la paz entre Dios y nosotros y entre nosotros y Dios. La imagen de Christus Victor es del mundo de la guerra. Necesitamos ser liberados porque tenemos enemigos espirituales poderosos: el pecado, la muerte, Satanás y el infierno. Cristo es nuestro vencedor, quien con su muerte y resurrección derrota a nuestros enemigos y nos libra de la condenación que merecemos (Col 2:15; He 2:14-15). Como resultado, hay una victoria verdadera en la vida cristiana.
Este artículo es un fragmento adaptado del libro Diccionario conciso de términos teológicos, escrito por Christopher W. Morgan y Robert A. Peterson. Este recurso será publicado próximamente por B&H Español. Te animamos a visitar el sitio web de la editorial para estar atento a su publicación.