Solía preocuparme cuando los publicistas me enviaban películas o series de televisión de temática cristiana para revisar antes del estreno. Casi siempre, la mala reputación del género se justificaba por completo: producciones de bajo presupuesto, cursis y moralizantes.
Sin embargo, en los últimos años, la calidad ha mejorado notablemente. Cada vez disfruto más alabar producciones bien logradas, no solo porque han dejado de ser malas, sino porque realmente lo merecen.
Jon Erwin (La canción de mi padre) ha sido parte del resurgimiento del cine y la televisión de temática cristiana, una tendencia alentadora en la que también destacan su hermano Andrew, Jon Gunn (Revolución de Jesús) y Dallas Jenkins (The Chosen). Aun así, cuando supe que el nuevo estudio Wonder Project de Erwin comenzaría con una serie de Prime Video sobre David, mis expectativas, marcadas por años de decepciones, me hicieron temer lo peor. ¿Impondría Amazon un espectáculo visual al estilo de Los Anillos de Poder sobre los sagrados textos bíblicos? ¿Se diluiría el talento narrativo de Erwin en las fórmulas comerciales de una gran plataforma de streaming? ¿Quedaría Dios relegado a un personaje secundario en favor del drama humano de la saga más shakesperiana de las Escrituras?
Habiendo visto en exclusiva los ocho episodios de la primera temporada de La Casa de David, puedo decir con alivio que mis temores (en su mayoría) se disiparon por una narrativa que superó mis expectativasa.
Una fortaleza que también es una vulnerabilidad
Los seguidores de The Chosen encontrarán mucho que disfrutar en La Casa de David, mientras que quienes no simpatizan con The Chosen probablemente tendrán las mismas reservas con La Casa de David.
Lo que funciona para ambas series es el formato televisivo de larga duración y múltiples temporadas, que permite desarrollar a los icónicos personajes bíblicos con mayor profundidad y matices, en lugar de presentarlos de manera plana y superficial. Amazon, que recientemente adquirió los derechos exclusivos de transmisión para la nueva temporada de The Chosen, reconoce que este formato de serie ofrece una mejor oportunidad para explorar el contenido bíblico en la pantalla con mayor riqueza y detalle que una película.
Quienes no simpatizan con The Chosen probablemente tendrán las mismas reservas con La Casa de David
Sin embargo, esta fortaleza también conlleva una vulnerabilidad que expone a estas producciones a críticas constantes. ¿Cómo se puede dar vida a personajes mencionados solo en unos pocos versículos de la Escritura? Es inevitable recurrir a cierto grado de especulación. ¿Cómo llenar los vacíos narrativos de manera verosímil, cautivadora y que no contradiga lo que está en la Escritura? No es fácil lograr ese equilibrio, pero La Casa de David, bajo la dirección de Erwin, hace un buen trabajo al presentar una narrativa envolvente que se mantiene fiel a las Escrituras.
Enfoque narrativo
La primera temporada relata la saga bíblica de David (Michael Iskander), desde sus inicios como pastor en Belén hasta su ascenso como músico favorito en la corte del rey Saúl (Ali Suliman) y, finalmente, su enfrentamiento contra Goliat (Martyn Ford) en una batalla donde parecía no tener oportunidad. A lo largo de la historia, se presentan momentos icónicos como su lucha contra un león y su elección y unción por el profeta Samuel (Stephen Lang).
Samuel es el corazón temático y espiritual de la serie, y la actuación de Lang eleva cada escena en la que aparece. Como portavoz del Señor, Samuel pronuncia palabras de reprensión a Saúl, quien desobedece al Señor al no exterminar por completo a los amalecitas (1 S 15), y palabras de aliento profético a David, el ungido del Señor.
Samuel dirige constantemente a los personajes, y a la audiencia, a reconocer la santidad ardiente de Dios. Fiel a la enseñanza de las Escrituras, La Casa de David evalúa la verdadera grandeza de sus personajes según su actitud hacia Dios. Los héroes muestran una reverencia y humildad genuinas, confiando en Él y obedeciéndolo por encima de sus propios deseos. Los villanos, en cambio, son aquellos que relegan la autoridad de Dios y se tienen en mayor estima de lo que deberían.
Una escena temprana ilustra este tema. Tras derrotar a los amalecitas, Saúl erige en una montaña un memorial para, según dice, «la grandeza de nuestra casa y la gloria de Israel». Su virtuoso hijo Jonatán está presente y corrige a su padre: el monumento debería dedicarse a «la grandeza de Dios». Saúl entonces responde: «Nuestra grandeza es Su grandeza». Es una frase que revela la devoción a medias de Saúl hacia Dios y el orgullo insidioso que será su ruina.
Destacados del reparto
El actor israelí Suliman fue una buena elección para interpretar a Saúl. Imprime al rey atrapado en sus conflictos y tormentos mentales, con una complejidad impredecible y una lucha interna mientras se aferra a su corona en vez de rendirse a la autoridad de Dios. En Saúl, muchos podemos reconocer esa resistencia que a veces sentimos a entregar por completo nuestras vidas a Dios.
Me tomó algún tiempo aceptar a Iskander como el guerrero-poeta David. Al principio, Iskander (un actor teatral nacido en Egipto y ahora en su primer papel importante en pantalla) parecía demasiado delgado y artístico: convincente como bardo, pero no tanto como un guerrero capaz de ganar batallas y matar leones. Sin embargo, las palabras mismas de la Escritura (pronunciadas por Samuel en la serie) me recordaron: «Dios no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el SEÑOR mira el corazón» (1 S 16:7). Una de las lecciones clave en la historia de David en la Escritura, como ocurre con tantas otras personas que Dios escoge usar, es que no parece un líder evidente a simple vista. Su ascenso refleja la gloria de Dios, no la de David.
Un momento destacado de la actuación de Iskander (y de la serie en general) es la interpretación de la música de David: varias escenas lo muestran cantando oraciones y salmos (en hebreo) mientras toca la lira. Una escena memorable presenta a David entonando «El cántico de Moisés» (Dt 32:1-43) ante Saúl y su familia, llevándolos hasta las lágrimas. Iskander emplea sus propios talentos musicales en estas escenas y el resultado es hermosamente auténtico.
Tropiezos ocasionales
Aunque disfruté la primera temporada en general, algunos episodios me resultaron inconsistentes, probablemente porque los guiones de cada episodio fueron escritos por varios guionistas con diferentes niveles de conocimiento bíblico y devoción a la fe.
Ciertos aspectos de la narrativa parecen algo anacrónicos. El romance incipiente entre David y Mical (Indy Lewis), por ejemplo, a veces recuerda una versión al estilo Hallmark de Romeo y Julieta. También hay momentos incómodos en los que valores contemporáneos de «¡Cree en ti mismo!», propios del individualismo occidental, se cuelan en un contexto del antiguo Cercano Oriente, donde habrían sido extraños. En una escena, Saúl pronuncia lo que parece un discurso moderno de graduación universitaria estadounidense dirigido a David:
«Todo es posible. Puedes ser lo que quieras, sin importar de dónde vengas. No dejes que las palabras de ningún hombre te arrebaten tu destino. Es tuyo. Aférrate a él con fuerza».
En otro momento, David repite este lema de toma-el-control-de-tu-destino cuando Mical le dice: «David, hay una diferencia entre deseo y deber. ¡Mi futuro no me pertenece para decidirlo!». David responde: «Eso solo es cierto si lo crees».
La pregunta que los hombres deberían hacerse no es «¿Está Dios de nuestro lado?», sino «¿Estamos nosotros del lado de Dios?»
En estas escenas, la serie parece interpretar el ascenso de David como una narrativa de héroe al estilo «¡Puedes lograrlo todo!», que exalta el individualismo expresivo y los logros humanos por voluntad propia más que la grandeza de Dios. A veces, la atmósfera sugiere un evangelio de la prosperidad centrado en derrotar gigantes, donde el enfoque se desvía de la gloria de Dios hacia lo que podemos alcanzar valiéndonos de Su poder y bendición.
Con fundamento en la gloria de Dios
Afortunadamente, estas escenas son excepciones en la serie, no la regla.
Especialmente cuando aparece Samuel —como en una escena inolvidable donde le recuerda a David el encuentro de Josué con el comandante del ejército del Señor (Jos 5:13-15)—, La Casa de David se fundamenta en la gloria trascendente de Dios y Su asombrosa gracia. Aunque varios personajes se ven tentados a usar el poder de Dios para su propia gloria, la serie, en última instancia, destaca lo equivocado de esa actitud. Dios no es nuestro animador ni un cajero automático cósmico. Él es santo, del tipo «quítate las sandalias en Mi presencia» y merece adoración, obediencia y una devoción sin reservas. Como dice un personaje, la pregunta que los hombres deberían hacerse no es «¿Está Dios de nuestro lado?», sino «¿Estamos nosotros del lado de Dios?».
Toda casa —la casa de Saúl, la casa de David, tu casa y la mía— prevalecerá o caerá dependiendo de esta pregunta. Escoge hoy a quién servirás. ¿Responderemos como lo hizo Josué? «Pero yo y mi casa serviremos al SEÑOR» (Jos 24:14-15). Eso espero. También espero que los escritores y creativos de La Casa de David, en la segunda temporada y más allá, sigan respondiendo de esta manera.