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Todos somos tentados. Desde muchos frentes, sean internos o externos, la tentación es un problema diario para el cristiano. Por eso es crucial para nuestro caminar con el Señor que aprendamos a luchar contra la tentación. ¿Qué herramientas poseemos para ello? ¿Cómo hacemos frente a los ataques del mundo, Satanás o nuestra propia carne?

Mientras más armas tengamos para luchar esta guerra espiritual, mejor será nuestra oportunidad de victoria en cada batalla. En este sentido, Pablo nombra un arma inesperada: ser agradecidos (Ef 5:1-5).

La relación entre la gratitud y la tentación quizás no es tan aparente en primera instancia. Por eso mi propósito en este artículo es mostrarte por qué Pablo manda dar «acciones de gracias» como una medicina contra la tentación (v. 4). Para esto será necesario que primero tengamos un poco de contexto antes de meditar en la naturaleza de la tentación y de la gratitud.

Dos aspectos básicos de Efesios

Pablo escribe esta carta desde su arresto en Roma a una iglesia con la que había compartido varios años (Ef 3:1; 4:1; Hch 20:31). Entre los motivos por los que el apóstol escribe está el deseo de recordarles la unidad y santidad que deben buscar en Cristo (Ef 3:1-13; 4:16). La persona y obra de Cristo es el fundamento de la carta y la meta de la santificación (2:1-10; 4:13).

La carta es riquísima en doctrina y aplicación práctica. No obstante, aquí solo hablaré de dos aspectos básicos que serán importantes al pensar la relación entre la tentación y la gratitud.

El primer aspecto es sobre la estructura de la carta, marcada por la dinámica entre razones y consecuencias. A esto generalmente se le llama la relación indicativos–imperativos. Al leer Efesios (y casi todas las cartas de Pablo), notamos un claro vaivén entre lo que el Dios Trino ha hecho para redimir a Su pueblo (caps. 1-3) y la respuesta que este debe mostrar al haber entendido la redención (caps. 4-6); estas secciones son los indicativos y los imperativos respectivamente. Esto significa que, para comprender mejor los versículos que estamos examinando (Ef 5:1-5), debemos considerarlos en relación a las verdades de los primeros tres capítulos de la carta.

La tentación es la mentira de que la recompensa del pecado es mejor que la dádiva de Dios

En segundo lugar, debemos entender la dinámica de «quitar y poner» que caracteriza las secciones imperativas de las cartas de Pablo. Cuando el apóstol instruye sobre cómo debemos vivir, no se queda únicamente en mandatos negativos, los cuales nos llaman a quitarnos las vestiduras del viejo hombre (mandatos como «no roben» o «no mientan»). Pablo va más allá. Nos anima a ponernos las vestiduras del nuevo hombre (mandatos como «trabajen para poder dar al que está en necesidad» [4:28] y «hablen solo lo que es de edificación para otros creyentes» [4:29]).

A la luz de todo lo anterior, podemos meditar mejor en la exhortación de Pablo de combatir la tentación con la gratitud.

Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos. Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias (Ef 5:3-4, énfasis añadido).

La naturaleza de la tentación

La tentación es tan peligrosa que se nos llama a ni siquiera mencionar la idea de ella (Ef 5:3). Quienes viven cediendo a (incluso, disfrutando de) sus tentaciones no pueden esperar la herencia celestial (Ef 5:5), porque tal conducta refleja que aún están sometidos a los ídolos de su corazón. La idolatría no es simplemente un pecado más en la lista que Pablo ofrece allí, sino que el idólatra es cualquiera que practica alguno de esos pecados (inmoralidad, impureza, avaricia).

Aunque los cristianos podemos llegar a caer —y de hecho, a veces, caemos— , el pecado ya no caracteriza a los hijos amados de Dios, sino a los «hijos de desobediencia» (Ef 5:1; 2:1-3). La tentación es la competencia idolátrica por nuestro amor y devoción plena, que corresponden solo a Dios. Quien constantemente cede a la tentación debe cuestionarse si en su corazón existe devoción verdadera por Dios.

También es interesante ver la relación entre la tentación y la ausencia de gratitud. Si bien es claro que Pablo presenta la gratitud como la antítesis —lo opuesto— a la tentación, es interesante preguntarnos por qué. Algunos ejemplos pueden ayudarnos a entender esta relación.

La gratitud nos ayuda a reorientar nuestra atención lejos de nuestros deseos pecaminosos y hacia el Dios de quien fluye toda bendición terrenal y espiritual

Israel deseaba más los pepinos y ajos en la esclavitud de Egipto que el maná milagrosamente provisto por Dios en libertad (Nm 11:1-33). Sansón deseaba más las mujeres bellas a sus ojos que la paz y la libertad de Israel frente a los filisteos (Jue 14:1-3). Judas deseaba más la riqueza terrenal que la riqueza celestial (Jn 12:4-6). En estos ejemplos podemos ver que, frente a la tentación, no estamos decidiendo entre el pecado y nada. 

Dios siempre ha otorgado Sus bendiciones (Ef 1:3); siempre hay una promesa atada a la fidelidad y la obediencia, y cuando elegimos el pecado antes que a Dios, estamos siendo ingratos con Él. La tentación es la mentira de que la recompensa del pecado es mejor que la dádiva de Dios.

La naturaleza de la gratitud

Si vemos que la naturaleza de la tentación es buscar apartarnos de Dios (Gn 3:1-7; Mt 4:8-10), es más fácil comprender por qué Pablo utiliza la gratitud como arma contra la tentación.

En el texto que estamos examinando podemos ver que ser agradecidos nos hace imitadores de Dios (Ef 5:1). Es decir, dar gracias nos acerca a la imagen de Cristo, que es el propósito de nuestra santificación (4:13).

La gratitud nos recuerda la obra de Cristo en el evangelio —quien se entregó como ofrenda por nuestros pecados (Ef 5:2)— y nos presenta nuevamente las riquezas de la gracia de Dios en Cristo (Ef 1:7, 18; 2:7; 3:8, 16). Estas riquezas son muy estimadas para los hijos de Dios y hacen que las promesas del pecado se vuelven nada comparadas a las promesas de la herencia celestial de quienes están en Cristo (cp. Fil 3:7–8).

En otras palabras, la gratitud nos ayuda a reorientar nuestra atención lejos de nuestros deseos pecaminosos y hacia el Dios de quien fluye toda bendición terrenal y espiritual. No es casualidad que los salmos de gratitud terminan casi siempre por ser salmos de adoración (Sal 33:2; 105:1-2). No es coincidencia que Josafat haya decidido luchar contra los amonitas usando un canto de gratitud (2 Cr 20:21). No es casualidad que José haya huido de la tentación recordando lo bueno que Dios había sido con él hasta entonces (Gn 39:2-9).

La gratitud es la respuesta apropiada contra la tentación, porque nos obliga a enfocarnos en nuestro Padre amoroso que nos ha redimido a través de Su Hijo y ha enviado Su Espíritu para fortalecernos y santificarnos (Ef 1:3-14). La gratitud y su estrecha relación con la adoración hacen de la tentación y el pecado algo abominable para el cristiano.

Cultivando la gratitud

Es cierto que decir (o escribir) algo es más fácil que practicarlo. Por eso quiero compartirte dos maneras de integrar la gratitud a nuestras vidas.

1. Escribe tu gratitud

En la consejería bíblica, una de las tareas que recomendamos a las personas es llevar un «diario de gratitud». No tiene que ser complicado ni demasiado extenso; frases cortas bastarán. Allí podremos anotar las cosas materiales e inmateriales por las que estamos agradecidos, como también reflexionar en el fruto del Espíritu en nosotros. Escribir puede ayudarnos a comprender mejor el evangelio, lo que dará mayor profundidad a las raíces de gratitud en nuestro corazón.

La gratitud y su estrecha relación con la adoración hacen de la tentación y el pecado algo abominable para el cristiano

Poner nuestra gratitud por escrito nos obliga a detenernos y meditar en aquellas bendiciones que muchas veces damos por sentado. Escribir nuestros motivos de gratitud también nos lleva a ver el cuidado y la provisión de Dios para con nosotros, ayudándonos a combatir, por ejemplo, la tentación de caer en el afán (Mt 6:25-34).

Finalmente, escribir aquello por lo que estamos agradecidos funciona como un recordatorio de la misericordia de Dios en las oraciones contestadas. Estos recordatorios tienen una larga herencia entre el pueblo de Dios (Gn 35:14; Jos 4:9; 24:26; 1 S 7:12; 1 Ts 5:18). De hecho, es interesante que Pablo tenga una sección de acción de gracias en casi todas sus cartas (cp. Ef 1:15-17).

2. Reflexiona en la redención en Cristo

La segunda forma de integrar la gratitud a nuestra vida requiere un esfuerzo en la reflexión.

Cuando llega la tentación, preguntémonos: ¿qué deseo pecaminoso está compitiendo por la devoción y el amor que corresponden solo a Dios? ¿Qué me ofrece el ídolo que busco pero que solo Dios puede otorgar? Una vez que pudimos esbozar algunas respuestas, podemos pensar en cómo Dios suple ese deseo o necesidad a través de la redención en Cristo.

Finalmente, al recordar que nuestra santificación es segura en Cristo (Ef 1:13-14; cp. Fil 1:6), podemos dar gracias a Dios por nuestra redención y por las riquezas maravillosas que esperan a Sus hijos, siendo la más importante nuestra comunión con Él. Este ejercicio reflexivo nos ayudará a combatir las tentaciones que lleguen a nuestra mente y corazón.

Al enfrentar la tentación, las prácticas anteriores nos ayudan a entender lo que sucede en nuestro corazón y a combatir la fuerza de la tentación con la fuerza de un corazón que halla su gozo en Cristo. La tentación abunda en las películas, los anuncios publicitarios, la cultura, el trabajo, la escuela; en todo ámbito de la vida. Por eso, es mi oración que, cimentados en Cristo, la gratitud, la adoración y la santidad abunden aún más en nosotros.

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