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Lo admito. No me gusta esperar.

«¿Acaso hay alguien que sí?», te preguntarás. Probablemente tengas razón, sobre todo en nuestra sociedad acelerada, llena de notificaciones inmediatas a través de aplicaciones y de incentivos económicos para que restaurantes y tiendas acorten los tiempos de espera. El desdén por cualquier retraso parece normal, incluso alentado.

Sin embargo, parece que mi lucha con la espera forma parte de mí. Mi personalidad tiende a hacer cosas y me encanta la sensación de tener una lista de tareas completada. Tengo una inclinación hacia hacer cosas.

No esperar está incluso en mi apellido. «Vroegop» es holandés. Muchos apellidos significan algo práctico: Shoemaker (fabricante de zapatos), Bakker (panadero), DeYoung (el joven), Meijer (mayordomo) y Vander Molen (del molino). Vroegop significa literalmente «madrugador». Todavía me hace sonreír. Mis antepasados podrían haber elegido cualquier apellido, pero decidieron identificar a nuestra familia como madrugadores. No esperamos para empezar el día.

Por desgracia, el ministerio pastoral empeoró mi inclinación contra la espera. Me atraían los versículos sobre la administración de la vida y el llamado. Cuando leí No desperdicies tu vida, me cautivó con una visión apasionada de hacer que mi vida contara para la gloria de Dios. Pero en el proceso de no desperdiciar mi vida, estaba desperdiciando mi espera.

A menudo desperdiciamos nuestra espera con respuestas poco útiles o pecaminosas

Los últimos años han puesto de manifiesto una evidente deficiencia en mi forma de pensar y practicar la espera. En mi desesperación, exploré lo que la Biblia dice sobre la espera, específicamente el mandamiento de «esperar en el Señor». Aunque todavía me queda mucho camino por recorrer, he ido descubriendo cómo vivir de acuerdo con lo que sé que es verdad sobre Dios cuando no sé qué es verdad sobre mi vida.

Por la gracia de Dios, he visto que esperar no es un desperdicio. Estos son cuatro principios que debemos tener en cuenta cuando se presentan momentos de vacío, esos momentos en los que tenemos que esperar respuestas a la oración, o a otras personas.

1. Abraza la tensión.

Esperar es incómodo. Los vacíos de la vida desafían nuestro deseo de control. Probablemente por eso a nadie le gusta esperar. La incertidumbre, los retrasos, las decepciones, el dolor y la sensación de impotencia crean tensión.

Así lo expresa una de las palabras hebreas que significan esperar. Qavah combina la tensión con un sentido de anticipación o espera. El origen de la palabra está relacionado con la torsión o el estiramiento de una cuerda: la tensión es parte de lo que significa esperar.

A muchos nos sorprende la tensión de la espera. La incomodidad hace que parezca que algo va mal. Desperdiciamos mucho de nuestra espera porque nos resistimos o nos molesta la sensación de impotencia. Por lo tanto, el primer paso es aceptar —incluso normalizar— este sentimiento conflictivo. En lugar de alarmarnos, intensificar nuestras emociones o resistirnos a los sentimientos, es útil aceptar la tensión como una parte normal de la espera.

2. Evita las zanjas.

A menudo desperdiciamos nuestra espera con respuestas poco útiles o pecaminosas. Nuestra falta de control puede crear una reacción instintiva. El fuerte deseo de cambio nos lleva a varias zanjas:

  • La ira: La espera y la ira van de la mano. A veces parece una explosión evidente, pero otras veces puede asentarse en una frustración de menor grado. La ira pecaminosa es nuestro intento de recuperar el control mediante una acción precipitada. La espera nos hace vulnerables y con la ira podemos tratar de llenar el vacío de la vulnerabilidad forzando el cambio, sin importar las consecuencias.
  • La ansiedad: Mientras la ira pasa a la acción, la ansiedad se dedica a pensar demasiado. En lugar de explotar, nos encerramos en nosotros mismos con una agitación mental y emocional agotadora y debilitante. Intentamos pensar para salir de nuestras limitaciones.
  • La apatía: La ira exige cambios. La ansiedad quiere pensar. La apatía deja de interesarse. Es responder a las decepciones, los retrasos y los sueños incumplidos con la postura autoprotectora de «simplemente ya no me importa».

Conocer estas zanjas de antemano nos ayuda a evitar nuestras respuestas demasiado comunes a la frustración de la espera y nos guarda de desaprovechar estas temporadas.

3. Nombra tus expectativas.

Me encanta la versión del Salmo 40:1 en The Message [El mensaje]: «Esperé y esperé por DIOS». La mayoría de las traducciones dicen: «Esperé pacientemente al Señor». Pero no hay ninguna palabra para «pacientemente» en el texto hebreo del Salmo 40. La palabra para «esperar» (qavah) simplemente se repite, y eso me parece de gran ayuda.

Piensa en la espera paciente simplemente como una espera duplicada o una espera más larga de lo que esperabas. Es difícil: en el fondo de mi mente, tengo una suposición de cuánto debería tardar algo. Cuando mis expectativas chocan con mi experiencia, esperar se convierte en un problema.

Una solución es poner nombre a nuestras expectativas. Podemos llamar específicamente la atención sobre lo que tal vez ni siquiera nos demos cuenta de que está provocando una reacción emocional: «Yo esperaría que…». Esto nos permite evaluar si nuestras suposiciones son razonables y situar nuestro posible momento de espera en el contexto adecuado. Aún más útil, poner nombre a nuestras expectativas nos capacita para encomendarlas al Señor.

4. Enfoca tu corazón.

Nuestra lucha contra la espera suele centrarse en lo que no sabemos. Nuestra pérdida de control, sensación de incertidumbre y malestar interno pueden convertirse en una fijación.

El Salmo 27 termina con una orden: «Esfuérzate y aliéntese tu corazón. / Sí, espera al SEÑOR» (v. 14). Pero el salmo comienza centrándose en quién es el Señor: «El Señor es mi luz y mi salvación; / ¿A quién temeré? / El SEÑOR es la fortaleza de mi vida; / ¿De quién tendré temor?» (v. 1). Es instructivo que el salmista recuerde lo que sabe que es verdad sobre Dios. La espera pone de relieve lo que no sabes, pero sí sabes quién es Dios. La Biblia nos lo revela.

Esperar en Dios significa que aprendo a vivir de lo que sé que es verdad sobre Dios cuando no sé qué es verdad sobre mi vida

Esperar en Dios significa que aprendo a vivir de lo que sé que es verdad sobre Dios cuando no sé qué es verdad sobre mi vida. Significa centrar mi corazón en quién es Dios, cómo es y por qué se puede confiar en Él, incluso en las tensas incertidumbres de la vida. He elaborado una lista de versículos «El Señor es…» que me ayudan a esperar.

No sé si alguna vez me gustará esperar. La tensión es incómoda. Francamente, preferiría tener soluciones rápidas y respuestas fáciles. Pero cuanto más estudio lo que significa esperar en Dios, más me doy cuenta del valor de los momentos de espera. Me brindan la oportunidad de renovar mi confianza en un Dios que me ama y se interesa por mí, y cuyos caminos son siempre buenos.

Mientras espero, puedo centrarme en Su confiabilidad, no en el tiempo que espero. Puede que la espera no sea fácil, pero ya no la desperdicio tanto como antes. El Sr. Madrugador está aprendiendo que esperar es mucho más valioso de lo que jamás imaginé.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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