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En algunos terrenos ocurre un fenómeno conocido como sumidero. Cuando sucede, es como si de repente el suelo se abriera, formando un hoyo que se traga todo lo que tenga encima: casas, autos, árboles y hasta personas. A pesar de que a simple vista pareciera que sucede sin razón alguna, la realidad es que estos fenómenos no ocurren de la noche a la mañana, sin que suceda algo más.

Los sumideros tienen lugar cuando debajo de los terrenos se produce un movimiento de aguas que va debilitando el área que sostiene la superficie, hasta que el suelo no resiste y colapsa. Lo interesante es que el deterioro no pueda percibirse desde arriba con facilidad. Si no se realizan estudios profundos del suelo, solo podremos notar lo que estaba sucediendo cuando ya veamos las terribles consecuencias que el tremendo agujero trae consigo.

Los caminos hacia un desierto espiritual

De la misma manera, las sequías en nuestros corazones no ocurren de repente y sin razón alguna. No es que hoy tengamos una relación vibrante con el Señor y de pronto, al día siguiente, nos levantemos en un desierto. Hay cosas que van sucediendo subrepticiamente en nuestras vidas y en el momento menos previsto terminan llevándonos a una sequía espiritual.

Hay diferentes caminos que pueden llevarnos a un desierto espiritual. Aquí te comparto cuatro de ellos.

1. El camino de la ceguera

Todo aquel que no está en Cristo tiene un alma vacía, y ese vacío clama por ser llenado. Por lo tanto, el no creyente vive en una búsqueda incesante e infructuosa, tratando de llenar ese vacío y así saciar la sed de su corazón.

El problema es que muchas veces se busca saciar esa sed en lugares incorrectos, donde se encuentran supuestas fuentes que producirán, por un momento, la tan ansiada sensación de saciedad, pero terminan dejando el mismo vacío y una sed aún mayor (Jr 2:13).

Jesús es el único que puede hacer correr manantiales de agua viva en nuestros corazones

Así, una de las características espirituales que pueden terminar llevando a alguien a una vida de desierto es la ceguera espiritual. El alma vacía y ciega va buscando de un lugar a otro, pero nunca se satisface ni encuentra la verdadera fuente de agua de vida, que es Cristo nuestro Señor. Agustín de Hipona dijo: «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti» (Confesiones I.1).

2. El camino del sufrimiento

Las pruebas para los cristianos tienen el propósito de hacernos más a la imagen de Cristo, no de dañarnos. Sin embargo, ver las aflicciones de esta manera y lograr encontrar gozo en medio de ellas requieren que nuestras almas estén ancladas en el Señor y Su Palabra.

En ocasiones cuando nos encontramos en medio del sufrimiento, nuestras fuerzas se acaban, estamos agotados emocionalmente y nuestra fe comienza a desgastarse. Hemos estado orando y pidiendo al Señor que las cosas cambien, pero Su respuesta parece no llegar o lo hace de una manera distinta a la que esperábamos.

Entonces, comenzamos a escuchar esa voz interior, bien alejada de la verdad, que se pregunta si existe la posibilidad de que Dios se haya olvidado de esta alma en dolor. Cuestionamos el amor de Dios, perdemos el optimismo y pensamos que nada bueno saldrá de toda la aflicción. Todo esto hace que comencemos a apartar los ojos de Cristo y nos vayamos sumergiendo en nosotras mismas, en el agujero de nuestro dolor y sufrimiento. Empezamos a ver nuestras circunstancias a través de la lente de nuestro yo y no de la obra del evangelio.

Si en medio de la aflicción dejamos que se introduzcan expectativas incorrectas, terminaremos con un corazón turbado que cree que Dios lo olvidó

Si en medio de nuestra aflicción dejamos que se introduzcan expectativas incorrectas, si nos dejamos engañar pensando que el sufrimiento no debiera tocar nuestra puerta porque somos creyentes, si creemos que la bondad de Dios se traduce en que Él responde nuestras oraciones de la manera en que queremos, terminaremos teniendo un corazón turbado que cree que Dios lo ha olvidado.

Todo esto trae como consecuencia que perdamos la esperanza y olvidemos las promesas de propósito, sustento, consuelo y compañía que la Palabra nos da en medio de la aflicción, hasta el punto en el que la incredulidad llega a envolvernos y nuestras almas terminan secas en medio de un desierto espiritual.

3. El camino de la soledad

Sin importar el contexto, uno de los primeros pasos hacia la lejanía del Señor y la sequedad de nuestras almas es distanciarnos de Su pueblo.

No cultivar una vida en comunidad nos afecta de muchas maneras. Por ejemplo:

  • Carecemos del ánimo para entregarnos unos a otros.
  • No practicamos la rendición de cuentas.
  • Los demás no pueden estar pendientes de nosotros.
  • No estudiamos la Palabra con otros.
  • No participamos en la adoración colectiva al Señor.
  • No tenemos la oportunidad de recibir discipulado.
  • No gozamos de la predicación fiel de la Palabra.

La ausencia de todo esto termina produciendo en nuestras vidas una sequedad del corazón que nos conduce a desiertos espirituales. Recuerda que para que un carbón se mantenga encendido necesita estar cerca de otros; si lo aíslas, terminará apagándose.

4. El camino del agotamiento

La debilidad física nos hace propensos a la debilidad espiritual. Nuestros cuerpos no son simples caparazones que albergan almas. No podemos perder de vista que la fragilidad y lo quebrantado de este mundo nos afecta en ambos sentidos, tanto de manera física como espiritual.

La debilidad física nos hace propensos a la debilidad espiritual. Nuestros cuerpos no son simples caparazones que albergan almas

Diferentes situaciones pueden llevarnos al agotamiento: una gran carga laboral prolongada sin descansar de manera intencional y cuidar de manera apropiada y sana nuestro cuerpo, llenarnos de muchas responsabilidades (a veces más de las que Dios mismo quisiera que tuviéramos), o atravesar diferentes etapas que son mucho más demandantes que otras. Todas estas circunstancias desgastantes pueden terminar llevándonos al desierto espiritual.

Dios no se fatiga ni se cansa (Is 40:28), pero Él descansó luego de haber terminado toda Su creación (Gn 2:2). Obviamente, Dios no necesitaba el descanso, pero que lo hiciera establece un modelo para nosotros.

No quisiera dejar de mencionar que puede darse el caso que nos encontremos en un desierto espiritual porque estamos en medio de una depresión, en la que una tristeza profunda y la falta de un sentido de propósito y significado caracterizan nuestro día a día. Si ese es tu caso, te animo a que busques ayuda médica y consejería bíblica.

El camino de Jesús

Identificar los caminos que pueden llevarnos a una temporada de sequía espiritual es uno de los primeros pasos pero no es el único. Necesitamos identificarlos con los ojos puestos en Aquel que puede hacer correr ríos de agua viva en nuestro interior una vez más. Jesús es el único que puede hacer correr manantiales de agua viva en nuestros corazones (Jn 7:37-38).

En medio de las circunstancias difíciles, cuando el temor nos arropa o el cansancio se vuelve inaguantable: que nuestra fe no falte. No la fe humana que busca calmarse diciendo que las cosas van a salir como queremos, no la fe en que tarde o temprano nuestros sufrimientos van a terminar, no la fe en que Dios nos dará exactamente lo que le estamos pidiendo, sino la fe en la persona de Jesús.

Necesitamos tener fe en Aquel que venció el pecado y la muerte. Fe en nuestro Señor del cielo y la tierra, quien nos ofrece ríos de agua viva que sacian nuestra sed para siempre y nos dice que nuestros sufrimientos son leves y pasajeros, a la luz de la eternidad. La fe en el que está con nosotras en medio de la tempestad y ha prometido que no nos dejará ni nos desamparará: «.¡Recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20).

Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del libro Un Corazón en el desierto (Grupo Nelson, 2021), por Patricia Namnún.

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