En la esquina de la calle de mi casa se estaba construyendo un edificio; el área de la obra estaba cubierta con grandes paredes de madera y no se podía observar todo lo que pasaba adentro. Hace pocos días esas paredes fueron removidas y… ¡wow! Un hermoso edificio, terminado, quedó a la vista. Parecía una construcción instantánea, pero no lo era. Para completarla hubo días y días de trabajo, de mucho trabajo.
Esto me recordó que los cristianos solemos desear cambios profundos e inmediatos; nos gustaría que Dios nos transforme de un día para otro e instantáneamente. Pero —aunque Dios es todopoderoso para hacerlo— en la Biblia el cambio se presenta más bien como algo gradual, como un proceso conocido como santificación progresiva. Pablo dice que durante la vida cristiana “nosotros todos […] somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co 3:18). Los creyentes nos vamos haciendo cada vez más como Cristo a medida que avanzamos en la carrera cristiana.
El corazón del problema es el problema del corazón
En este proceso de cambio bíblico es tentador buscar cambios “cosméticos”: modificar la conducta, lo externo, los frutos, sin llegar a la raíz. A su vez, muchas perspectivas humanas para el cambio empiezan buscando la solución o la causa del problema fuera de la persona (en el ambiente, en su pasado o en los pecados que se han cometido contra ella, entre otras cosas). Se propone un cambio de afuera hacia dentro: el exterior debe cambiar primero para que la persona pueda cambiar. Pero la Biblia afirma que el corazón del problema es el problema del corazón. El corazón, afectado por el pecado, es el lugar que debemos atender si realmente queremos que la persona cambie; es allí donde se produce una transformación real y duradera. Como dice Proverbios 4:23: “Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida” (NTV).
En su Palabra, el Señor nos ha mostrado el plan para cambiar: (1) despojarse, (2) renovarse y (3) vestirse.
Despójate
“… en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos…” (Ef 4:22).
La manera de comenzar el cambio bíblico es dejar la vieja manera de vivir. Literalmente “quitarse”, como lo haríamos con la ropa sucia. En este versículo, lo que se quita y se deja a un lado es el antiguo yo, lo que éramos antes de que Cristo nos salvara (Ef 2:1-10).
Este paso implica varias cosas:
- Identificar, a la luz de la Biblia, el pecado que debemos dejar (Sal 119:10-11).
- Reconocer nuestra responsabilidad por ese pecado y arrepentirnos (Stg 1:14; 1 Jn 1:9).
- Estar dispuestos a cambiar (Sal 119:30-32).
Estos pasos requieren honestidad, especificidad y quizá medidas radicales como cortar el Internet, dejar de ir a ciertos lugares, eliminar el alcohol de nuestras vidas, etc. Empezar por el arrepentimiento es crucial; una vez escuché una frase que decía: “No puedes abandonar un pecado que no ha sido confesado y perdonado”.
Renuévate
“… y que sean renovados en el espíritu de su mente…” (Ef 4:23).
Una persona que realmente cambia debe ser renovada en el espíritu de su mente. Esto significa comenzar a tener una nueva forma de pensar. El espíritu de tu mente es algo así como la capacidad de sentir la suciedad escondida en una idea u oportunidad antes de que esta suciedad se adhiera a tu vida.
Somos renovados a través del trabajo continuo que Dios realiza en nosotros y en cooperación con nosotros. El verdadero cambio se produce cuando reemplazamos los estándares o pensamientos del mundo con los pensamientos de Dios, los cuales se revelan en Su Palabra. Una vida de cambio es una vida basada en la Palabra de Dios; la Biblia es el único medio a través del cual podemos renovar nuestras mentes y vivir en la voluntad del Señor (Ro 12:1-2).
Todos los días debemos depender del Señor para poder vestirnos del nuevo hombre
Esto también implica que el cambio bíblico no puede solamente apuntar a las emociones o a un cambio de conducta externa; el cambio bíblico debe apuntar a la mente. Cuando el Espíritu trabaja en ella, las verdades reveladas en la Palabra son claras para la persona y el resultado incluirá un cambio de emociones y un cambio de voluntad. Es decir, será un cambio de verdad. ¿Cómo luce esto de manera práctica? ¡Una buena forma de comenzar es memorizando las Escrituras! Una mente vacía es solo una oportunidad para que el diablo trabaje.
Vístete
“… se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4:24).
Del mismo modo que Dios nos llama a despojarnos del viejo hombre, también nos llama a vestirnos del nuevo hombre, una nueva disposición justa que desea honrar a Dios y llegar a ser como Cristo. En este deseo de ser como Cristo es que debemos esforzarnos por reemplazar nuestros pensamientos, palabras y acciones pecaminosas por sus “opuestos piadosos”. Pablo lo explica más adelante en su carta: “Dejando a un lado la falsedad, hablen verdad cada cual con su prójimo” (v. 25); “El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje” (v. 28); “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación” (v. 29). Todos los días debemos depender del Señor para poder vestirnos del nuevo hombre.
Si realmente eres hijo de Dios, el cambio siempre es posible para ti, hasta que llegues a ser como Jesús. No hay pecado, pasado, o genética que no pueda ser transformado por la obra del Espíritu Santo y su Palabra (Jn 17:17). Cambiar bíblicamente significa despojarse de la forma de vivir de este mundo, tener la mente renovada por la Palabra de Dios y vivir con propósito la nueva identidad en Cristo. Tenemos la promesa de que Dios, “el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6).
Como el edificio de mi cuadra, cada creyente debería llevar encima un cartel que diga: “Precaución, obra en construcción”. Pronto llegará el día en que las maderas serán quitadas y veremos la obra completa.