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El religioso común piensa que la salvación es un misterio imposible de ser conocido. Lamentablemente, muchos creyentes tienen esa misma idea. Las expresiones que solemos escuchar son:

“¿Tú acaso eres Dios para saber que eres salvo?”.
“¡Nadie puede saberlo!”.

Sin embargo, la Escritura nos dice claramente lo siguiente:

“Todo aquél que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Todo aquél que ama al Padre, ama al que ha nacido de El. En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos… Estas cosas les he escrito a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna” (1 Juan 5.1-‬2, ‬13; énfasis mío).

A mi juicio, el texto anterior es cristalino en lo concerniente al asunto de la seguridad de la salvación. El creyente no busca salvarse, por el contrario, cuida su salvación con reverencia a Cristo (Fil. 2.12) sabiendo que es un don de Dios, uno que Él administra sin recibir sugerencia alguna de ninguna de sus criaturas (ver Ef. 1:3-14).

¿Cómo sé si yo fui salvado por Jesús?

Juan establece que no solo podemos estar seguros de que ya tenemos vida eterna en Cristo, sino que también lo podemos confirmar.

¡En serio! ¿Y cómo lo confirmamos?

“Todo aquél que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él. En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos”.

(1) Guardando [todos] sus mandamientos (que no son gravosos);

(2) Amando a los hijos de Dios.

Aunque el verdadero creyente sigue arrastrando su vieja naturaleza pecadora (una mente habituada al mal), no debemos ignorar lo que el poder de Dios ha logrado en él por la fe en Jesucristo.

Cristo ha logrado libertar al creyente del poder del pecado (Ro. 6:12-14) por el poder del evangelio y por la morada de su Espíritu en el creyente (Ro. 8:9; 1:16; Ef. 1:11-14). En otras palabras, si bien el creyente arrastra su pecaminosidad (que sale de su corazón, como vemos en Mateo 15:18-19) a la vez, por el poder de Cristo, puede —aquí y ahora— amar a Dios y al prójimo, para la gloria de Dios.

Así que si amas a Dios, es decir, si guardas sus mandamientos, es una clara y tangible evidencia de que eres hijo o hija de Dios. De la misma manera, si no amas a tus hermanos, ¿cómo podrías pensar que eres de Dios?

¿Entonces qué?

En resumen:

  1. La salvación del creyente es un hecho por la gracia de Dios.
  2. La salvación no se trata de una gracia solamente futura, es impartida ahora.
  3. La salvación tiene instrumentos para ser “medida”: guardar los mandamientos de Dios y amar a Sus hijos.
  4. La salvación da fruto ahora y tiene un fin futuro: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”, Romanos 6:22.
  5. El único dueño de esta gracia es el Señor, y él la imparte soberanamente. Si Dios mismo nos la ha concedido, ¡nadie nos la puede arrebatar!

Todo esto debería conducirte a examinarte a ti mismo. ¿Tienes a Cristo morando en tu vida? Si no es así, ¡clama ahora por su salvación! Y ya sea que hayas creído el evangelio antes de leer este artículo, o hayas llegado a creerlo ahora, no dejes de pedirle a Dios que te conceda asombrarte ante su amor.

En un mundo de escepticismo, ¿no es una alegría saber que hay salvación en Cristo, y que esta salvación no es un misterio imposible de ser conocido?


Imagen: Lightstock
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