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¿Conoces la historia de la Biblia?

La pregunta quizá te sorprenda. ¿Cuál de todas?, podrías responder.

Si bien es cierto que la Biblia está llena de relatos —más de 1500 años de narrativa y personajes—, los 66 libros que comprenden la Escritura cuentan una sola historia: la historia de la redención.

En algunos casos es más fácil conectarnos con esa gran narrativa. A nadie se le escapa cómo los Evangelios nos cuentan del Dios que se hizo hombre y vino a rescatar a su pueblo. Pero ¿qué hay de libros como Levítico? Los salmos son lindos, ¿pero realmente está Jesús en ellos?

El Dios que está presente, escrito por D. A. Carson, nos ofrece una vista panorámica de la historia de la redención. Este libro nos confronta: “¿Realmente sabes de qué trata la Biblia?”. El autor reconoce que muchas personas abren sus Biblia con regularidad, pero pocas lo hacen de la manera correcta. Solemos acercarnos a la Escritura preguntándonos qué obtendremos de nuestra lectura. Carson nos recuerda que, desde Génesis hasta Apocalipsis, el personaje principal de la Biblia es Dios.

“Cuando, a medida que envejecemos, sentimos que tiene que haber algo más —tiene que haber algo más satisfactorio, algo más grande—, es bueno que escuchemos esa voz inquietante, porque fuimos hechos para Dios y nuestra alma no tendrá descanso mientras no lo conozcamos a Él” (p. 100).

Los primeros capítulos de la Biblia nos muestran a un Dios creador, al que debemos absolutamente todo. También nos enseñan que, a pesar de que en el Señor encontramos toda plenitud y gozo, decidimos rebelarnos contra Él y tomar nuestro propio camino. Un camino que lleva a la muerte. Pecamos y quedamos separados de Dios, destinados a pasar toda la eternidad bajo su ira.

¿Cómo es que el Dios tres veces santo rescatará de la muerte a pecadores rebeldes como nosotros? El resto de la Escritura expone la respuesta a esta pregunta.

“En la Biblia solo hay un camino hacia adelante: el camino hacia la cruz. […] Uno de los resultados de la culpa y la vergüenza es la autojustificación. Adán se justifica culpando a Eva. Eva se justifica culpando a la serpiente. Pero la verdad es que nuestra única esperanza de reconciliación es que Dios mismo nos justifique” (pp. 35-36, énfasis original).

Más adelante en la Biblia vemos a Dios entregando la ley a su pueblo. Y, tan pronto como la reciben, vemos al pueblo fallando una y otra vez en cumplir estos mandamientos. Si algo nos queda claro al ver la historia de Israel es que nadie puede salvarse tratando de ser una buena persona.

“Las leyes de Dios […] no tienen el poder de transformarnos, no tienen el poder de liberarnos de nuestra adicción al pecado” (p. 63).

Dios lo sabía, pero quería que nos diéramos cuenta también: el pecado están tan enraizado en nuestros corazones que incluso el más disciplinado de todos los hombres fallará al intentar cumplir la ley por su propia fuerza.

Y como no podíamos salvarnos a nosotros mismos, Dios se hizo hombre para salvarnos. Él llevó sobre sí mismo la culpa por nuestras faltas y murió en nuestro lugar. Sangró hasta la muerte no solo para arrancarnos la maldad a la que éramos esclavos, sino para vestirnos de su justicia perfecta. El justo por los injustos, para hacerlos justos también.

“Puedes confiar en un Dios que no solo es soberano, sino que sangra por ti” (p. 167).

Esta es la historia del evangelio. La historia de un Dios que lo hizo todo, no necesitaba nada, y aún así se humilló por los que lo rechazaron. La historia de hombres malvados e impotentes recibiendo una salvación que ni siquiera deseaban. La historia de un Dios que muere y resucita con poder para mostrarnos que, desde el principio hasta el final, Él está presente.

“Cuando te encuentras con el evangelio genuinamente, te humilla. No te hace arrogante, sino que te transforma” (p. 193).

¿Cómo podríamos hacer otra cosa que adorar a este Dios tan glorioso?


Imagen: Unsplash
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