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Siempre me resulta interesante observar la primera reacción de aquellos que vienen por consejería, cuando les digo: «Bien, mi hermano, te escucho».

Muchos inician con un suspiro profundo o una expresión en el rostro como de una represa a punto de estallar. Todos apreciamos tener la oportunidad para hablar y que alguien nos escuche con atención y verdadero interés.

No obstante, debemos reconocer que muchas veces los creyentes somos más rápidos para hablar que para escuchar, incluso en el contexto de la consejería bíblica y del discipulado personal. Por eso es importante que aprendamos a escuchar.

El llamado bíblico a escuchar

Las Escrituras hablan sobre la actitud de escuchar antes de proferir alguna palabra: «El que responde antes de escuchar, / Cosecha necedad y vergüenza» (Pr 18:13). «Lazo es para el hombre decir a la ligera: “Es santo”, / Y después de los votos investigar» (20:25).

Estos pasajes nos enseñan que antes de dar respuesta a una pregunta, un asunto o una indagación es importante escuchar, investigar y preguntar para tener una información sólida y suficiente. Esta actitud prudente nos permite dar una respuesta bien informada, precisa y clara acerca de una situación. Saber escuchar es una verdadera demostración de sabiduría.

Por el contrario, la necedad se distingue por el afán de hablar demasiado rápido (Ecl 5:1-3). En el momento en que cesamos de escuchar —en este caso, la instrucción del Señor— nos desviamos de la sabiduría (Pr 19:27).

Los cristianos debemos cultivar una actitud de escuchar y ser prudentes, porque es una forma de ser imitadores de Dios. En el Edén, cuando Adán y Eva pecaron, el Dios omnisciente se acercó a preguntar qué había pasado (Gn 3:11). Es evidente que Su pregunta no era por ignorancia sobre el asunto; más bien, fue una muestra divina de misericordia y gracia hacia Sus criaturas, pues les dio la oportunidad de ser escuchados.

De manera similar, ninguno de nosotros pecadores merecía ser escuchado, porque no tenemos nada que podamos decir para justificarnos delante del Señor. Sin embargo, Dios encarnado se acercó al mundo, preguntó y escuchó a los necesitados y perdidos (Lc 18:41). Esta es la actitud de escucha que estamos llamados a imitar.

Entonces, ¿cómo podemos escuchar a otros y demostrar que lo estamos haciendo? De los mismos pasajes que cité más arriba puedo extraer al menos tres formas prácticas de hacerlo.

1. ‌Guarda silencio mientras el otro habla

Hacer silencio parece obvio, pero nos resulta más difícil de lo que pensamos. Guardar silencio mientras el otro habla, en lugar de hablar, hablar y hablar, es una forma de mostrar prudencia, de disminuir la probabilidad de pecar (Pr 10:19) y de demostrar que estamos interesados en lo que nos cuenta.

Los cristianos debemos cultivar una actitud de escuchar y ser prudentes, porque es una forma de ser imitadores de Dios

Imagina que te citas con un hermano a conversar sobre las luchas que tiene en relación a la crianza de su hijo. Aunque te menciona algunas generalidades del caso, espera a estar contigo para darte detalles y hablar en profundidad. Antes de la cita, corres a leer libros de consejería para prepararte. Por eso, cuando se encuentran, inicias la conversación más o menos así:

Oye, apenas me comentaste el tema me imaginé lo que estás pasando y creo que lo que necesitas es tener más paciencia con tu muchacho. No sé cómo es él realmente, pero todos los niños necesitan que sus padres sean pacientes.

Aunque el consejo de tener paciencia es bueno, aún no has escuchado toda la historia. En cambio, puedes decir algo como:

Mi hermano, he estado orando por ti y por tu hijo. Quiero escuchar con mayor detalle cuál es la situación que vives. Cuéntame.

En ocasiones, el solo hecho de compartir las cargas resulta alentador. Recuerda, además, que aun el necio es contado como sabio cuando calla (Pr 17:28).

2. ‌Realiza preguntas abiertas

Una buena forma de escuchar y demostrar que estás escuchando es hacer buenas preguntas. Lo ideal es realizar preguntas abiertas, es decir, que requieren explicación y no un simple «sí» o «no». Pueden ser preguntas que inicien con «cómo», «cuándo», «dónde» o «de qué formas»; el punto es que inviten a la otra persona a dar detalles.

Esto aplica aún cuando tengas información previa sobre la persona o la situación, porque te ayudarán a evitar prejuicios y predisposiciones que alteren tu discernimiento.

Siguiendo con nuestro ejemplo anterior, estas son preguntas que podrías realizar durante la conversación:

  • ¿Desde cuándo crees que la relación con tu hijo se ha vuelto más difícil de lo usual y por qué?
  • ¿Cómo identificas las conductas pecaminosas de tu hijo? ¿Son patrones de comportamiento o son respuestas aisladas?
  • ¿Cuáles conductas y actitudes de tu hijo identificas en ti también?
  • ¿Qué análisis hace tu esposa de la situación que vives con tu hijo?
  • ¿Cuáles fueron los principios de crianza con los que creciste en tu familia? ¿Cómo eran tus padres?

Es importante que luego de cada pregunta, esperes un tiempo de respuesta. Gran parte de tu tarea como consejero es escuchar, así que no te preocupes si la conversación gira hacia otros temas de tanto en tanto. Quizá descubras información clave para aconsejar a tu hermano.

3. Confirma que comprendiste bien

Cuando Abraham encomendó a uno de sus siervos la tarea de conseguir una esposa para su hijo Isaac, le dijo con mucha precisión cómo debía hacerlo (Gn 24:2-8). Luego de un largo viaje que debió llevarle un buen tiempo, el siervo llegó hasta Rebeca y su familia y les expresó las mismas palabras que Abraham le había encomendado (vv. 37-41). Ser capaz de repetir aquellas palabras, aun después de tan largo viaje, es evidencia de que el siervo había escuchado con atención y comprendido la importancia de su encargo.

El sacrificio de Jesús nos capacita y motiva a escuchar a otros con la misma gracia, para edificarnos unos a otros en amor y verdad

De modo similar, nosotros podemos utilizar el resumen, la paráfrasis, la repetición palabra por palabra o breves preguntas cerradas como maneras de demostrar que estamos escuchando con atención y para confirmar que hemos entendido bien el punto de la cuestión.

Siguiendo nuestro ejemplo, una forma práctica de hacerlo podría ser:

—Bien hermano, entonces me cuentas que te sientes «abrumado» por todo lo que significa criar a tu pequeño hijo…

—Sí.

— Y, según me dijiste, eso te ha llevado a una angustia y a una desesperación por lograr resultados inmediatos, a pesar de que intentaste modelar y predicar el evangelio a tu hijo. Y piensas que tu impaciencia podría deberse a que fuiste criado con «mano dura». ¿Voy bien?

—Sí, hermano, así es.

—Bueno, creo que estamos en un buen lugar para iniciar y confío en que el evangelio nos puede dar mayor luz. Empecemos con un diagnóstico: ¿qué pecados logras identificar en tu propio corazón en medio de toda esta situación con tu hijo?…

Anclados en el evangelio

Sé que una conversación en el marco de una consejería puede tomar muchos rumbos y puede presentar diferentes desafíos; hay mucho que se puede decir. Sin embargo, mi deseo es brindarte consejos prácticos que te ayudarán a tener una buena idea inicial del problema.

Hacer silencio para escuchar, indagar con preguntas abiertas y confirmar que entendiste bien el asunto no resuelven el problema mágicamente, pero sí te ayudará a tener un buen diagnóstico para saber cómo aplicar el evangelio en un caso concreto de consejería bíblica.

Sin embargo, quiero aclarar que estas técnicas para escuchar con atención durante una consejería deben estar ancladas y motivadas por el evangelio. Siempre debemos recordar que, por causa de nuestro pecado, estábamos destituidos de la gloria de Dios, sin derecho a ser escuchados (cp. Jn 9:31). Pero Dios, en Su gracia soberana, abrió un camino para Sus hijos por la sangre de Jesús (He 10:19-22).

Gracias a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, nuestras oraciones pueden llegar hasta el trono del Padre para recibir misericordia y gracia para la ayuda oportuna (He 4:14-16). Ya no tenemos impedimentos, ya no tenemos restricciones, sino que podemos ir con libertad ante nuestro Padre a confesar nuestros pecados, poner a Sus pies nuestros temores y humillarnos sin miedo al juicio, porque Cristo pagó por nuestros pecados.

El sacrificio de Jesús nos capacita y motiva a escuchar a otros con la misma gracia, para edificarnos unos a otros en amor y verdad.

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