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La aflicción y el desánimo tocan la puerta de cada una de nosotras.  Dificultades económicas, enfermedad, problemas familiares, conflictos laborales… la lista es interminable. Estas situaciones nos hacen sentir abrumadas, incluso al punto de alejarnos de Dios y perder el gozo de nuestra salvación.

¿Cuántas veces te has sentido desanimada o afligida? Quizás recuerdas algún momento de dolor e incertidumbre; tal vez ahora mismo estás atravesando por una situación muy difícil y te parece casi imposible salir de ella.

Sin embargo, el Señor nos llama a recordar que en medio de nuestro sufrimiento —por más doloroso que sea— hay propósito glorioso:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios”, 2 Corintios 1:3-4.

El Dios de toda consolación

Consolar, en latín, significa un “llamado a su lado”. De ahí procede nuestra palabra “conforte”, que significa “hacerse fuerte conjuntamente”. Esta palabra muestra un aspecto relacional y eclipsa toda idea de individualismo. Implica que una parte fortalece a otra. Nos da la idea de ánimo y exhortación a aquellas que se enfrentan a la prueba, la derrota, o el desánimo.

Nuestro Señor es un Dios de “consolación” (v.3). Muchos tienen la idea de un Dios déspota, castigador, cuando lo que Él desea es consolar a su pueblo. Así nos dice el Salmo 9:9, “El Señor será también baluarte para el oprimido, Baluarte en tiempos de angustia”. Y vemos como al Espíritu Santo se le llama “Consolador” (Juan 14:26); uno que está a nuestro lado y nos levanta, nos anima a seguir adelante. El Dios de “toda consolación” conoce cada situación, sabe por lo que estás pasando y quiere ayudarte, quiere darte ánimos. Él te entiende, y te ama tanto que no quiere dejarte derrumbada.

Cuando alguno de nuestros hijos está sufriendo y en desánimo, a una madre jamás se le ocurriría abandonarle y no animarle ni consolarle. Si nosotras siendo malas no lo haríamos, ¡cuánto más nuestro Dios de toda consolación!

Tenemos su promesa certera de que Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones (v.4). No estamos solas: Jesús prometió estar con nosotras todos los días de nuestra vida, y nos ha dejado al Consolador morando en nuestros corazones. Tenemos todo a nuestro favor, el remedio está cerca, solo hay que pedirle ayuda, y clamar porque nos levante.

Propósito en medio de la aflicción

Dios no nos consuela en vano y nuestra aflicción no es una sin sentido. 2 Corintios 1:3-9 nos muestra algunos propósitos de la aflicción y de la consolación que Dios nos da:

Dios nos consuela para que nosotras también podamos consolar a los que están en cualquier tribulación. Cuando alguien necesita consuelo, nosotras podemos dárselo porque Dios ya nos ha consolado primero; ya hemos estado donde esa persona está ahora. Dios usa a personas, sobre todo creyentes, para llevarnos a la consolación. Pablo mismo fue consolado por Tito (2 Corintios 7:5-7). Por eso debemos animar a otros a seguir corriendo la carrera de la fe. Palabras de aliento o gestos que muestran cariño pueden animar a alguien en aflicción.

La aflicción es para que no confiemos en nosotras mismas —nuestras fuerzas o capacidades—, sino en Dios (2 Corintios 1:9). Cuando somos consoladas, estamos diciéndole a nuestro Padre que somos débiles, que le necesitamos, que solas no podemos, que necesitamos su consuelo, su ánimo, y su fuerza con nosotras.

El consuelo de nuestro Dios nos muestra nuestra condición y nos manifiesta el poder y fortaleza de nuestro Padre. Pablo dice que cuando es débil, entonces es cuando es fuerte. ¿Cómo puede ser esto? “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9-10). Cuando Pablo es débil, es cuando viene el poder de Cristo a él, y entonces es cuando puede decir que es fuerte.

Mi querida hermana, en medio de tu aflicción recuerda que no estás sola. Recuerda que Jesús es quien nos consuela; Él es quien nos da su gracia para poder seguir cada día. Jesús entiende nuestro dolor, Él no es un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestros sufrimientos (Hebreos 4:15). Su gran obra de redención ha hecho que podamos sufrir como aquellos que tienen esperanza.

Dios no es ajeno a tu dolor. Nuestro Señor aborrece la maldad y la injusticia. Jesús está renovando todas las cosas, y mientras esperamos su venida podemos descansar en su soberanía y sabiduría. Confía en su gracia, descansa en sus propósitos, recibe su consuelo, y dalo a otras en necesidad.

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