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Cristo es el cumplimiento de Yom Kipur

Más de Dominick Hernández

Hace dos años mi familia pasó unas siete semanas fuera de nuestro hogar. Al regresar a casa, nos recibió una enorme colmena subterránea en el patio del frente. Decidimos resolver el problema. Nuestra familia y amigos experimentaron varias técnicas para eliminar el problema de las abejas. Los experimentos consistieron en rociar latas enteras de aerosol para abejas en la colmena, cubrir la colmena de abejas con tierra, poner agua sobre la colmena, e incluso pasar el cortacésped por encima. Sin embargo, las abejas insistieron en habitar indefinidamente en nuestro patio delantero.

El asunto era este: no estábamos abordando la fuente del problema.

Para librarnos de la amenaza de las abejas, algo más grande tenía que suceder. Necesitábamos tratar con la raíz del problema: la colmena subterránea.

Algo similar sucede con la expiación y el problema del pecado. En Levítico 16, Dios estableció el Día de la Expiación, que en hebreo es Yom Kipur (“yom” significa “día”, “kipur” significa “expiación”, literalmente: “cubrimiento del pecado”). Este año, Yom Kipur se celebra desde la tarde del 18 de septiembre hasta la tarde del 19 de septiembre.

La expiación por la sangre de los animales no podía abordar verdaderamente la raíz del dilema humano: la separación entre los humanos y Dios. Por lo tanto, no podía quitar el pecado (He. 9:9-10). Los sumos sacerdotes, que eran deficientes por la depravación de sus propias transgresiones, eran incapaces de interceder de una manera perfecta. Por esa razón, Dios ordenó que los sacrificios se llevaran a cabo repetidamente como expiación por el pecado, sin importar cuánto se afligiera el pueblo de Israel. Todas estas deficiencias relacionadas con Yom Kipur prefiguraban un día en el que ellas se perfeccionarían a través de la persona y la obra de Jesús, el Mesías. Jesús perfeccionó las imperfecciones de Yom Kipur.

Este es un mensaje implícito en las páginas del Nuevo Testamento. Sin embargo, la Biblia dice explícitamente en Hebreos 7:26-27 que Jesús es la culminación del sistema de sacrificios:

“Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, y exaltado más allá de los cielos, que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo. Porque esto Jesús lo hizo una vez para siempre, cuando Él mismo se ofreció”, Hebreos 7:26-27.

Con base en este pasaje, veamos maneras en las cuales Cristo es el cumplimiento de Yom Kipur.

Jesús es el sumo sacerdote perfecto

Jesús, mediante su carácter divino, es apartado para el servicio de Dios el Padre. Como dice el pasaje de Hebreos 7:26-27, Jesús es “santo”, “inocente”, e “inmaculado”. Jesús es perfectamente libre de los defectos de carácter y las imperfecciones con las que todos los sumos sacerdotes anteriores luchaban, como resultado de su pecado. Jesús está “apartado de los pecadores”. Jesús está completamente desconectado de la naturaleza pecaminosa. Por lo que es y lo que ha hecho, Jesús es legítimamente “exaltado más allá de los cielos”.

Jesús es el único que puede servir como un perfecto intermediario entre Dios y la humanidad.

En virtud de estos atributos y su posición exaltada, Jesús es el único sumo sacerdote perfecto que no necesita “ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo”. Jesús es el único que puede servir como un perfecto intermediario entre Dios y la humanidad.

Jesús es el sacrificio perfecto

Jesús hace dos funciones, como lo vemos en Hebreos 7:27:

1) Jesús es el sacerdote. Jesús es el sujeto de la frase final (“Jesús lo hizo una vez para siempre”). Él llevó a cabo el acto del sacrificio. Esto es lo que Jesús hizo en la cruz.

2) Jesús es el sacrificio. Jesús es el objeto directo de la frase final de Hebreos 7:27 (“cuando Él mismo se ofreció”). Él fue sacrificado. Esto es lo que Jesús hizo en la cruz.

Cuando Cristo estaba en la cruz, exclamó: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30). Estas palabras indican que se había ofrecido el último sacrificio. Ya no había necesidad de ningún otro sacerdote o sacrificio porque Jesús, el sacerdote perfecto, se ofreció a sí mismo como el sacrificio perfecto (He. 10:1-4).

El sumo sacerdote de Levítico solo podía ofrecer la sangre de animales que nunca eliminaban verdaderamente el pecado. Nuestro sumo sacerdote, Jesús, se ofreció a sí mismo como un sacrificio intachable en nombre de la humanidad, sufriendo una muerte agonizante, para servir como mediador impecable entre la humanidad y Dios. Como resultado de sus acciones, el velo del templo se rasgó (Mt. 27:51; Mr. 15:38; Lc. 23:45), dando a todos los que están cubiertos por su sangre acceso al lugar santísimo y, de este modo, a la presencia del Dios Altísimo.

Louis Goldberg, teólogo del Antiguo Testamento, lo resume así:

“El mediador del nuevo pacto, en su ministerio, no tuvo que confesar su pecado, puesto que no había pecado en Él. Jesús el Mesías, actuando en capacidad de sumo sacerdote, era santo, inocente, inmaculado; al tomar nuestro lugar perfectamente ante el Dios exaltado y santo, Él no tenía que ofrecer sacrificios antes de poder ministrar por nosotros. Jesús solo, sin defectos, une la brecha infinita entre Dios y el hombre, y a causa de su muerte, Él puede darnos su vida” (Louis Goldberg, Leviticus, p. 85).

Nuestro pecado fue transferido a Jesús, pagado por su sangre, y completamente quitado.

Los eventos ordenados por Dios en Yom Kipur eran señales de cosas aún mayores. Representaban lo que haría Jesús, el sumo sacerdote perfecto, satisfaciendo la ira de Dios por el pecado, tomándola sobre sí mismo, derramando su propia sangre, sufriendo la pena de muerte en la cruz. Nuestro pecado fue transferido a Jesús, pagado por su sangre, y completamente quitado (He. 9:11-14; Lv. 16:20-22).

Aflicción vs. familiaridad

Se dice que “la familiaridad engendra desprecio”. Esta parece ser la razón por la cual en Levítico 16 Dios ordenó, además de los componentes sacrificiales del día, que la gente se afligiera. Considere este hecho: el pueblo de Israel realmente tenía la presencia del Dios viviente que habitaba entre ellos en el tabernáculo, y posteriormente en el templo. Este es el tipo de experiencia que podría convertirse en monótona y, en consecuencia, las personas podrían volverse complacientes en su adoración. Sin embargo, cuando llegó el Día de la Expiación y los múltiples sacrificios para expiar el pecado de la comunidad, la gente recordó quiénes eran ante un Dios perfecto. Al ver lo que Dios requería para hacer expiación como resultado de la gravedad de su pecado, la aflicción del pueblo servía como un recordatorio de no pecar contra Dios.

Sin embargo, los creyentes en Jesús no tienen un mandato contemporáneo a afligirse en un día en particular. Hoy recordamos la gravedad de nuestro pecado al mirar a Jesús y ver cómo permitió intencionalmente ser afligido. Dios no es vengativo, sino que ha establecido una manera en que las personas pueden acercarse a Él, y esta manera es librándolas por completo de sus pecados. Dios no está resentido ni enojado con los seres humanos, sino que siempre ha amado a quienes creó a su imagen y, a través del sacrificio de Jesús, ha creado una forma para que ellos lo reconozcan y lo amen. En esto, Dios ha demostrado que nunca ha deseado que nadie perezca en su pecado, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pe. 3:9; 1 Ti. 2:3-4).

Es por el amor de Dios a través de Jesús que la humanidad no recibe un llamado hoy a afligirse el alma. La aflicción de nuestra alma se ha convertido en una experiencia diaria a la medida que fijamos nuestros ojos en la cruz de Jesús, y la aflicción que sufrió Él, padeciendo angustia mental y física, y eventualmente siendo puesto a la muerte para que pudiéramos vivir. Nuestra alma no puede afligirse más que el alma de Jesús, quién de voluntad murió por la humanidad.

Si no comprendemos el sistema de sacrificios, comprenderemos incompletamente la obra redentora de Jesús. Debido a esto atesoramos cada página escrita que hemos recibido de Dios. Todas las Escrituras son relevantes, sin excepción.

Yom Kipur es un día que nos recuerda lo que la sangre de Jesús hizo por todos los que tienen fe en Él. Nos recuerda que Él fue afligido para quitar nuestra aflicción. La sangre de Jesús proporcionó el perdón absoluto del pecado, y creyendo en él, también nosotros podemos ser perdonados.


Imagen: Lightstock.
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