Aunque hay pasajes extensos en la ley de Moisés llenos de mandamientos, no todos ellos son igual de importantes en la Biblia. De hecho, toda la ley depende de dos mandamientos:
“[Un] intérprete de la ley, para poner a prueba a Jesús, le preguntó: ‘Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?’. Y Él le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas’”, Mateo 22:35-40.
Aquí aprendemos que el gran mandamiento en la Biblia es amar a Dios con todo lo que somos y por encima de todo lo demás. Como Él reveló a Israel en tiempos del Antiguo Testamento (Dt. 6:4-5). Esto implica atesorarlo, obedecerlo, depender de Él, gozarnos en Él.
Este mandato va de la mano con amar a nuestro prójimo, como enseña Jesús. Desde un principio fuimos creados con este propósito; así glorificamos a nuestro Dios creador. No podemos decir que amamos a Dios si no mostramos amor a nuestro prójimo (1 Jn. 4:20). Y como explica el apóstol Pablo, todos los mandamientos hacia las otras personas se resumen en amarlas como a nosotros mismos (Ro. 13:8-10).
La mala noticia en la Biblia es que ninguno de nosotros obedece estos mandamientos como debemos hacerlo. Todos nos rebelamos contra Dios y su santidad cuando desobedecemos su Palabra en pensamientos y acciones. Es por eso que merecemos condenación y muerte (Ro. 6:23). Pero este no es el fin de la historia.
La buena noticia es que Jesús vino a este mundo a vivir perfectamente en nuestro lugar, llevar la muerte que merecemos, y resucitar victorioso para darnos vida junto a Él (2 Co. 5:21; Ro. 6:5). Ahora, por su gracia, si somos creyentes toda su obediencia perfecta es puesta en nuestra cuenta para nuestra salvación (Ro. 5:19). También podemos buscar obedecer estos mandamientos dependiendo de Sus fuerzas, no para que Dios nos ame más, sino en respuesta al amor que nos mostró en Jesús (cp. Jn. 3:16; 15:5; Ro. 12:1-2).