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Es una buena pregunta. Me recuerda dos preguntas que se encuentran en el libro de Hechos: (1) “Al oír esto, conmovidos profundamente, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: 'Hermanos, ¿qué haremos?'” (Hch. 2:37) y (2) “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hch. 16:30). Tanto las personas conmovidas el día de Pentecostés como el carcelero de Filipos querían saber qué tenían que hacer para ser salvos.

Voy a ofrecer cuatro respuestas a la pregunta:

1. El papel del ser humano en la salvación es convertirse

Jesús dijo: “En verdad les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt. 18:3). La palabra que usó el Señor para convertirse significa 'volverse', 'dar la vuelta'. Y quien tiene que hacer eso —volverse, dar la vuelta, convertirse— es el ser humano pecador y perdido.

Hay un texto bíblico (solo uno, creo) que habla del Señor convirtiendo a una persona: “Conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios (Jeremías 31:18b, RV1960). Pero está claro que no se refiere a la conversión de una persona perdida, sino de otro tipo de conversión de una persona ya creyente (como Jeremías).

Y tenemos todos los conversos en el libro de Hechos: los de Pentecostés (Hch. 2); los samaritanos (Hch. 8); el etíope (Hch. 8); Saulo de Tarso (Hch. 9); Cornelio y su gente (Hch. 10); los de Antioquía (Hch. 11); Lidia (Hch. 16); el carcelero de Filipos y su familia (Hch. 16); algunos atenienses (Hch. 17); y algunos corintios (Hch. 18). Y en Hechos 3 tenemos la exhortación de Pedro: “Arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados…” (v. 19).

Tal vez suene más correcto decir que el que tiene que convertir a la gente es el Señor. Pero no es así como la Biblia habla de la conversión (normalmente). La exhortación de Pedro en Hechos 3:19 basta para demostrar que a través del anuncio del evangelio el Señor llama a la gente a convertirse.

2. El papel del ser humano en la salvación es arrepentirse

¿Qué es la conversión? ¿En qué consiste? Pues, consiste en dos cosas: (1) en el arrepentimiento y (2) en la fe (o la confianza en Cristo).

El significado del arrepentimiento en la Biblia es muy parecido al significado de la conversión, pero la palabra clave aquí es la palabra 'cambio'. De hecho, mi definición del arrepentimiento es: un cambio de mente, que lleva a un cambio de corazón, que lleva a un cambio de voluntad, que lleva a un cambio de vida. Por eso los reformadores insistieron en la diferencia entre el arrepentimiento y la penitencia; era posible hacer actos de penitencia, pero sin arrepentirse de verdad.

El arrepentimiento es un cambio de sentido —sí, igual que los que hay en muchas autopistas; te das cuenta de que te has equivocado de camino, sales de la autopista en el primer cambio de sentido, das la vuelta y vuelves en el sentido contrario, que es el correcto. El arrepentimiento es así; te estás alejando cada vez más del Señor, oyes o lees el mensaje del evangelio, haces un cambio de sentido, y empiezas a ir en el sentido que te dice el Señor. Sigues siendo pecador, pero tu vida ha cambiado; te has arrepentido.

3. El papel del ser humano en la salvación es creer

La fe en Cristo es la otra parte de la conversión, aparte del arrepentimiento. Si creemos de verdad en el Señor Jesucristo seremos salvos, y si no, no.

El Nuevo Testamento repite una y otra vez la idea de que la salvación es por gracia y por medio de la fe en Cristo. “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn. 3:36a); “Por medio de El, todo aquél que cree es justificado” (Hch. 13:39); “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” (Hch. 16:31); “Al que no trabaja, pero cree en Aquél que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia” (Ro. 4:5); “Por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe…” (Ef. 2:8).

Es verdad que la fe por la que somos salvos es un don de Dios. Pero también es verdad que quien tiene que creer somos nosotros; Dios nos capacita para poder creer, pero Él no cree por nosotros —nos llama a nosotros a creer.

4. El papel del ser humano en la salvación es recibirla

Lo que he dicho hasta ahora podría llevar a alguien a la conclusión —totalmente errónea— de que la salvación sea una especie de colaboración entre el Señor y nosotros. Pero la salvación no es 50% del Señor y el otro 50% de nosotros; ni siquiera es 99% del Señor y el otro 1% de nosotros. ¡La salvación es 100% del Señor! (Sal. 3:8a; Jon. 2:9b). ¿Entonces, cómo se puede hablar del papel del ser humano en la salvación sin dar una impresión equivocada?

El papel del ser humano en la salvación es recibirla: Dios la da y nosotros la recibimos.

La fe del ser humano pecador y perdido es la mano vacía del mendigo espiritual. Si un mendigo te pide una limosna y tú se la das, él tiene que extender la mano para recibirla. Pero no se felicita después, diciendo para sí: “¡Qué mano más buena tengo! ¡Esta mano mía me ha salvado la vida!”. No, él sabe que la causa de su “salvación” ha sido la generosidad de otros. Esa mano que él tantas veces ha extendido siempre ha sido una mano vacía. Pero tenía que extenderla para poder recibir todo lo que le han dado. La salvación es así. Nuestra fe no tiene más mérito que la mano vacía del mendigo. Todo el mérito de nuestra salvación lo tiene el Señor.

¡La salvación es del Señor!

El papel del ser humano en la salvación es: (1) convertirse; (2) arrepentirse; (3) creer; y: (4) recibirla. Si no nos convertimos, etc., no seremos salvos. Si lo hacemos, ¡seremos salvos, y tendremos muy claro que nuestra salvación ha sido 100% del Señor!

Imagen: Lightstock
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