Es posible que al escuchar la frase “compras compulsivas” pienses en la imagen que nos han presentado las películas de Hollywood: tarjetas de crédito al límite, un clóset repleto de ropa, una colección de zapatos de todos los colores y estilos, y un deseo insaciable de tenerlo todo.
Pero también es posible que, al ver esas escenas, jamás te hayas considerado una compradora compulsiva porque tu tarjeta de crédito aún no está al límite, las puertas de tu clóset aún pueden cerrarse, y no estás ni cerca de tener la colección de zapatos de tus sueños. Al fin y al cabo, no compras tanto como para creer que has caído en esto, ¿o sí?
“¿Soy una compradora compulsiva?”
Las compras compulsivas han sido catalogadas como un trastorno relacionado con la ansiedad, tristeza, soledad, y frustración.[1] En otras palabras, las compras descontroladas son la única medicina que algunas personas encuentran, aunque temporal, para sus corazones abatidos.
Un comprador compulsivo no es necesariamente alguien que compra cosas todos los días, y tampoco es alguien que tiene dinero de sobra para comprar. Aunque sí hay casos que entran bajo esta descripción, también es importante reconocer que hay compradores compulsivos que no adquieren cosas todos los días y cuyos recursos son muy limitados.
Según sugieren algunos doctores y expertos, este trastorno se desarrolla a través de dos mecanismos: el hábito inapropiado a base de repetir un acto que resulta agradable y luego se convierte en compulsivo; y la evasión, como una manera inapropiada de hacerle frente a los problemas personales.[2]
Las compras descontroladas son la única medicina que algunas personas encuentran, aunque temporal, para sus corazones abatidos
A todo esto debemos añadir el impulso o la invitación constante que nos hace el mundo para gastar nuestro dinero. Vivimos en medio de una cultura consumista que nos seduce en cada época del año –particularmente en la Navidad– y por todos los medios posibles, para comprar hasta lo que no necesitamos, yendo más allá de nuestras capacidades. Así que, entre las ofertas de descuentos especiales y las “facilidades” de una tarjeta de crédito, convertirnos en compradores compulsivos no se ve tan lejano o imposible.
La Biblia nos enseña que el problema del hombre está en su corazón (Gn 6:5; Mt 15:18-19), y que la respuesta que el mundo nos ofrece siempre será insuficiente, superficial, temporal, y mortal (Pr 16:25; Mt 7:13-14; Ro 6:16). Por lo tanto, sea por un mal hábito, por evasión o por tentación, la raíz del problema no está en las compras, sino en el corazón.
Como explica el pastor Héctor Salcedo, las dificultades financieras tienen –en su mayoría– un origen que responde a un desvío del carácter, y este mismo principio se aplica aquí. Aunque nos cueste aceptarlo, todos nosotros tenemos una sutil pero fuerte inclinación a la avaricia, esto es, a la acumulación de posesiones materiales que evidencia nuestra comprensión errada de que la abundancia de bienes produce plenitud de vida.
No pretendo ofrecerte un examen exhaustivo que te indique si eres un comprador compulsivo o no, pero espero que estas preguntas te puedan ayudar a revisar tu corazón, con la ayuda del Espíritu Santo, y reconocer si ya eres o estás empezando a convertirte en un comprador o compradora compulsiva.
- ¿Con qué frecuencia haces compras excesivas o innecesarias?
- ¿Qué es lo que te motiva a comprar más cosas?
- ¿La idea de comprar cosas ocupa tu mente con mucha frecuencia, al punto de distraerte de tus tareas y responsabilidades regulares?
- ¿Las compras que haces exceden tu presupuesto personal o familiar?
- ¿Te has encontrado comprando a escondidas?
- ¿Estás comprando por deseo y placer personal, o por una necesidad particular?
- ¿Las compras están causando conflicto en tu matrimonio o familia?
- ¿Cuántas de tus compras son realmente útiles, y cuántas se quedan sin un uso real o frecuente en casa?
- ¿Cómo te sientes después de haber hecho las compras?
- ¿Has luchado con sentimientos de culpabilidad o frustración?
Cómo guardar tu corazón de las compras compulsivas
Si alguna de las preguntas anteriores inquietó tu corazón y con la guía del Espíritu Santo has visto una tendencia o frecuencia en las compras que han terminado en volverse compulsivas, entonces permíteme compartir tres mandatos de la Palabra de Dios que te ayudarán a guardar tu corazón de esto.
1. Evita toda forma de avaricia (Lc 12:13-21)
En una ocasión, un hombre se acercó a Jesús en medio de la multitud, “y le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo». «¡Hombre!», le dijo Jesús, «¿Quién me ha puesto por juez o árbitro sobre ustedes?»” (Lc 12:13-14). Al parecer, los rabinos servían como mediadores en disputas como estas en aquellos tiempos. Y aunque no se nos ofrece mucho detalle de lo que está sucediendo entre estos dos hermanos y la razón de su petición, Jesús logra percibir algo importante que le lleva a lanzar una advertencia, no solo a este hombre, sino a toda la multitud: “Estén atentos y cuídense de toda forma de avaricia” (v. 15).
Tú y yo somos simplemente administradores de lo que Dios ha puesto en nuestras manos
La avaricia se presenta en una variedad de empaques de diferentes colores y tamaños, al punto que podrías tenerla y no darte cuenta. Las compras compulsivas, en muchos casos, tienen en su fondo la forma de la avaricia –un deseo insaciable por tener más y más, para nuestro propio deleite. Y de eso trata justamente la parábola del hombre rico que Jesús cuenta a continuación (Lc 12:16-21).
Este hombre tenía una fortuna tan grande, que su problema era la falta de espacio para almacenarla. Así que toma una decisión que a cualquiera parecería prudente y sabia: “Esto haré: derribaré mis graneros y edificaré otros más grandes, y allí almacenaré todo mi grano y mis bienes” (v. 18). Sin embargo, al observar detenidamente el texto, te darás cuenta del verdadero problema: mis graneros… mi grano… mis bienes… mi alma… descansa, come, bebe, diviértete.
El único interés de este hombre era su propio bienestar y disfrute de la vida, olvidando así la verdad bíblica que nos recuerda que tú y yo somos simplemente administradores de lo que Dios ha puesto en nuestras manos. La fortuna que este hombre tenía, y todo lo que tú tienes, no es únicamente para tu propio disfrute sino también para el de los demás.
Desde esta perspectiva, las compras compulsivas en muchos casos (si no es que en todos los casos) son manifestaciones de avaricia: un deseo de saciar mi propia necesidad e interés, y no un anhelo por administrar bien lo que Dios me ha dado para el disfrute y bendición de mi prójimo.
¿Has visto rastros de avaricia en tu vida? Pídele al Señor que te revele este pecado, y estemos atentos para guardar nuestros corazones de tal avaricia corrosiva.
2. ¡No te preocupes! (Lc 12:22-30)
Las compras compulsivas no solo revelan la avaricia, sino también la ansiedad de nuestro corazón. Al inicio mencioné que doctores y especialistas catalogan las compras compulsivas como un trastorno que tiene que ver directamente con el manejo de la ansiedad, pues este estado del corazón los impulsa a buscar satisfacción y alivio a sus necesidades en cosas materiales como las compras descontroladas, la comida sin medida, las drogas, y muchas cosas más.
Luego de compartir la parábola del rico insensato, Jesús nos advierte precisamente sobre la ansiedad y establece un contraste notable entre ambas escenas. En el primer ejemplo, la preocupación del hombre es que tiene demasiadas riquezas y no tiene dónde almacenarla. Mientras que en el segundo caso, la preocupación se reduce a las cosas básicas de la vida: la comida y el vestido (v. 22).
El mejor y único remedio efectivo para la ansiedad es reconocer y descansar en el cuidado soberano del Dios todopoderoso
La exhortación es la misma para ambas situaciones. Ya sea que tengas demasiado o que no tengas lo suficiente, ¡confía en Dios! El mejor y único remedio efectivo para la ansiedad es reconocer y descansar en el cuidado soberano del Dios todopoderoso.
Si la ansiedad te ataca o si viene a tu mente un falso sentido de preocupación piadosa que te llama a comprar lo que no necesitas, ¡mira a Cristo! Si Él tiene cuidado de las aves, ¿cuánto más no cuidará de ti? El antídoto para la ansiedad y la preocupación es la fe (v. 28).
3. ¡Busca Su reino y haz tesoros en el cielo! (Lc 12:31-34)
En lugar de hacer compras compulsivas para saciar nuestros propios deleites, el Señor hoy nos llama a invertir toda nuestra vida en la búsqueda de algo supremamente mayor: su reino (v. 31). Nuestra atención, esfuerzo, e interés no debe estar en suplir nuestras propias necesidades, sino más bien en buscar el reino de Dios, pues Él prometió ocuparse de nuestro cuidado.
Aunque suene absurdo e ilógico, ¡esta es la maravillosa promesa de Dios! “No temas, rebaño pequeño, porque el Padre de ustedes ha decidido darles el reino” (v. 32). Esta imagen del rebaño nos recuerda que Jesús es el buen Pastor, y nosotros las ovejas de su prado. Esta es nuestra identidad: somos Suyos y Él ya nos ha dado todo. Nuestra identidad no está en lo que tenemos o en lo que deseamos: no somos lo que usamos, lo que poseemos, ni lo que nos aplicamos en el rostro antes de dormir. Sin merecerlo, Cristo nos ha hecho suyos y eso es suficiente.
Así que la próxima vez que venga a tu corazón un deseo o necesidad de salir a comprar de manera descontrolada aquello que no necesitas, haz una pausa, deja de pensar en cómo satisfacer tu propia necesidad, o en cómo esta compra te daría un sentido de alivio, aprobación o pertenencia, y recuerda a quien perteneces. Enfócate en buscar el reino de Dios.
De hecho, el versículo 33 nos presenta una exhortación que a muchos parecería descabellada: “Vendan sus posesiones y den limosnas”. En lugar de pensar en adquirir más cosas, ¡piensa en venderlas para compartir con el necesitado! El énfasis aquí está en cuán desapegados deben ser los discípulos con respecto al mundo, pues sirven al reino de Dios. La virtud no está en renunciar a las posesiones, sino en ser generoso con los recursos.
Cuando te sientas tentado a comprar de manera descontrolada, piensa en el reino de Dios y en cómo puedes usar tus recursos para bendecir a otros
Esto debe recordarnos que todo lo que tenemos lo hemos recibido por gracia, y no es para nuestros propósitos o simple deleite personal. Lo que tenemos hoy es para el bien de otros y para la gloria de Dios, pues Él nos cuida, somos suyos, y nuestra confianza y deleite están en Él.
Cuando te sientas tentado a comprar de manera descontrolada, piensa en el reino de Dios y en cómo puedes usar tus recursos para bendecir a otros. ¿Has considerado que, en lugar de intercambiar numerosos regalos con tu familia, pueden recolectar lo que gastarían de más y donarlo a algún ministerio u organización que proclama el reino de Dios y cuida del más necesitado? ¿Has considerado compartir lo que tienes con alguna familia extranjera que hoy vive lejos de los suyos? ¿Has considerado si eso que quieres comprar promueve en alguna manera el reino de Dios?
La próxima vez que te encuentres a un clic de comprar, o a punto de pagar en la caja de la tienda, detente y asegúrate de estarlo haciendo en respuesta de obediencia, fe, y adoración a Aquel que ya nos adoptó y nos ha dado todo lo que necesitamos en Cristo.