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La cultura está en todas partes. Úsala para apuntar a Cristo.

Como peces en el agua, estamos inmersos en la cultura de maneras que no percibimos. Los cristianos hablan de la cultura como algo «allá afuera» en el mundo que influye en nuestra forma de pensar, o quizás como una sociedad que nos desprecia a nosotros y a nuestra fe. Según esta forma de pensar, la cultura es un concepto abstracto que deberíamos mantener a distancia.

Pero la cultura es más que algo «allá afuera» con lo que podemos interactuar, resistir o de lo que podemos alejarnos. Es mucho más concreta. La cultura está también «aquí dentro»; es una forma compartida de dar sentido a la vida en nuestras comunidades, familias e incluso en nuestros propios pensamientos y deseos. Si pensamos en ella solo como las tendencias dominantes de la cultura pop o como obras de arte elevadas, podríamos pasar por alto que cada momento de nuestras vidas es cultural.

La cultura se compone de las formas y los productos de las criaturas en la creación. Incluye no solo el fruto de la creatividad humana, como películas, libros y tazas de café, sino también patrones y hábitos de vida, como la tarea escolar, los días festivos, los traslados matutinos y las selfis. En todos los aspectos de nuestras vidas, todo es cultural. Los cristianos no podemos elegir si interactuar o no con la cultura, sino solo cómo hacerlo.

La cultura es inevitable e importa

Supongamos que nuestro marco predeterminado para entender la cultura es el contenido que vemos en la televisión o las redes sociales. Es probable que abordemos la participación cultural cristiana imitando esos medios, infundiéndoles un mensaje del evangelio y buscando la aprobación popular. Pero Cristo no nos llama a la popularidad. Desearla desvía a los cristianos del camino correcto. Además, ese marco para entender la cultura es erróneo.

En cambio, deberíamos imaginar la cultura como un lenguaje que todos hablamos. Es comunicación. Constantemente recibimos la cultura y somos formados por ella. Cada libro, canción, cena y hábito puede convertirse en un canal de bendición para el mundo. Cada uno ofrece una oportunidad para testificar de la esperanza de Jesús.

La cultura es una parte siempre presente de nuestras vidas porque Dios creó a la humanidad a Su imagen, para gobernar Su mundo como un reflejo de Su semejanza (Gn 1:26-27). A diferencia de Dios, nosotros no creamos de la nada. Pero, al igual que Dios, podemos traer orden al caos. Eso es parte de lo que significa ser creados a la imagen de Dios: crear cultura.

La cultura es una forma de vivir

Desde el principio, Dios dio a la humanidad un mandato cultural (vv. 27-28). Puesto que dio este mandamiento, sabemos que tenemos la capacidad de cumplirlo. Podemos usar la razón creativa y la voluntad para crear lo que deseamos. Pero nuestro deseo nos presenta una elección: seguir los caminos de Dios y reflejar bien Su imagen o seguir nuestro propio camino en desobediencia.

No podemos escapar de la cultura; la cultura es cómo vivimos y lo que creamos. Nos moldea al mismo tiempo que la moldeamos

Las Escrituras capturan esta dinámica como la elección entre el camino de la sabiduría y el camino de la insensatez (ver Pr 9). Un camino conduce a la vida y al florecimiento, mientras que el otro conduce a la muerte. La cultura es una forma de vivir.

Somos llamados a vivir según el camino de Cristo. Ese camino sabio nos guía al amor por Dios y a nuestro prójimo en todo tiempo, lugar y actividad. Cuando vivimos de una manera piadosa, damos forma al mundo para que refleje lo que es objetivamente verdadero, bueno y hermoso. Podemos ver este camino en padres que permanecen fieles a sus esposas y son pacientes con sus hijos, y en dueños de cafeterías que sirven bebidas excelentes a un precio justo con corazones alegres. Estas formas de vivir hacen que el camino de Cristo sea conocido en la tierra.

Cuando vivimos neciamente, nos alejamos a nosotros mismos y a otros del diseño de Dios para el mundo. Esto se asemeja más a la espiral de pecado descrita en Gn 3-6. Vemos esta forma imprudente en los patrones de pecado que caracterizan al pueblo de Dios a lo largo de la narrativa bíblica. Podemos ver este camino de insensatez en los asesinatos, fraudes y tragedias que llenan los titulares cada día. Esa forma de vida mal dirigida distorsiona la bondad de la creación, lo que conduce a la insatisfacción en esta vida y a la miseria en la siguiente.

La cultura no es el objetivo

Sin embargo, debemos recordar que la cultura no es el propósito de la existencia humana; es una herramienta para la gloria de Dios. El gran propósito de Dios en la historia es señalar a las personas al Único que es el camino (Jn 14:6) y, a través de esto, ser conocido y amado por aquellos a quienes ha redimido. Al andar en el camino de Cristo, damos forma al mundo que habitamos nosotros y nuestros vecinos. Si andamos sabiamente, creamos una cultura que señala a las personas hacia Cristo.

Canciones y catecismos, la caridad hacia los pobres y la oración silenciosa: todas estas son realidades culturales. Incluso la Cena del Señor requiere cultura humana: no consumimos elementos crudos de la tierra, sino uvas transformadas en vino y trigo transformado en pan. Dios ordena estos actos creativos.

Objetos cotidianos como pinturas y bicicletas, oficinas de correos y sartenes, guantes de béisbol y guitarras pueden usarse para dirigir nuestra mente, corazón y acciones a amar a Dios y a nuestro prójimo. También pueden alejarnos de Dios y de Sus caminos. Por lo tanto, el enfoque nunca ha sido las cosas en sí mismas, sino Aquel a quien señalan.

La vida cristiana es más que simplemente tratar de evitar participar en la cultura pecaminosa. Se trata de vivir de acuerdo con el plan superior de Dios. No podemos escapar de la cultura; la cultura es cómo vivimos y lo que creamos. Nos moldea al mismo tiempo que la moldeamos. La vocación de un cristiano es crear una cultura que revele la realidad de la vida, muerte y resurrección de Cristo al mundo que nos rodea.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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