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En esta época mediática e impulsada por el entretenimiento, no hay escasez de cosas para ver. Las opciones son abrumadoras: cientos de canales de televisión, millones de contenidos en streaming, toda la historia del cine y de la televisión en la nube, esperando ser vista. La sola abundancia hace que la pregunta «¿debería ver esto?» sea a la vez urgente y abrumadora. Sin embargo, para el espectador cristiano, la pregunta también implica consideraciones morales y espirituales. ¿Cómo podría esto que veo moldear mi mente y mi corazón de forma negativa, insertando imágenes explícitas o ideas tóxicas en mi conciencia de forma difícil de borrar? 

Algunos dirán que estas preguntas son anticuadas. Yo las considero esenciales. ¿Hay problemas con el enfoque legalista que sostiene que la mayoría del entretenimiento es malo? Por supuesto. Pero la peor manera de responder al legalismo es irse al otro extremo, sugiriendo con ingenuidad que todo es «redimible» y que nada está fuera de los límites del espectador cristiano sabio. Este enfoque libertino es tan insensato e inmaduro como el legalista. 

La verdad es que el cine y la televisión son populares porque tienen una fuerza narrativa y visceral única. Tienen un poder significativo para moldear la opinión pública y la moralidad personal. Entre otras cosas, cuanto más vemos determinados comportamientos, palabras y cosmovisiones en las pantallas, más cercanos y aceptables nos resultan. La naturaleza inmersiva de las narrativas de imágenes en movimiento significa que tienen un gran potencial para evocar empatía, que es la mayor fortaleza del medio. Pero la otra cara de la moneda es su incomparable capacidad para introducir sus imágenes e ideas en lo más profundo de nuestro ser, para bien o para mal.

La peor manera de responder al legalismo es irse al otro extremo, sugiriendo con ingenuidad que todo es «redimible» y que nada está fuera de los límites

«¿Debería ver esto?» es entonces una pregunta válida y madura para el espectador cristiano. Pero también es una pregunta que no tiene una respuesta fácil y única. Creo que la mejor manera de procesar la pregunta es plantearse una serie de otras preguntas. Estas son algunas para considerar.

1. ¿Qué te lleva a hacer la pregunta?

Si te estás planteando esta pregunta sobre una posible película o serie de televisión, lo más probable es que algo ya te esté haciendo dudar. Tal vez has investigado el contenido y te has enterado de que contiene desnudos, sexo o algún otro contenido problemático. Tal vez una parte de tu conciencia te inquieta respecto a la posibilidad de verlo.

Presta atención a lo que te hace dudar. Es prudente, no mojigato, preocuparse por estas cosas. Si te debates si es sensato ver algo, erra del lado del «no» a menos o hasta que tengas una razón de peso para decir «sí». 

2. ¿Cuál es el mejor argumento para verlo?

Lo que hace que esta pregunta sea difícil es que con frecuencia se dan muchas razones por las que deberíamos ver algo, aunque tenga algún contenido peligroso. Los amigos y la familia lo recomiendan. A los críticos les encanta. Todo el mundo habla de ello. Es de un director que admiras. Es artísticamente bella. Espiritualmente profunda. Estás en un grupo y nadie tiene problemas con ella. La lista podría continuar.

Considera los argumentos para verlo. ¿Son convincentes? Si no es así, tu respuesta debe seguir siendo «no», y no debes avergonzarte por ello. Sigue tu conciencia. Si los argumentos del «sí» son convincentes, hazte la siguiente pregunta.

3. ¿Quién presenta el argumento convincente?

Presta atención de quién vienen las recomendaciones que escuchas. ¿Comparten tus valores, o al menos los respetan? ¿O son libertinos que hacen y miran cualquier cosa, sin importar lo transgresora, pornográfica o mundana que sea? Si las únicas personas que te dan buenas razones para verlo se inclinan hacia esta última categoría, probablemente me quedaría con el «no». La verdad es que hay muchas películas, series y documentales artísticamente geniales e interesantes que no atentarán contra tu conciencia. Ahora más que nunca, de hecho. Especialmente en la era del streaming. «No hay otra cosa buena que ver» nunca debería ser una excusa para ver algo dudoso.

Pero ¿qué pasa si las personas que lo recomiendan son sabias, dignas de confianza y sensatas, que comparten tu orientación moral y tu cautela? ¿Qué pasa si realmente no hay nada en el mercado que contenga un mensaje tan poderoso y difundido con tanta eficacia como esta serie o película? En ese caso, me haría la siguiente pregunta.

4. ¿Qué haría Jesús?

Por cursi que suene, este eslogan de brazalete es en realidad un principio básico del discipulado cristiano. Después de todo, se nos llama a «ser imitadores de Dios» (Ef 5:1). Ser cristiano es seguir a Cristo, ser conformado a Su imagen (Ro 8:29). ¿Por qué no deberíamos reflexionar seriamente sobre «qué haría Jesús» en los momentos en que tomamos una decisión relacionada con el entretenimiento? Obviamente, Jesús no tenía Netflix y nunca fue al cine, pero escuchaba a las personas y empatizaba con ellas, algo parecido a lo que hacemos nosotros cuando vemos una película o un programa de televisión. En este sentido, la pregunta «¿Qué haría Jesús?» no es necesariamente simple. No deberíamos pensar que es obvio que Jesús evitaría siempre cualquier cosa clasificada «R» o cruda. Al fin y al cabo, se acercó, no se alejó, de muchas personas clasificadas como despiadadas o «R», de maneras que escandalizaban a los legalistas de su tiempo. Por otro lado, Jesús llamó a sus seguidores a la santidad (Mt 5:48), equiparó la lujuria con el adulterio (Mt 5:27-28) y aconsejó vigilancia ante la tentación, dada la debilidad de nuestra carne (Mt 26:41).

Como suele ser el caso, «Jesús» puede ser invocado para defender cualquier posición que se quiera defender. Por eso es mejor explorar la pregunta «¿Qué haría Jesús?» en una comunidad cristiana, con los puntos de vista de otros seguidores de Jesús que se toman en serio tanto el arte como la santidad. 

5. ¿Qué dice tu comunidad cristiana?

Recurrir a la sabiduría de tu comunidad cristiana para responder a la pregunta «¿debería ver esto?», o a cualquier otra pregunta, es siempre una buena idea. Dejados a nuestras propias deliberaciones, puede ser fácil justificar casi cualquier decisión. Es por eso que es sabio procesar estas cosas con otros creyentes maduros y aprender a ver estas decisiones como algo que tiene consecuencias más allá del individuo. «¿A quién le importa si veo Juego de Tronos (solo uno de muchos ejemplos) en la intimidad de mi habitación?», podría decir uno. «No me afecta el contenido explícito de esta serie». Bueno, incluso si eso es cierto (y no estoy seguro de que lo sea, pues rara vez no nos afecta lo que vemos), ¿qué pasa si esa serie no está bien para otros en tu comunidad cristiana o en tu familia? ¿No es revelador ser el único cristiano en el lugar que presiona para que se acepte algo? ¿Qué comunica tu decisión de verlo, a pesar de las reservas de los demás? Pablo parece indicar que en asuntos en los que los cristianos tienen diferentes tolerancias o debilidades, a veces es mejor abstenerse de algo que podría estar bien, por el bien de la comunidad (Ro 14:21). El objetivo es que «procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua» (v. 19).


¿Hay espacio para que los cristianos fieles lleguen a diferentes conclusiones sobre lo que es aceptable ver? Creo que sí. El objetivo de este artículo no es dar respuestas definitivas sobre determinados programas o películas, sino más bien sugerir un marco a través del cual puedas procesar reflexivamente la cuestión, de preferencia con otras personas que también busquen la santidad y la fidelidad cristiana. 

Algunos dirán que estas preguntas son exageradas y le quitan la gracia al entretenimiento. «¿No podemos limitarnos a ver The Bachelor o una película cualquiera de Netflix sin pensar demasiado en ello?». ¿No se corre el riesgo de pensar demasiado en estas cosas? Podría escribir un artículo completo sobre estas preguntas, pero por ahora terminaré diciendo esto: Sí, existe el riesgo de pensar demasiado nuestras opciones de entretenimiento. Pero el mayor riesgo, para el estado de nuestras almas y nuestro testimonio en el mundo, es no pensar en ello lo suficiente. 


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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