Mi hija se deleita en recordarme que cuando era una niña y no quería comer, yo a veces la obligaba a cenar lo que se había negado a comer a mediodía. Ahora, viendo que ella regaña a sus hijas si se atreven a ser caprichosas con la comida, ¡sonrío cuando eso pasa!
Como hijas del Señor, hemos de confesar que en ocasiones, incluso por temporadas, no tenemos hambre por nuestra comida espiritual, la Palabra de Dios. Cuando esto ocurre, ¿debemos sentir una obligación a “comer”, o sea, leer y digerir la Biblia?
A lo mejor nos ayuda en primer lugar considerar el porqué de nuestra falta de apetito en cuanto a la lectura de la Biblia.
Razones para nuestra falta de apetito por la Biblia
En primer lugar, ¡quizás no entendamos lo mucho que necesitamos leer la Biblia! Un niño pequeño ignora los hechos: si no come, no crecerá, sus órganos se deteriorarán y, si pierde el apetito por completo y deja de comer, podría morirse.
Jeremías confesó a Dios: “Cuando se presentaban tus palabras, yo las comía” (Jer. 15:16). Este “grande” de la fe se alimentaba de la Palabra del Señor porque sabía que, sin ella, no hay vida espiritual. Y nuestro Salvador, como hombre, se nutría de la Palabra durante su vida y ministerio. Pero a veces nosotras parecemos pensar que no nos pasará nada si no nos alimentamos de la Biblia, sin darnos cuenta de que estamos privándonos de las fuerzas vitales que nos mantienen espiritualmente sanas, con vigor y vida.
Nos conviene ver la gravedad de no nutrirnos de la Palabra. Si dejamos de saciar nuestras almas con este Pan de Vida, que no nos sorprenda cuando nos quedamos débiles y apáticas espiritualmente. Estaremos desnutridas y se notará. “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, nos recuerda Jesús (Mt. 4:4). Sí, ¡oblígate a leer la Biblia, hermana, aunque no tengas ganas!
En segundo lugar, a lo mejor estás sin apetito por la lectura bíblica debido a una enfermedad, el cansancio físico, una depresión, o una temporada de debilidad. En ese caso, recuerda: a los niños no los obligamos a comer grandes cantidades cuando están enfermitos, pero ¡algo tienen que comer! Si no, su estado empeora.
El deseo de leer la Biblia aumenta cuando trabajamos para conocerla en serio
Hay temporadas en las cuales podrás alimentarte de la Biblia solo a cucharadas, y con algo de ayuda (devocionales ya preparados, escuchando la Biblia en audio, o consumiendo una cantidad más pequeña de lo que normalmente podrías digerir). Pero hermana, no te prives del todo de nutrirte de las palabras que te recordarán quién es el Señor soberano que te acompaña. Te hablarán de tu Salvador compasivo y poderoso, y te traerán la ayuda precisa de parte del Espíritu Santo.
En tercer lugar, ¿No tienes ganas de leer la Biblia por verla como aburrida, y su lectura como una rutina legalista? “¡Oh, no! ¿Otra vez a comer? ¿Otra vez lentejas?”, se quejan los niños. ¿Te quejas en tu espíritu ante la Palabra del Señor? ¿No te sientes identificada con Jeremías cuando exclamó: “Cuando se presentaban Tus palabras, yo las comía; tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón, porque se me llamaba por Tu nombre, oh Señor, Dios de los ejércitos (Jer. 15:16)”? ¿Si no quieres “comer las palabras”, será porque te has olvidado de las últimas palabras del texto que citamos? “Porque se me llamaba por Tu nombre, oh Señor, Dios de los ejércitos”.
Jeremías se sentía privilegiado de ser un siervo del Señor, de saberse incluido, asombrosamente, en el plan de Dios que un día traería al Mesías. ¡Oh, qué regalo es estar segura de que Dios ha puesto Su nombre sobre mí en Cristo, y que en las dulces páginas de su Libro voy a llegar a conocer más a aquel Jesús que me amó tanto que ha querido rescatarme! “Comeré” sus palabras con “el gozo y la alegría” que Jeremías experimentó, cuando recuerdo que es un privilegio indeciblemente inmenso haber entrado en una relación con este Dios por medio de la obra de Cristo. Desearé leer Sus palabras, no como una rutina legalista, sino con hambre y apetito, queriendo encontrarme con Él allí.
Leyendo la Biblia cuando tienes ganas de hacerlo
¿Cómo podemos, entonces, leer la Biblia cuando no sentimos apetito por ella? En mis momentos así, estas son algunas verdades y consejos prácticos que me ayudan:
- Si estás “sin apetito” por cualquier razón, no dejes de leer. Si realmente no puedes leer mucho, lee menos, pero ¡lee!
No dejemos que nuestra actividad, incluso en la iglesia, nos deje cansadas y sin ganas de alimentarnos en la Palabra
- El deseo de leer la Biblia aumenta cuando trabajamos para conocerla en serio, estudiándola de verdad y con diligencia, subrayando, haciendo apuntes, investigando, meditando (este es un libro que recomiendo sobre el tema). “¡No coman tan de prisa!”, avisamos a nuestros hijos. Si corremos en la lectura bíblica, sin entrar bien en el texto para entenderlo lo mejor que podamos, no sacaremos mucho provecho. Esto, a su vez, nos quita las ganas de leer más. Masticando, saboreando, apreciando cada mordisco en toda su plenitud nutritiva, intentando hacerle preguntas al texto, y encontrando las respuestas allí, así experimentaremos que la Biblia es un manjar. Unas ayudas al estudio pueden ser útiles, como los videos de Proyecto Biblia, para ver el contexto de un libro, o las guías de estudio que acompañan a algunos comentarios.
- Las rutinas son importantes para la comida física. Nos morimos sin comer, así que ponemos hora y comemos. ¿No va a ser así con la Biblia?
- ¿No lees la Biblia porque te parece demasiado rutinario? Nosotras sabemos romper la rutina de las comidas diarias. Añadimos color, cambiamos la presentación, probamos unas recetas nuevas. Quizás podrías intentar cambiar de plan de lectura o de versión.
- Los niños activos, y los chicos cansados, pasarían de la comida si les fuera permitido. Hermana, no dejemos que nuestra actividad, incluso en la iglesia, nos deje cansadas y sin ganas de alimentarnos en la Palabra.
- En tu niñez, esa persona te quería cuando te decía, “¡Come! ¡Come!”. Dios te insta: “¡Come! ¡Lee!”, porque quiere tu bien. Si hay un impulso dentro de ti diciéndote: “¡No importa que leas la Biblia!”, ¿no crees que el enemigo de tu alma estará de acuerdo con ella?
- No te conformes con “complementos dietéticos” como los devocionales de otras personas, o las predicaciones online. ¡No son unas “comidas sustitutas”!
- “¡Piensa en los niños sin comida!”, me decían cuando de niña no comía. Pues sí, recuerdo que muchos quisieran alimentarse de la Palabra, pero no tienen Biblia como yo. Soy una ingrata cuando no la leo, solamente porque “¡no tengo muchas ganas!”.
¡Que el Señor avive nuestra pasión por la Palabra y nos lleve a profundizar en ella!