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Me temo que hemos perdido de vista lo que como mujeres en verdad podríamos aprender de la vida de Débora. Esto se debe a que hemos centrado nuestra mirada en el lugar equivocado de su historia. Es evidente que nuestra atención al leer Jueces 4-5 ha estado en el hecho de que Débora era una mujer líder entre el pueblo de Israel, lo cual usamos como base para todo lo que queremos aprender y enseñar basadas en su vida.

Sin embargo, mostrarla simplemente como líder no es el propósito del libro de Jueces. El objetivo del relato es mostrar cómo el Señor reiteradamente salva a través de personas imperfectas a su pueblo que desobedece una y otra vez. El centro de la historia de Débora no es ella misma, sino nuestro Dios fiel y lo que hizo para salvar a su pueblo de Jabín —el rey de Canaán— y Sísara —el comandante de su ejército—, tal como ella misma lo reconoce en el capítulo 5, incluso usando como instrumento a una persona que normalmente no calificaría para el liderazgo: una mujer. En efecto, el hecho de que Débora fuera juez no solo era completamente inusual, sino la demostración de que el Señor desea que la gloria sea únicamente para Él.  

Así que, al acercarnos a la historia de Débora, nuestro enfoque debería estar en cómo el Señor trata a su pueblo y qué papel podemos jugar nosotras en medio de su gobierno soberano.  Eso es precisamente lo que te propongo en esta breve reflexión.

Un título y un privilegio: ser madre

La historia de Débora abarca los capítulos 4-5 del libro de Jueces (¡te invito a leerlos si aún no lo has hecho!). Allí se nos relata cómo el pueblo de Israel se había alejado del Señor y, por lo tanto, cómo Él los entregó a Jabín, rey de Canaán, para que los oprimiera durante 20 largos años. En medio de la opresión, el pueblo clama a Dios por salvación y entonces aparecen Débora y Barac.

El libro describe rápidamente a Débora: estaba casada, era profetisa y actuaba como una magistrada en medio de Israel (Jue 4:4-5). Sin embargo, el título que resume todo su accionar está en su cántico de alabanza: “Hasta que yo, Débora, me levanté, hasta que me levanté, como madre en Israel” (Jue 5:7, énfasis añadido).

Es interesante notar que Débora resalta este único título a pesar de que sabemos que hay más acerca de ella. Cuando Israel estuvo en problemas, Dios levantó a una mujer que era como una madre, una dadora y cuidadora de vida. Por supuesto, este hecho es una muestra del corazón de Dios para con nosotros. En Isaías, podemos ver cómo el amor del Señor se asemeja al de una madre (49:15; 66:10-14). En esos pasajes, Dios muestra un profundo afecto que nutre, consuela, protege y mima. Por lo tanto, podríamos decir que, al ser “madre en Israel”, Débora estaba reflejando lo que Dios mismo declara que Él es para su pueblo.

Esto es un privilegio. Si el Señor usó de manera inusual a una mujer para traer salvación a su pueblo, no lo haría violando el diseño que tenía para ella, sino empleándolo para que ella, como imagen de Él, pudiera reflejar su gloria.

Somos madres por diseño

Sí. Dios estableció un diseño para la mujer. Nos hizo ayuda idónea para el varón (Gn 2:18), pero también nos dio la capacidad de ser madres, de dar vida. Así lo reconoció Adán al dar el nombre “Eva” a su esposa, que significa “madre de todos los vivientes” (Gn 3:20). Pero dar vida implica mucho más que concebir hijos en nuestro vientre. El Señor declara que la estéril también puede ser madre de hijos, recordándonos que hay una maternidad que no es física, sino espiritual (Is 54:1). El apóstol Pablo le enseña a Tito cómo puede lucir esto dentro de la iglesia (Tit 2).

Así que no es casualidad que Débora actuara como una madre en esta historia de salvación. Dios estableció una mujer para que, según su diseño, fuera de bendición para Israel y de esta manera reflejara la gloria del Señor.

Tú y yo estamos llamadas a desempeñar un papel en la gran historia de la salvación, pero este papel siempre tendrá que ver con nuestro diseño

Como Débora, tú y yo estamos llamadas a desempeñar un papel en la gran historia de la salvación, pero este papel siempre tendrá que ver con nuestro diseño. La gloria del Señor es revelada en la medida en que nos sometemos a ese diseño y lo ponemos al servicio de la iglesia. La iglesia es beneficiada, nutrida y protegida en la medida en que nosotras respondemos positivamente al llamado que Dios nos ha hecho.

Lo que implicó la maternidad de Débora

La maternidad de Débora también tiene implicaciones para nosotras. Si hacemos un repaso, podemos observar que Débora:

  • Tenía palabras de sabiduría para quienes le consultaban (Jue 4:5)
  • Declaraba los mandatos del Señor a sus hermanos (Jue 4:6)
  • Acompañaba a sus hermanos en sus debilidades (Jue 4:8-9)
  • Hablaba la verdad en amor (Jue 4:9)
  • Animaba a través de la Palabra (Jue 4:14)
  • Dirigía la mirada de sus hermanos hacia la alabanza al Señor (Jue 5:2-3)
  • Se levantaba para trabajar por el Señor (Jue 5:12)
  • Reconocía el esfuerzo de sus hermanos (Jue 5:24)
  • Deseaba el crecimiento y bienestar del pueblo de Dios (Jue 5:31)

¡Y todo esto es lo que el Señor hace por nosotros también! ¡Aleluya!

La iglesia también necesita madres

La iglesia necesita mujeres de fe como Débora, que se levanten para ser instrumento del Señor en medio de su pueblo para traer vida. Dios es un Dios que nutre, consuela, anima y protege a su pueblo y quiere que, como mujeres, pongamos nuestras vidas a su disposición para lograr esos propósitos.

La iglesia necesita mujeres de fe como Débora, que se levanten para ser instrumento del Señor en medio de su pueblo

¿Estarás dispuesta a presentar tu cuerpo en sacrificio vivo? ¿Estarás dispuesta a invertir en la vida de tus hermanos y hermanas, de tal manera que puedan ser edificados a través del ejercicio de tu maternidad? ¿Estarás dispuesta a dar vida a otros dentro de tu iglesia local para que juntos crezcamos en el conocimiento de la verdad y podamos andar como es digno del Señor?

Mi hermana, permíteme terminar animándote con estas palabras: “El amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que si Uno murió por todos, y por consiguiente, todos murieron. Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5:14-15). Amén.

 

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