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Pero el testimonio que Yo tengo es mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, las mismas obras que Yo hago, dan testimonio de Mí, de que el Padre me ha enviado. El Padre que me envió, Él ha dado testimonio de Mí. Pero ustedes no han oído jamás Su voz ni han visto Su apariencia. Y Su palabra no la tienen morando en ustedes, porque no creen en Aquel que Él envió. Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí! (Jn 5:36-39).

En este texto, Jesús presenta a quienes nos dan testimonio de Su autoridad. Anteriormente, el apóstol Juan afirma en su Evangelio que Cristo es Dios y, luego, Juan el Bautista afirma que Cristo es el Cordero de Dios.

Cristo menciona otros testigos que dan evidencia acerca de Su persona en este pasaje. Él dice que Sus obras dan testimonio de Él (v. 36). Luego, indica que la voz del Padre da testimonio de Él (vv. 37-38) y, al final, nos enseña que las mismas Escrituras dan testimonio de Él (v. 39).

Es decir, menciona las obras (milagros) que ha hecho, pero también la voz del Padre que vino del cielo diciendo «este es mi Hijo amado». Por último, el Antiguo Testamento y los profetas que anunciaban y anticipaban a Cristo. 

Tres voces nos hablan y nos confirman la autoridad del Hijo de Dios: la voz de los milagros, la voz del cielo y la voz de las Escrituras. Prestemos atención porque el mensaje es claro. Tres voces que se unen como un coro para proclamar la canción del Hijo. Un canto que confirma que Él es Dios hecho carne.

Tenemos tres evidencias para ver: La evidencia de los milagros, la evidencia del Padre hablando desde el cielo y la evidencia de las antiguas profecías. No cerremos los ojos ante tantas pruebas irrefutables ni tapemos nuestros oídos ante tan clara melodía. Todos ellos testifican de Cristo y dan evidencia de Su autoridad y poderío.

Nuestra fe está sostenida por algo sólido y objetivo. La fe cristiana está arraigada en el hecho histórico de una persona real que caminó en Palestina y cumplió todas las cosas que los profetas anunciaron acerca de Él. Nuestra esperanza no es una mera ilusión. Es una verdad objetiva.

¡Qué precioso este pasaje! Es completo y enriquecedor de tal modo que nos sirve para darnos certeza y confianza de Su persona. Cristo es Dios. ¡Bendito Salvador!

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