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Seguro lo has experimentado. Ese sentimiento en medio del dolor que nos dice que Dios nos ha olvidado y que de alguna manera no le importa nuestro sufrimiento.

En ocasiones llega y sabemos cómo confrontarlo con la verdad, pero hay momentos en los que nuestra fe flaquea y terminamos dejándonos llevar por este sentir equivocado que inunda nuestra mente y corazón. «Silenciamos» la voz de Dios y subimos el volumen de nuestros miedos.

En el Evangelio de Marcos encontramos un relato, bastante conocido, en el que los discípulos de Jesús experimentan este sentimiento. La respuesta de Jesús es reveladora.

¿No le importa realmente?

Jesús había estado enseñando y sirviendo a otros todo el día junto al mar. Al llegar la tarde, Él y Sus discípulos dejaron a la multitud en la orilla y subieron a una barca para pasar al otro lado del mar. Pero a la mitad del camino se desató una gran tormenta. Las fuertes olas se estrellaban contra la barca, hasta el punto que se llenó de agua y los discípulos se atemorizaron sin saber qué hacer (Mr 4:35-37).

Mientras se desencadenaba esta gran tempestad, Jesús se encontraba en la popa del barco durmiendo sobre una almohadilla. Lo más probable es que estuviera físicamente agotado, luego de varios días llenos de acción.

En lugar de sucumbir ante nuestros sentimientos, necesitamos recordar a nuestro corazón la verdad de quién es Jesús

Los discípulos desesperados y llenos de temor despertaron a Jesús y le reclamaron: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). Jesús se levantó, calmó la tormenta y «les dijo: “¿Por qué están atemorizados? ¿Cómo no tienen fe?”. Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: “¿Quién, pues, es Este que aun el viento y el mar le obedecen?”» (vv. 40-41).

Los discípulos estaban en una situación que no podían controlar y que les parecía demasiado grande. Esto les generó un profundo temor, al punto que cuestionaron el corazón de Jesús hacia ellos.

Ahora, el problema de los discípulos no fue que acudieran a Jesús en busca de ayuda, sino lo que había en sus corazones. Los discípulos pensaban que a Jesús no le importaba la situación o que no tenía cuidado de ellos. Pero Jesús no solo calmó la tormenta, sino que también les habló al corazón para que consideraran cómo era que no tenían fe.

¿Será que nosotros no tenemos fe?

Al igual que los discípulos, nosotros también podemos caer en la tentación de dudar del corazón compasivo de nuestro Señor hacia nosotros, pero la Palabra nos llama a caminar en fe.

Podemos caer en la tentación de dudar del corazón compasivo de nuestro Señor hacia nosotros, pero la Palabra nos llama a caminar en fe

Ellos habían preferido creerle a su miedo en lugar de al Señor. Ellos tenían tiempo caminando con Jesús, habían escuchado Sus enseñanzas (Mr 1:22), habían visto Su poder (vv. 25-27) y, más importante aún, habían visto de primera mano la compasión de Su corazón hacia los demás (v. 41). Sin embargo, en medio de la tempestad, de su cansancio y de una circunstancia difícil, parecía que habían olvidado todo esto. Olvidaron quién era Aquel que los acompañaba en la barca.

En ocasiones nuestros sufrimientos pueden verse demasiado grandes, podemos sentir que nuestra barca se hunde y que Jesús sigue durmiendo, pero en lugar de sucumbir ante nuestros sentimientos, necesitamos recordar a nuestro corazón la verdad de quién es Jesús.

Arraigados en la fe

Por tanto, animados siempre y sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor. (Porque por fe andamos, no por vista) (2 Co 5:6-7).

En medio de las circunstancias difíciles, cuando el temor nos arropa, que no falte nuestra fe. No la fe humana que busca calmarse diciendo que las cosas van a salir como queremos. No la fe en que tarde o temprano nuestros sufrimientos van a terminar en esta vida. No la fe en que Dios nos dará exactamente lo que le estamos pidiendo. Sino la fe en la persona de Jesús.

Él es Aquel a quien aún el viento y el mar le obedecen (Mr 4:41).

Él es quien ha prometido que jamás nos dejará ni nos desamparará (Mt 28:20).

Él es quien dice que está a nuestro favor y no en nuestra contra (Ro 8:31).

Él es Aquel a quien le importa nuestro dolor (Lc 7:12-13).

Él es Aquel que entregó Su propia vida por amor a nosotros (Gá 2:20).

¡Que nuestros ojos nunca se aparten de Él! No olvidemos que Aquel a quien los vientos y el mar obedecen es el mismo que controla nuestras vidas y quien está en nuestra barca.

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